Acuerdo UE: ¿otra chance para el trabajo argentino?
Martín Sáiz
Licenciado y Magíster en Recursos Humanos. Doctorando en Administración de Empresas e Historia.



Históricamente los acuerdos internacionales en Argentina generaron amores y odios. Sean bilaterales o de bloques, siempre ha sido así. En 1933 nuestro vicepresidente firmó en Londres un acuerdo bilateral que garantizaba importaciones de carbón y exportaciones de carne por igual; algunos pensaban que favorecía la inserción argentina en el escenario global mientras que los detractores esgrimían una entrega de control comercial al Reino Unido. Más acá en el tiempo el gobierno kirchnerista firmó alrededor de treinta acuerdos entre Argentina y China que fueron cuestionados, entre otras cosas, por ceder espacios a la construcción de una central nuclear mientras que otros defendían el ingreso de divisas en el país.
 
La historia nos enseña entonces que siempre que haya tratos de esta envergadura, habrá quienes los defiendan y quienes los condenen, porque siempre hay ganadores y perdedores de ambos lados del acuerdo. Por estos días el Mercosur, con nuestro presidente como principal exponente, dio forma a un acuerdo con la Unión Europea que para quienes lo defienden tiene ribetes históricos y auspiciosos para nuestro futuro, mientras que para los detractores se revela como una nueva sumisión nacional a los poderes centrales. Si de toda crisis surge una oportunidad y todo acuerdo presenta mínimamente un ganador, anhelo este acuerdo marco sea una oportunidad para Argentina.
 
En esta columna quiero detenerme especialmente en la oportunidad laboral que representa para nuestro país. Definitivamente la historia nos ofrece una nueva chanche para el trabajo argentino, una inédita ocasión para modernizar nuestras obsoletas estructuras laborales.
 
Como aún resta la ratificación de ambos parlamentos y la particularidad de cada espacio de interacción, es momento de pensar qué beneficios en materia laboral podríamos obtener y qué cuestiones serían materia debatible de cara a nuestras contrapartes.
 
En primer lugar, se comenzó a hablar de “industrias viables e industrias no viables”. Ese debate no guarda relación con el acuerdo, porque las que no son viables lo eran de manera previa a este hecho. Ciertas estructuras de costos y modelos de negocio, ya no son competitivos a nivel global toda vez que nunca se actualizaron o reinventaron para estar a la altura del nuevo siglo. Sin embargo, puede haber industrias viables en la actualidad que se conviertan en inviables ante el nuevo escenario. A ellas, bien vale asistirlas para reconvertirse y mantener operaciones ante determinados nichos de clientes. Por último, habrá industrias que potenciarán sus operaciones y pasarán de “viables” a “muy desarrolladas”, siendo ellas las ganadoras de esta situación.
 
Luego recuerdo a Adam Smith esgrimiendo que distintos países o regiones debían especializarse en una actividad (apelando a la división del trabajo) y así lograr mayor productividad u ofrecer mejores productos al mercado. Entiendo estos acuerdos son una oportunidad para poner en práctica tan sabio precepto: tenemos que especializarnos en determinados trabajos para llevar su productividad y calidad a la máxima expresión.
 
Hoy el espacio de trabajo nacional cuenta con una vasta estructura industrial y de servicios que lleva a pensar en una impronta generalista más que especialista. Y aun donde somos en apariencia “especialistas” estamos atrasados en relación a las tecnologías aplicadas en otras latitudes, siendo inclusive más caros en términos de costos laborales.
 
Tercero, es momento de pensar en las ya conocidas cadenas de valor global. Tener estrategias de desarrollo laboral que permitan a Argentina posicionarse como un eslabón proveedor de trabajo diferencial en dicha cadena, donde un extremo lo representa el Mercosur y otro la Unión Europea. Eso seguramente profundizará el desarrollo de algunas industrias y la necesidad de reconvertir otras que ya no son viables como las conocemos en la actualidad. Llevado al campo laboral, las competencias de los trabajadores también deberán virar hacia lo que nos posicione como un país proveedor de determinados servicios y productos en vez de lo que históricamente nos fue útil o circunstancial. Con esto intento transmitir que serán exitosos los trabajos que ofrezcan valor agregado para el espacio que Argentina logre ganar en la cadena de valor global.
 
En cuarto lugar gran parte de la obsolescencia de nuestras estructuras laborales se debe a regulaciones innecesarias, costos laborales inexplicables, convenios colectivos de trabajo antiquísimos y mentalidades aferradas a esquemas de trabajo que ya no tienen lugar en el mundo del trabajo actual. Tenemos una oportunidad para modernizar estructuras siempre y cuando se entienda la importancia de la libertad en las interacciones. Esta idea supone aceptar que hay que competir: las protecciones estatales a industrias poco competitivas no son más que un intento de tapar el sol con la mano y la eficiencia organizacional debe ser la clave de la sustentabilidad en el tiempo.
 
No caben dudas que las estructuras laborales europeas son superadoras de las nuestras. Mientras aquí nos rigen convenios de trabajo creados hace más de ochenta años cuyas actualizaciones sólo han sido en términos salariales, países de Europa debaten jornadas de trabajo reducidas y las relaciones entre la robótica y los trabajadores. Ojalá las particularidades interactivas de cada espacio del acuerdo contemplen la consideración de esquemas y prácticas laborales europeas en estas tierras. Ello nos actualizará, nos hará reconsiderar cuestiones vigentes que nunca fueron cuestionadas por la inercia misma de la historia. En este sentido, vale tener cuidado con las implementaciones ya que los entornos tampoco son los mismos. Finlandia no tiene un 30% de pobreza, ni informalidad y menos aún precarización laboral.
 
El trabajo argentino tiene una nueva chance para modernizar sus estructuras. Interactuar con países de la Unión Europea sube la vara, aumenta los requerimientos, las obligaciones de eficiencia y productividad porque como bien promovía Adam Smith la libertad en los mercados obliga a llevar el trabajo a la máxima expresión para ofrecer el mejor producto o servicio en una competencia.
 
Seguramente la “letra chica” de este gran acuerdo genere amores y odios, ganadores y perdedores. Acusaciones de cesiones impopulares y pleitesías de posicionamiento mundial. Los resultados serán los jueces en esta historia: si modernizamos las estructuras laborales, siendo más productivos y teniendo trabajadores con mejores y más competencias, Argentina habrá sabido aprovechar la oportunidad y ubicarse en el bando de los ganadores. 
 

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