Cuando la caridad es pecado
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Yo creo que el mejor medio
de hacer bien a los pobres no es darles limosna, sino hacer que puedan vivir
sin recibirla”
Benjamín
Franklin
Una reciente campaña que circula en
Facebook, pide a la Iglesia Católica que abra las puertas de las iglesias para
que la gente en situación de calle pueda refugiarse los días de frío.
El drama de los “sin techo” es un problema que se presenta en casi todos los países
del mundo. Valga como ejemplo España,
que según cifras de la Revista del Ministerio de Trabajo e Inmigración de ese
país, el número de homeless allí asciende a 21.900 personas, una cada 2.000
habitantes.
Los factores que intervienen en este
flagelo no son meramente económicos, existe una alta tasa de trastornos
psiquiátricos y de adicciones bien documentado a nivel mundial; incluso algunos
sin techo eligen esa forma de vida, aunque son los menos.
La campaña que se desató recientemente,
cuenta entre sus promotores a Juan Grabois, quien dijo: "la responsabilidad principal es del Estado, pero el resto no
podemos ser indiferentes. Las organizaciones populares deberíamos comenzar con
nuestros propios locales", una interesante propuesta de acción para
quienes sienten el deber moral de asistir a estas personas: pasar del reclamo
para que lo haga otro a hacerlo uno mismo.
Pero lo verdaderamente llamativo, es que
muchos detractores de la iglesia católica, militantes del laicisismo fanático e
incluso agresores materiales o verbales contra ella; son los principales
viralizadores de esta campaña, mostrando una absoluta falta de coherencia al
exigir que resuelva este mal, quien si por ellos fuera, debería desaparecer de
la faz de la tierra y arder en el infierno (valga el sarcasmo).
Antes de continuar, quiero aclarar que
considero que el estado debe asegurar la libertad de culto y no debería mostrar
favoritismo alguno para con ninguno; eso no quiere decir que desconozca los
antecedentes históricos y las preferencias de la mayor parte de la población
argentina hacia la religión católica.
De todos modos, bien o mal, los diferentes
credos religiosos son activos promotores de acciones caritativas, las que no
valen la pena mencionar por ser de público conocimiento. Creo que el nudo del problema no pasa por allí,
por más que se pretenda estigmatizar a la iglesia católica en un pervertido uso
ideológico y político de quienes sufren, ella no es quien debe responder.
Las grandes ciudades del mundo cuentan con
refugios para las personas en situación de calle, espacios en los que
generalmente quedan cupos vacantes pues los homeless no quieren dejar “su espacio” y “sus pertenencias” desamparadas por miedo a que sean“robadas”.
Para poder obligarlos a dormir allí contra
su voluntad y sin haber cometido ningún delito o contravención, deberían ser
declarados incapaces. De no ser así, se
estaría violando la libertad de estas personas.
La persuasión es sin dudas la herramienta que corresponde utilizar para
convencerlos, pero lamentablemente tiene un alto grado de fracaso.
Ahora me gustaría plantear una relación
entre las distintas ópticas y aprovechamientos políticos e ideológicos del
concepto de propiedad privada, la que resulta a todas luces muy importante para
los que menos tienen, los “sin techo”.
Aristóteles aseguraba que “sólo la propiedad privada posibilita actuar
moralmente, esto es, practicar las virtudes de la benevolencia y la filantropía
(o caridad)”. Esta afirmación reafirma la importancia que
tiene la propiedad privada; o sea, el derecho a la libre disposición de ella por
parte de su dueño, la falta de derecho de un tercero a disponer de lo ajeno, o
de obligar a un propietario a hacer un uso de su propiedad contrario a su
voluntad.
Incluso como ya advertimos antes, los
tentativos beneficiarios de este uso arbitrario de la propiedad ajena (los sin
techo), son severos defensores de la propiedad privada, al punto de resignar
comodidades y servicios casi esenciales, e incluso al límite de poner en riesgo
“sus vidas” en la defensa de “sus cosas”.
La caridad, la solidaridad o la filantropía
NUNCA pueden ser impuestas por la fuerza.
Si se asignan de modo coercitivo, dejan de ser un hecho virtuoso para
transformarse en un modo de esclavitud, mediante el cual un “benefactor” arranca los bienes de unos
para dárselos graciosamente a otros según su propio criterio, autoproclamándose
así en un censor que se considera a sí mismo como un ser moralmente superior y
elegido por dios para hacer justicia.
Esta caridad a palos (materiales o
virtuales) esclaviza a quien pierde sus bienes, pero también esclaviza a quien
los recibe, pues a este último le arrebata y destroza uno de sus bienes más
preciado, su dignidad.
Es interesante ver como los promotores de
esta campaña, aquellos que se identifican con las ideas social demócratas o con
las de la llamada izquierda argentina, reclaman que las iglesias abran sus puertas
para alojar a las personas en situación de calle, pero no exigen lo mismo para
con las municipalidades o los congresos, incluso tampoco ofrecen sus propias
viviendas. Bien lo expresó Oscar Wilde
en “El
alma del hombre bajo el socialismo”: “la caridad crea una multitud de pecados”.
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