El orden sólo es posible con planeamiento central: Una falacia
Eduardo Maschwitz
Presidente del Consejo de Administración de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre. Premio a la Libertad 2007, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



 
Una falacia muy difundida es aquella que entiende que para que funcione una economía es imprescindible alguien que designe y controle su funcionamiento. Y cuanto más grande y más compleja más necesaria será. Sin regulaciones y planeamiento central, no podría funcionar.
 
Aquí me viene a la mente la anécdota de lo que es necesario que suceda para producir un simple lápiz (“Yo, el lápiz”, Leonard Reed, https://www.mises.org.es/2011/12/yo-el-lapiz/ ), un producto sencillo pero que requiere de la cooperación y contribución no planeada y espontanea de cientos de participantes ubicados incluso en distintos lugares del planeta. De haber alguien intentado diseñar e implementar este proceso no lo hubiera logrado y menos en la perfecta forma que en armonía funciona.
 
Este concepto, el de la “mano invisible”, fue introducido por Adam Smith quien fue el primero que descubrió como los seres humanos y las organizaciones sociales se ponen de acuerdo y cooperan de maneras que ni planearon ni imaginaron, creando valor y beneficios para todas las partes participantes. F.A. Hayek , fue más allá y nos explicó cómo los mercados se auto regulan, se coordinan y crean un orden que ninguna autoridad central podría lograr.
 
Los seres humanos con sus acciones , sus normas y sus instituciones van creando un orden espontaneo que no tiene en cuenta un diseño central preestablecido, ni lo requiere para su mejor funcionamiento. Encontramos este orden sin diseño o plan en la naturaleza también, como nos explicara Darwin con las teorías de la selección natural y adaptación al medio. Un ejemplo muy simple y simpático de acciones humanas que llevan a un diseño espontaneo se puede apreciar en un campus universitario, cuando después de una gran nevada nocturna, salen los alumnos y profesores de sus habitaciones para ir a sus clases, y el primero que sale marca la nieve fresca con sus huellas, y luego de un rato varios senderos se han establecido para unir los distintos edificios. ¡Nadie ha planeado el diseño de los senderos, pero allí están!
 
Mucha gente acepta como natural la evolución de la naturaleza , o bien la aparición de los senderos de nuestra historia, pero mucho les cuesta entender que los sistemas sociales, incluyendo la economía, también funcionan y pueden funcionar y evolucionar, perfeccionarse y corregirse de la misma forma espontánea. Las economías abiertas y de mercado son aquellas que comprenden este funcionamiento y son aquellas que más rápido crecen, se adaptan al medio y mejoran su performance (capaz conviene aquí volver a releer la anécdota de la fabricación de un lápiz).
 
El sistema de precios y de ganancias provee información al mercado, de manera tal que los productores sabrán cuales son los productos, y cuáles no, valorados por los consumidores, y lo que deben hacer para sobrevivir a largo plazo y ser rentables. Nada más simple, requiriendo siempre la existencia de un mínimo de competencia entre los participantes.
 
Y aquí sí que es necesaria la participación del estado o autoridad central que sea la que asegure que lo descripto pueda suceder. Hace falta una sana y estable macroeconomía, una moneda sana, respeto a las reglas de juego y a la propiedad privada, división de poderes y normas que aseguren una sana competencia. Por el contrario, ambientes de alta inflación, de inestabilidad política, la existencia de subsidios, penalización de ganancias e impuestos regresivos, instituciones que no funcionan, innumerables reglamentaciones y burocracia, la fijación centralizada de precios y salarios, impiden que la “mano invisible” y el orden natural funcionen espontáneamente y se produzca la magia aquí descripta. (¿cualquier similitud con Argentina será pura coincidencia?).
 
Ninguna autoridad central puede tener la capacidad de conocer, entender y recibir la enorme cantidad de información que se establece a través de los precios, ganancias y de un mercado. Es demasiado complejo, variado y con una actualización permanente sin pausa alguna. Cuanto más compleja una economía, más complejo aun, intentar un diseño central que funcione. Los daños que produce un plan central siempre es mayor a los daños que producen los mercados, pero que con la competencia y reglas claras se van corrigiendo solos.
 
¿Será una ilusión pensar que, en Argentina, alguna vez tendremos gobernantes que piensen así, y realmente consigan la eterna gloria?
 

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