¿Cobardía, ignorancia o complicidad?

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Los lugares más calientes
del Infierno están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral
mantienen su neutralidad”
Dante Alighieri
Hace apenas unos días, un repartidor de gas
envasado fue atacado en el barrio “El
Pocito”, donde un grupo de ladrones trataron de robarle sus garrafas. El repartidor se defendió con un arma, la que
declaró habérsela arrebatado a uno de los malvivientes. El video del hecho en cuestión que circula
por las redes es verdaderamente aterrador, recuerda las imágenes de las
películas en las que el protagonista herido y armado con una antorcha, busca
alejar la jauría de hienas que vienen a devorarlo.
Este es un caso entre los miles y miles de
atropellos a la propiedad privada, a la libertad y a la vida que sufrimos los
argentinos de bien a diario. La pregunta
es ¿Qué pasó con nuestra Argentina?
Lo más fácil es acusar a los representantes
del gobierno anterior, que tienen mucha responsabilidad, y que no tienen
tapujos en defender la delincuencia. Tal
como lo expresó Guillermo Moreno, quien llamaba a “robar con códigos”, o Dady Brieva quien “respeta el oficio del choro”, o de Juan Grabois quien si hubiese tenido
que salir a juntar cartones estaría “choreando
de caño, no laburando". Todos
estos energúmenos son consecuencia de un problema más profundo y complejo de
resolver.
Tampoco los integrantes del gobierno actual
han mostrado una actitud firme y terminante para dar fin a estos flagelos. La delincuencia sigue siendo dueña de las
calles.
Jueces, políticos, periodistas
políticamente correctos, filósofos de marquesina y docentes adoctrinadores se
encargan de machacar día a día el catecismo del garantismo y la culpa de
quienes tenemos una vida “normal” por
discriminar y quitarle oportunidades a los que roban por necesidad (parece que
el resto trabajamos por puro placer y no por necesidad).
Esta es la nueva religión que nos
invade. El posmodernismo es el Credo del
laicisismo, en él debemos adorar el igualitarismo y asumir nuestro pecado de
tener éxito, debemos jurar lealtad al dogma que estigmatiza el mérito,
sacraliza lo burdo y maldice los valores éticos por ser estos intolerantes y discriminadores.
En Argentina este camino comenzó con la
socialdemocracia de Alfonsín. Dos datos:
el segundo Congreso Pedagógico (en realidad fue el tercero) que dio inicio a la
destrucción de la educación; y el posicionamiento de Zaffaroni como director
del Programa de Sistemas Penales y Derechos Humanos del Instituto
Interamericano de Derechos Humanos sobre "Derecho
Humano a la vida y sistema penal".
A esto sumo el asistencialismo económico
que comenzó con la Caja PAN, la que con el paso del tiempo se convirtió de
asistencialismo a dependencia y de dependencia a “derecho”. Es así que
llegamos a que las asignaciones económicas tienen hoy el status de “derecho humano”, del mismo modo que se
convirtieron en “derechos” el
trabajo, la vivienda y otras tantas cosas que en realidad son necesidades. Se confunde el derecho a procurar
satisfacer esas necesidades con la obligatoria satisfacción de las mismas “a cargo del estado”, o sea, “a cargo de los impuestos que vos pagas”.
La evolución natural de esta destrucción de
la educación, de la justicia y de la responsabilidad económica que narré,
termina en un grupo de ladrones que se apoderan de un barrio y que deciden
cobrar “peaje” a los que trabajan,
seguros de la impunidad que los ampara y convencidos de tener el “derecho” a robarle a los que tienen la “oportunidad” y el “privilegio” de trabajar (como si no conllevase un esfuerzo). No sólo te roban a través de los impuestos
(muchos de estos ladrones son mantenidos con planes sociales), sino que también
lo hacen a punta de pistola.
Quizás algunos no te roban arma en mano,
pero por ejemplo utilizan la Asignación Universal por Hijo para comprarse un
celular (más importante que el niño), basta preguntarles a los vendedores de
las telefónicas para corroborarlo.
O sino, como el caso de una mujer que
atendí personalmente, quien recibe un plan social (que nosotros pagamos), que
saca un préstamo del ANSES (cuya tasa subsidiada nosotros pagamos) y que con
ese dinero se somete a una cirugía estética.
Quiso el destino que tuviese una complicación postoperatoria y graciosamente
concurrió al hospital público (que nosotros pagamos) para que le resuelvan el
problema.
Todo esto es parte del mismo tema, todo
esto es parte del plan sistemático de embrutecimiento, dependencia y
sometimiento de una parte significativa de la población, que vende su dignidad,
su libertad y hasta su vida a cambio de una limosna. Limosna que nos es arrebatada con los
cuentitos de la “justicia social” y
la “solidaridad”.
Muchos argentinos han sido engañados por
esta esclavizante ideología que promueve la ignorancia, ellos son culpables
de entregarse, de renunciar a su individualidad y al esfuerzo de pensar y
ser responsables; ellos mismos son sus propios verdugos, aunque no se den
cuenta. Decía Alberdi: “La ignorancia no discierne, busca un
tribuno y toma un tirano. La miseria no delibera, se vende”.
Los periodistas políticamente correctos,
los ideólogos posmodernistas, los docentes y políticos con “sensibilidad social” y los jueces garantistas; son culpables
por complicidad, son los promotores de esta servidumbre.
Aquellos que abrazaron la vida pública, que
no son ignorantes ni cómplices y que son conscientes de lo que sucede, miran
para otro lado y no hacen nada al respecto, son culpables por cobardes;
merecen el séptimo infierno del Dante.
Por último están aquellos que creen que
pueden ser neutrales en esta batalla. A
ellos Alberdi les decía: “ser libre no
consiste en pasar la mañana en el café renegando a voz en cuello de todos los
actos de gobierno; es vivir en continuo afán y perpetua solicitud, es tomar
parte en todo lo que le interesa a la Nación”, “Los que se abstienen pierden el
derecho a quejarse, porque se dan el déspota del que se quejan. En este sentido es indudable que el despotismo
vive en el pueblo abstinente y flojo, no en el déspota erigido por esa
flojedad. La abstención de la vida política, lejos de probar buen juicio y
sensatez; prueba imbecilidad, incuria, vicio y degradación”.
Vos elegís si vas a presentar batalla o si sólo
entregarás tu patria a los bastardos.
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