Quien inicia una acción delictiva es responsable de sus consecuencias
Ariel Corbat
Abogado (UBA), republicano, unitario y liberal. Coautor de "Uso y abuso de las corbatas" y "Teoría romántica del derecho argentino" (El Himno Nacional como expresión de la Norma Hipotética Fundamental). Brindó servicios en la Secretaría de Inteligencia desde 1988 hasta su renuncia en 2012. Escribe en el blog La Pluma de la Derecha". 



El rol determinante que juegan los valores éticos en la conducta de las personas tiene impacto directo sobre la comunidad en la que habitan. La correspondencia axiológica hace a la coherencia organizativa de las sociedades, generando armonía de sentido entre la norma jurídica y la conducta de quienes conviven bajo ella. Comprenderlo es crucial.
Si bien alcanzar la utopía de una sociedad perfecta, exenta de contradicciones, escapa a las posibilidades humanas -al punto que, acaso, hermosa palabra la palabra acaso, no sea siquiera deseable porque utopías de esa índole tienen un carácter esencialmente deshumanizado y por ende totalitario-, desde el reconocimiento de nuestras imperfecciones es posible generar marcos razonables para una creciente interacción subjetiva civilizada y próspera.
Un mínimo consenso ético es esencial para hacer llevadera la vida social, y no tan mínimo, diría, cuando el objetivo es alto: constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino. 
FRACTURA MORAL 
La sociedad argentina evidencia, especialmente en los grandes centros urbanos, una fractura moral que cuestiona y contrapone a la decencia del estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional valores ajenos a ella y que buscan socavar el principio heredado del Derecho Romano: Dura lex sed lex (la ley es dura pero es la ley). 
Cuando se pretende desvirtuar la ley interpretándola desde una moral distinta a la de su origen, vuelve a crecer el significado del ejemplo ético dado por Sócrates al elegir morir honrando las leyes de Atenas. En Critón, un formidable y bello ensayo sobre el deber, Platón nos muestra a Sócrates analizando, ante la cercanía de la muerte, si la certeza de la finitud alteraba su concepción de la Justicia; ello a través de un imaginario diálogo en el que las leyes de Atenas formulan este cuestionamiento retórico:
"¿Tal vez eres tan sabio que se te oculta que la patria es más digna de respeto que la madre, el padre y los antepasados todos, y más venerable, sagrada y considerada tanto entre los dioses como entre los hombres sensatos, y que hay que adorarla, ceder ante ella y halagarla, cuando está enojada, más que al padre, y persuadirla o hacer lo que mande, y sufrir de buen talante lo que ordene sufrir, tanto si se trata de recibir golpes o de aguantar cadenas, como si nos conduce a la guerra a correr el riesgo de ser heridos o muertos? ¿Ignoras que hay que hacer eso, que así lo exige la justicia, que no hay que ablandarse, retroceder ni abandonar el puesto, sino que en la guerra, ante el tribunal y en todas partes hay que llevar a cumplimiento lo que la ciudad y la patria ordenen, o convencerlas de acuerdo con las exigencias de la justicia? ¿Desconoces acaso que no es piadoso maltratar a una madre o a un padre, y mucho menos aún a la patria?"
Aunque Sócrates murió cuatro siglos antes de Cristo, el Presidente de la CSJN Carlos Rosenkrantz parece haber descubierto ahora que hay un "nuevo patriotismo, el patriotismo de nuestro apego a nuestra Constitución", y mareado de emocionantes novedades descubre también, en el país para el que Alberdi escribió sus Bases, que "no hay Patria sin Constitución y no hay Constitución sin Patria". Todo lo cual tuvo la poco feliz ocurrencia de anunciar en el 25º aniversario de la pésima reforma constitucional de 1994. 
Si alguna vez Carlos Menem fue fustigado por afirmar que leía a Sócrates, pareciera que el Dr. Rosencrantz no ha experimentado ninguna aproximación a ese placer.
ES ESENCIAL
Humorada al margen, cabe consignar que aunque falto de toda novedad el concepto vertido por el juez de la Corte es correcto. Más aún, es esencial. La cuestión, entonces, pasa por fortalecer realmente esa convicción jurídica en la cultura general del país, afirmando los valores que la fundamentan de modo que se hagan evidentes en la vivencia cotidiana del común de las personas, ya sea en la interpretación de los hechos como en la resolución de conflictos.
La crisis de valores en la que desde hace décadas se hunde la Argentina aflora diariamente, así se han sucedido distintos eventos tras los cuales la reacción de una parcialidad activa de la sociedad es manifestar su abierta simpatía por quienes incurren en conductas antijurídicas y la consiguiente reprobación hacia los que defienden la norma. 
Por muy penosas que puedan ser algunas situaciones, ya sea un alienado que amenaza en la calle a transeúntes con un cuchillo, o alguien que hurta productos de un supermercado, por citar dos casos que cobraron notoriedad la semana pasada, no es recomendable colocar automáticamente a quien delinque en condición de víctima. 
Por principio, debería asumirse al que inicia una acción delictiva como responsable de todas las consecuencias que su conducta motive, incluida su propia muerte. Y como contracara, entender que los policías y guardias de seguridad no tienen la finalidad de ser testigos pasivos sino que están obligados a intervenir. Luego, no hay profesional que no dependa en algo del azar cuando se deciden muchas cosas en fracciones de segundo; cosa que el asfalto bien sabe y enseña.
Llegar a ese punto de convicción jurídica requiere limpiar de hipocresías la conciencia de los argentinos, despejando con ello la gran cantidad de falsedades ideológicas que con culpas ficticias en materia de derechos humanos nos mantienen adoctrinados en una estúpida y no menos falsa corrección política. 
La Nación Argentina se debe en su seno una batalla cultural para recobrar identidad y el honesto sentido del deber ser, lo que entre otras cosas significa no lamentarnos por existir ni pegarnos tiros culposos y cobardes en el pie. Si queremos vivir como ciudadanos, hagamos con socrático patriotismo que nuestras leyes no sean menos que las de Atenas. 


Publicado en La Prensa.
 

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