El precio de la compensación: un debate necesario
Martín Sáiz
Licenciado y Magíster en Recursos Humanos. Doctorando en Administración de Empresas e Historia.



 
La Vía Salaria que unía Ostia con el Adriático ya no cuenta con soldados romanos remunerados con sal. Tampoco los ciudadanos de esa hermosa ciudad hoy reciben contraprestaciones salarias para conservar carnes o alimentos. Allí en Roma, al igual que aquí en Argentina, la actualidad presenta trabajadores en relación de dependencia que reciben dinero y beneficios varios como contrapartida por disponer su fuerza de trabajo a un empleador.
Lo que en el Imperio Romano era la sal, desde el Mercantilismo a la fecha lo es el dinero: una cuantía de una unidad para determinar el valor del trabajo. En el siglo XXI ya no hablamos de salario, y progresivamente menos de sueldos. Hablamos de compensación comprendiendo dentro de dicho concepto el dinero, los esfuerzos en formación, la calidad del trabajo y beneficios que apuntan a mejorar la calidad de vida del colaborador. En otras palabras, cambian los componentes de la contraprestación pero siempre hay una unidad de medida que determina el precio del trabajo.
Y justamente sobre la determinación de dicho valor en la actualidad del mercado laboral argentino quisiera reflexionar, porque puedo compartir ocho argumentos distintos para establecer el precio de la compensación. En primer lugar, el precio del trabajo determinado por el mercado laboral y las relaciones de oferta y demanda de distintos perfiles en el marco de una competencia global. Segundo, la consideración de una estructura de costos que en suma a una rentabilidad esperada establece límites de costo laboral colectivo y en consecuencia bandas de compensaciones para los mismos distintos perfiles. En tercer lugar, un precio del trabajo que entiende al mismo como un intangible que rescata la individualidad de cada colaborador y por ende compensa a cada cual según su aporte. Luego el siempre bien visto mérito, apostando a la máxima expresión de las competencias de una persona: aquel que más se destaque accederá a los más altos precios de la compensación. Quinto, la productividad del trabajo reconociendo altos precios a aquellos que más producen en el menor tiempo y con el más eficiente uso de recursos disponibles. No debemos olvidar que muchas empresas compensan por la educación formal de la persona o por los resultados de gestión que proponen y consiguen. Por último, recordar la consideración del costo de subsistencia de David Ricardo y la predisposición del empresario a pagar según su producción, esgrimido por John Stuart Mill.
Es decir, argumentos para esgrimir al momento de pensar el precio de la compensación hay para todos los gustos y momentos históricos. Y condicionantes regulatorios tales como salarios mínimos y convenciones colectivas también. Evidentemente, el valor del trabajo es una premisa compleja y multívoca con matices políticos y económicos desde que los romanos cuidaban la sal, los ingleses revolucionaron industrialmente a fines del siglo XVIII y los argentinos en 2019 trabajamos con una tasa de desempleo cercana al 10% viciada de informalidad y precarización.
Seguramente a esta altura de la columna estén esperando una fórmula matemática o una postura contundente para determinar el precio de la compensación por estos días. Nada más lejano a eso y espero no defraudarlos. Porque el análisis previo me lleva a reflexionar sobre la importancia cualitativa del precio del trabajo, en el entendimiento de la economía como ciencia ineludiblemente social. Pitágoras esgrimió que los números explicaban la realidad, ya que ellos eran la esencia de todo lo que conocemos. El precio de un producto, en este caso del trabajo, contempla dentro de la cuantía numérica la complejidad cualitativa que compartí en ocho argumentos variopintos.
Quienes trabajan en cuestiones cualitativas bien sabrán entender que el caudal interpretativo de un fenómeno bajo análisis (en este caso el precio de la compensación) es inconmensurable, y en esa línea, entiendo que el debate sobre dicho precio no debe limitarse a costos estructurales y bandas salariales sino que debe entender que detrás  de los números está la cualitativa realidad pitagórica que encierra una categoría antropológica tan central como lo es el trabajo.
Si pensamos el precio de la compensación en términos cuantitativos, como una línea más de un estado de resultados, estaremos a la deriva de una realidad incontrastable. El precio del trabajo es todos y cada uno de los argumentos esgrimidos, así como también los impactos del progreso social en un mundo donde la virtualidad unió todo bajo un mismo espacio y tiempo.
Espero esta columna sea un disparador para generar debates sobre el precio de una compensación, despreciando lecturas transaccionales y apostando al enriquecedor conocimiento del principal estructurador social de la vida de las personas. Porque detrás de ese precio, siempre hay una persona plena de expectativas e ilusiones. 
 

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