Tragedia continental
Macario Schettino

Profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).




Imagino que ha escuchado usted acerca de las dificultades que vive Ecuador. Si no es usted militante de algún grupo político, no es fácil tomar partido, porque se trata de un fenómeno complejo y porque nos falta información. En esencia, lo que entiendo que ocurre es lo siguiente: Ecuador, como otros países latinoamericanos, vivió por décadas por encima de sus posibilidades. No había forma de posponer un ajuste económico profundo, y el actual presidente, Lenin Moreno, puso manos a la obra. Como era de esperarse, las medidas provocaron reacciones fuertes de parte de grupos organizados (como los transportistas), pero también de quienes viven en condiciones más difíciles (como diversos grupos indígenas). El gobierno de Moreno manejó mal los primeros días la respuesta a estos grupos, y hubo violencia. Aparecieron piquetes de encapuchados con el objetivo de amplificar la violencia. No es totalmente claro, pero es muy probable que estos últimos sean promovidos por Rafael Correa, el anterior presidente. Es una narración apretada, y por lo mismo inexacta, pero creo que responde de forma general a la situación. Y en ella, espero, identificará usted al continente entero.
En Argentina, donde llevan cerca de 70 años manejando mal las cosas, el gobierno de Mauricio Macri enfrentaba una situación similar a la de Lenin Moreno: había que corregir a fondo. Macri no quiso hacerlo porque, como Lenin, su base política es escasa, y la de sus enemigos considerable. Por no hacer el ajuste, la economía no pudo mejorar, y ahora está a semanas de perder la reelección y devolver el poder justo a quienes pusieron al país al borde de la crisis. 
En donde no hay un marco institucional que soporte la democracia, los gobiernos pueden mantenerse décadas, hasta destruir por completo al país. Es el caso de CubaVenezuelaNicaragua y, cada vez más, Bolivia. En Brasil no les dio tiempo. En México, que parecía haber dejado atrás ese ciclo, ya ve usted. Parece que sólo Chile ha logrado romper con esa tradición latinoamericana.
El origen de este ciclo, según lo entiendo, tiene que ver con nuestra historia. Los países latinoamericanos se independizaron a inicios del siglo XIX debido a que España se vino abajo. En cada lugar donde había arzobispo, se construyó un país. El gobierno lo tomaron los burócratas locales, los comerciantes y los amigos del arzobispo. Aunque hubo luchas continuas por el control de cada nación, cuando Europa inicia su proceso de crecimiento acelerado (hacia 1870), los que tenían el poder en cada país no sólo lograron afianzarse gracias al comercio con Europa, sino que construyeron algunas de las fortunas más grandes del mundo. La gran desigualdad de América Latina proviene de esos años (no de la Colonia, como suele pensarse). 
La mentalidad 'medieval' de los grupos gobernantes, ahora multimillonarios, dio como resultado sociedades profundamente elitistas, desiguales y violentas. Sume usted la figura del caudillo, tan popular entre nosotros, y agregue las ideologías totalitarias del siglo XX, y resulta fácil entender por qué no podemos salir del atolladero. Por un lado, es innegable la prevalencia de la injusticia en casi todo el continente; por otro, la maldición del hombre fuerte no parece desaparecer. Que a veces apelen a la dictadura del proletariado, al sentimiento nacional o a la teología de la liberación es coyuntural.
Pero no hay fórmulas mágicas, y cada vez que un caudillo obtiene el poder, es incapaz de resolver nada. Tiran millones en pésimas decisiones, otros tantos en comprar voluntades y algo más para la familia. Y de regreso al ciclo. 
Parecía que México había logrado salir. No fue así.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 15 de octubre de 2019 y en Cato Institute.

 

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