Karl Popper y la democracia
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Hay
una posibilidad cierta de que podamos ir camino a perder la democracia, un
sistema por el cual, cuando funciona, nos podemos desprender de gobiernos
dictatoriales por medio del voto. También cabe el peligro de que el sistema se
suicide si las instituciones no tienen la fuerza suficiente para defenderla,
fortalecerla, y hacerla perdurar.
Parece
una exageración, pero no lo es. Basta con escuchar a la oposición para entender
que se pretende reformar la Constitución, la reelección perpetua, colonizar la
Justicia, y dejar atrás la división de poderes .
El
Sócrates del siglo XX, Karl R. Popper, distingue bien la diferencia entre sociedad abierta y democracia, alerta sobre
las consecuencias de perderlas. La sociedad abierta -explica- es una forma de
vida social y los valores que tradicionalmente en ella se aprecian, como por
ejemplo, la libertad, la tolerancia, la justicia, la libre búsqueda del
conocimiento, el derecho del individuo a diseminar el saber, su libre elección
de los valores y creencias y la búsqueda de su propio destino. Por Estado democrático, entiende, un conjunto
de instituciones como la constitución, el derecho civil y penal, órganos
legislativos, así como el gobierno y las leyes por medio de las cuales se
eligen gobernantes, los tribunales de justicia, la administración pública, los
órganos de sanidad pública, defensa y demás. La razón de esta distinción, señala,
se encuentra en que la libertad humana y una sociedad libre de individuos,
pueden considerarse valiosas en sí mismas.
El Estado democrático es el instrumento para
que los ciudadanos libres puedan promover sus propios fines sociales y para
hacer la sociedad tan libre como sea posible.
No debemos pensar - nos dice Popper- que en una sociedad abierta la libertad y la
tolerancia son algo ilimitado, por ello no es posible tolerar toda clase de
propaganda, o hechos, que aboguen por la intolerancia y la violencia. Una
sociedad libre tratará de evitar que el “perdonavidas” amedrente a su vecino y
en el Estado verá al responsable de garantizar el derecho de todos a ser
protegidos frente a la intimidación y la coacción, no solo resultantes de quien ejerce el poder, sino
también de aquellos otros que tratan de adueñarse de él, con el propósito de establecer una tiranía.
Si
bien se le debe lealtad al Estado, por
ser esencial para la existencia de una sociedad compleja, al mismo tiempo hay
que vigilarlo, como también a quienes gobiernan, quienes, a menudo, exceden los límites de sus funciones
específicas. Las instituciones de un Estado son poderosas y allí donde hay
poder existe el peligro de que sea mal empleado.
Exagerar el tamaño del Estado, constituye un
riego para la sociedad abierta; en términos políticos se encuentra siempre en
una posición muy precaria , necesita de un Estado vigoroso que la proteja de
agresiones internas o externas y al mismo tiempo, que no sea demasiado poderoso. Precisa de una
suerte de equilibrio político, intrínsecamente inestable, por ello, al sistema
de instituciones destinadas a lograrlo le llamamos “sistema de pesos y
contrapesos”.
Popper patrocina la forma de gobierno
democrático para salvaguardar la libertad, porque el freno y contrapeso del voto popular
ha resultado ser la mejor de todas las instituciones, conocidas, para resolver
nuestros problemas. Pero, aclara, la institución del voto de la mayoría no es
lo mismo que “el gobierno del pueblo”,
es evidente que quien lo hace es el gobierno. La gente solo puede hacer que éste, llegue o
salga del poder. Entonces, democracia,
es un método de control de quienes gobiernan por el voto de la mayoría. Funciona bastante bien, en una sociedad donde
se valora la libertad y la tolerancia, pero no en una sociedad que descree de esos
valores ya que contribuye a mantener la libertad, pero no, a crearla.
No se debería esperar demasiado del Estado o
del gobierno, los funcionarios no son más sabios o mejores que otros hombres , son
falibles y no pueden, como prometen, traer el paraíso a
la tierra, sobretodo a través de medios políticos, como lo pretendieron Lenin,
Stalin, Hitler, Mussolini y otros dictadores , también los gobernantes de
populismos autoritarios.
Una de
las falsas teorías de Marx, manifiesta Karl Popper, es la que señala que todas
las formas de gobierno, sin excepción, son en esencia tiránicas siendo la única
diferencia entre los gobiernos, quién gobierna a quién. En consecuencia, Marx creía,
que la única pregunta de carácter político que tenía una importancia práctica
era quienes debían ser los tiranos, si los capitalistas, o los trabajadores.
Ello condujo a la “dictadura del proletariado” y a arrinconar todos los frenos
y contrapesos, no tardando en llevar a la tiranía de un solo hombre, apoyado
por una camarilla o “nueva clase”.
La
sociedad abierta o libre, por la cual la mitad del país sale a la calle, es
como la describe el gran filósofo, la mejor sociedad en términos morales que
hemos conocido en la historia: abolimos la esclavitud, luchamos contra la
pobreza en todo el mundo, somos más ricos que todas las sociedades que nos
precedieron. Pero la razón principal que subraya para decir que es superior,
consiste, en que es moralmente sobresaliente indicando que nunca antes, tantos,
han estado dispuestos a hacer lo correcto y a aceptar las responsabilidades que
de ello se derivan. Ello nos puede dar
una esperanza en el futuro si no permitimos y excusamos al autoritarismo y al
totalitarismo que han reintroducido la esclavitud, el terror preventivo, e incluso la tortura.
Finalmente,
siempre siguiendo al filósofo liberal, el desarrollo económico occidental es el
resultado de la creencia de que un
hombre debe ser capaz de depender y de asumir la responsabilidad económica de
sí mismo y de su familia, en lugar de depender de la dadivosidad del Estado.
Este espíritu de independencia es una gran idea y ha conducido a un asombroso
aumento de la libertad, tanto como al despertar moral e intelectual de muchos
hombres. Debemos defender la sociedad abierta con los innumerables argumentos
que poseemos, luego del fracaso del socialismo real en todo el mundo.
No hay dictadura buena, ni de izquierda ni de
derecha, todas nos hacen perder la libertad de ejercer la crítica y la
oposición. Solo la democracia, nos permite remediar los males sin violencia.
Aunque no es la panacea y en nuestro país es débil, por falta de práctica, hay que fortalecer sus
pilares, el sistema de partidos, la opinión pública institucionalizada y el
mercado del voto, en vez de denostarla, como hace todo aprendiz de tirano.
En
Argentina, los partidos políticos están desprestigiados porque desde hace
muchos años, sus dirigentes, cuando llegan al poder, actúan de manera
irresponsable, abandonan el rol de mediadores y facilitadores entre el Estado y
la sociedad, dejando de absorber las demandas sociales y de llevarlas a los
foros institucionales de discusión para que sean tratadas y resueltas de la
mejor manera posible. Es por ello, que se produce el divorcio entre la
dirigencia política y la sociedad, la cual deja de sentirse representada
permitiendo que los grupos sectoriales aprovechen para tomar la posta y
demandar beneficios imposibles de satisfacer a la vez. La experiencia histórica
nos muestra que en Argentina, ello motivó situaciones explosivas y muchas veces
ingobernables desde 1930, cuando comenzaron los golpes de Estado y los
argentinos transitamos el peligroso camino que nos llevó a alejarnos de la
democracia. El ejército quedó como el único capacitado para actuar a pedido de
la sociedad y de los políticos, quienes se vieron superados por los conflictos
que ellos mismos provocaron.
Octubre
es un mes de definiciones: que no caigan las expectativas. Sí creemos que
después del 27 no hay otro camino que la dictadura, la haremos posible, nadie aunque
nos tienta, puede predecir el futuro por
lo cual podemos contribuir a no generar esa situación. Hay que estar dispuesto,
siempre, a no provocarla y a luchar
contra ella apenas los hechos la insinúan.
Cualquier
partido que consiga democráticamente llegar al poder, pero que conspire para
abolir la democracia, ya sea por medios democráticos o de otro modo, debe ser
combatido. La abolición de la democracia nos llevaría a una acción arbitraria y
a la violencia. No tenemos que tolerar ni siquiera la amenaza de la
intolerancia.
Muchos
argentinos pretendemos de un político, que sea más consciente de lo que ignora,
porque sobre él recae la responsabilidad más pesada. Esta responsabilidad lo
debería conducir a una comprensión de sus limitaciones y, de este modo, a la
modestia intelectual la cual, por estos lares, aparece poco. Quien gane las
elecciones necesitará del sacrificio de todos, no es mucho pedir que las ideas
que llevarán a las acciones destinadas a salir de esta crisis política,
económica y de confianza sean, en lo posible, las mejores.
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