La libertad de elegir
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
El
Estado cada vez más intervencionista es uno de los culpables de que la
educación no mejore ni a nivel primario ni secundario, tampoco en el superior. Milton y Rose Friedman, en su libro “Libertad
de elegir”, apuntan a este problema. Ambos creían, con razón, que un modo de
lograr mejoras y devolver aprendizaje a las aulas, en especial para los más
atrasados, es dar a los padres un mayor control sobre la educación de sus hijos,
similar al que tienen los que poseen los más elevados ingresos.
Propusieron que el Estado les diera a los
padres un vale, un papel amortizable, con una suma fija de dinero que sirviera,
exclusivamente, para el pago de la educación de sus hijos, en escuelas autorizadas, teniendo completa
libertad para escoger el colegio que consideraran fuera el mejor para
educarlos. Podrían elegir escuelas públicas como privadas.
Una
empresa crece solamente si ofrece algo que el consumidor aprecia por su calidad
o precio. Los consumidores son los padres y los productores los profesores y el
director de la escuela. Estos últimos, también los sindicalistas que se han
opuesto a este sistema, son padres consumidores, deseosos de un buen sistema
escolar. Pero, como remarcan los autores, sus intereses como profesores,
sindicalistas y administradores no son los mismos, creen, que con mayor
centralización y burocratización pueden, aunque reduzcan los intereses de los
padres, obtener beneficios personales, como por ejemplo, cobrar a tiempo o no
ser despedidos, constituyendo una valla para el cambio.
El
plan Friedman, no anula ninguna de las cargas impositivas destinadas al pago de
la educación. Solo da a los padres una mayor posibilidad de escoger la escuela,
el contenido y la forma en que sus hijos recibirán la enseñanza. Estimula, por
otro lado, la mayor financiación directa de los padres por medio de suplementos
a las suma de dinero proporcionadas por los vales. Pensemos que son muchos más
los que reciben financiación del Estado que los que realmente necesitan de su
ayuda. Se les debe autorizar a elegir en su propio distrito, ciudad o provincia
y las escuelas públicas y privadas deberán competir para lograr alumnos
incentivando a los padres, de esta manera, a que aporten, si lo desean, un poco más de
dinero para una mejor elección.
Las
dimensiones de las escuelas públicas estarían determinadas por la cantidad de
alumnos que atrajeran, en vez de serlo por fronteras geográficas, políticamente
trazadas, o por una asignación por alumno. Podrían financiarse escuelas
privadas, no lucrativas, que al tener los fondos para aprovisionarse, ayudarían
a abastecer este mercado.
Los
vales irían a los padres no a las escuelas lo que garantizaría la competencia. Las
dedicadas a la enseñanza secundaria se caracterizarían por un interés concreto,
una acentuaría las artes, otra las ciencias, o los idiomas, por ejemplo,
pudiendo los padres elegir según las aptitudes de sus hijos.
El
sistema de vales permitiría elegir escuelas donde reinara el orden, no hubiera
vandalismo y delincuencia, tan comunes en la actualidad. .
Los
padres que pueden enviar a sus hijos a escuelas privadas están en condiciones
de elegir, pagando dos veces: una, con
los impuestos para mantener el régimen de las escuelas públicas y otra, por la
cuota escolar. El modo sencillo y eficaz que propone Friedman, el sistema de
vales, permitiría acceder a mejor educación a los que no pueden darse ese lujo.
Para ello el gobierno abandonaría la carga de educar a sus hijos pero les daría
este vale destinada al pago de la educación en una escuela autorizada. Tendrían,
los padres, entera libertad para escoger
la escuela en donde presentarlo siempre que cumpla con ciertas normas y las
escuelas públicas podrían autofinanciarse cobrando la enseñanza totalmente, o al
menos en parte, compitiendo con las demás escuelas tanto públicas como privadas
por dar mejores opciones.
Este
plan estimularía, gradualmente, una mayor financiación directa de los padres y
aunque perdurara la financiación pública, sería para los que realmente
necesitan y no, como en la actualidad, que se benefician muchos sin
necesitarlo. Con los vales podrían enviar a sus hijos al colegio elegido y la
extensión generalizada de los vales acabaría con la falta de equidad que supone
usar los impuestos para la enseñanza de unos niños pero no de otros. Para que
no hubiera fraude el vale debería ser gastado en una escuela o establecimiento
educativo autorizado y solo podría ser canjeado por dinero por tales escuelas.
Estas se irían especializando, como en muchos casos sucede con las privadas, y
la integración de los distintos sectores sociales se daría de una manera mejor.
Solo sobrevivirían las que satisficieran a sus clientes, tal como pasa con los
bares o los restaurantes.
Los
Friedman recuerdan, en su obra, a Adam Smith, quien aseguraba que cuando las
lecciones merecen ser escuchadas, nunca se necesita recurrir a la coerción para
que los alumnos acudan a ellas. Producir un ciudadano alfabetizado e informado,
defensor de hábitos democráticos, con sensibilidad social, dignidad, y respeto
hacia la humanidad, requiere esfuerzo,
creatividad y libertad de enseñanza. ¡Cuántos alumnos mejorarían si la
competencia hiciera optimizar los colegios y universidades despertando el
entusiasmo en vez de la hostilidad o apatía de los alumnos!
Una escuela se fundiría si hubiera vandalismo,
ausencia de disciplina y los niños no aprendieran. Nadie querría enviar a sus
hijos allí. Y no es el Estado quien
conoce mejor las aptitudes de los chicos, los padres tienen, por lo general,
mejor información sobre cuáles son las disposiciones de sus hijos que convendría
desarrollar.
Con
respecto a la enseñanza superior, pensaban que el Estado debería cobrar a los
estudiantes las cuotas correspondientes al coste total de la enseñanza y demás
servicios que se les proporciona. Pero, reconocían que ello no parecía factible
debido al apego de la gente al Estado Benefactor, por lo cual, propusieron también un sistema de vales similar
a los de la escuela primaria y secundaria, destinado a mejorar las
instituciones educativas. Le agregaron un régimen de financiación de créditos
eventuales para la enseñanza, que permitiría eliminar las cargas impositivas
que recaen sobre los pobres, destinados, injustamente, a pagar la enseñanza
universitaria de quienes pueden permitírsela.
Como
en cualquier empresa, en el caso de la enseñanza, también se podría comprar una
parte de las ganancias futuras. El alumno se comprometería a pagar una parte específica
de sus posteriores ganancias, una vez graduado.. De este modo el inversor podría
recuperar, de los individuos de éxito relativo, lo que invirtió inicialmente,
compensando, de esta manera, las pérdidas derivadas de quienes no tienen
éxito.
En
Argentina hay buenos especialistas, en educación, que muestran las cualidades
de las propuestas de los Friedman y cómo se las podría encarar exitosamente.
Incluso en varias partes del mundo se han implementado, creyendo que el papel creciente del Estado en la
financiación y administración de la enseñanza ha llevado no solo a una enorme pérdida
de dinero de los contribuyentes, sino también, a un sistema educativo mucho
peor que el que puede desarrollarse dando un papel más importante a la
cooperación voluntaria, condición necesaria tanto para la prosperidad como para
la libertad.
Señalan
los autores de Libertad para elegir,
que no toda enseñanza es educación, ni toda educación es enseñanza. Muchas
personas con educación universitaria son ignorantes y mucha gente con educación universitaria no ha recibido
enseñanza.
Como
bien lo expresan en el libro, aunque la perfección no es cosa de este mundo, en
conjunto, si se le permite funcionar, la competencia de mercado protege al
consumidor mucho mejor que los mecanismos estatales. Estos, desde hace mucho
tiempo, lesionan la acción electiva obligando a la gente a adoptar, o hacer, lo
que no quiere. El Estado debe darnos seguridad e información, si es que la
posee, pero también dejarnos “libertad
para elegir los riesgos que queremos correr con nuestras propias vidas.”
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