Los bonos y el caso de Zimbabue
Gabriela Calderón de Burgos
Es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador). Se graduó en el 2004 con un título de Ciencias Políticas con concentración en Relaciones Internacionales de la York College of Pennsylvania. Desde enero del 2006 ha escrito para El Universo (Ecuador) y sus artículos han sido reproducidos en otros periódicos de Latinoamérica y España como El Tiempo (Colombia), La Prensa Gráfica (El Salvador), Libertad Digital (España), El Deber (Bolivia), El Universal (Venezuela), La Nación (Argentina), El Diario de Hoy (El Salvador), entre otros. En el 2007 obtuvo su maestría en Comercio y Política Internacional de la George Mason University.



Algunos analistas han mostrado preocupación acerca de la posibilidad de que en Ecuador suceda lo mismo que en Zimbabue, donde el gobierno terminó de des-dolarizar este año. Ven como una alerta roja la reciente aprobación de una ley que permite que el gobierno pueda pagarle en bonos a acreedores locales.
Pero estamos ante dos fenómenos distintos. En Zimbabue, cuando el gobierno atravesaba una crisis fiscal, decidió emitir nuevas monedas: la denominada “nota de bono”, conocida luego como el “zim dollar” o “bollar” y una moneda electrónica, ambas ancladas al dólar de EE.UU. Solo dos meses después de empezar a circular estas monedas empezaron a perder valor. La gente se dio cuenta de que en realidad estas no eran convertibles a dólares. Los bollars no servían para pagar las importaciones. Los dueños de una tienda los pueden utilizar para pagar a sus empleados y proveedores locales, pero si deseaban volver a llenar sus repisas con mercadería importada, requerían dólares.
Los dólares empezaron a escasear porque la gente los atesoró porque desconfiaba en la promesa del gobierno de respaldar las nuevas monedas en dólares y entonces los negocios ofrecían descuentos de hasta 50% si los clientes pagaban en dólares verdaderos. Aquí surgió el tipo de cambio entre las nuevas monedas nacionales y el dólar. La inflación subió y para noviembre de este año superó 300%.
Lo que está sucediendo en Ecuador es distinto. El gobierno emitirá bonos para pagarle a acreedores locales y estos serán de aceptación voluntaria y libremente negociables. Esto no es problemático mientras el gobierno no obligue a la gente a aceptarlos como pago y mientras los receptores sean libres de venderlos, seguramente con un descuento. Este descuento no sería un “tipo de cambio” entre dos monedas, sino simplemente parte de la ganancia que espera obtener el inversionista.
¿Constituye esto una emisión monetaria? No, es un atraso de pago del gobierno con acreedores locales, solo que esta vez lo estaría reconociendo oficialmente y poniéndole un precio —la tasa de interés que llevan esos bonos al ser emitidos.
Si el gobierno decide no honrar los términos de esos bonos en algún momento, pasaría lo mismo que en los mercados internacionales: le resultará más costoso el  financiamiento y menos personas estarán dispuestas a aceptar esos papeles.
La emisión de bonos todavía requiere que las deudas se salden eventualmente en dólares. En Ecuador, a diferencia de Zimbabue y Argentina durante su convertibilidad heterodoxa, no hay ninguna moneda alternativa al dólar.
Para estar como Zimbabue, el Banco Central del Ecuador tendría que empezar a emitir “bonos moneda” y/o una moneda electrónica prometiéndole a la gente que esta estará respaldada 1 a 1 en dólares. ¿Cómo le fue al BCE la última vez que intentó eso? Experimento fracasado, casi nadie quiso usar el dinero electrónico, siendo este de uso voluntario.
Ecuador tiene un problema fiscal, no monetario. Una de las principales ventajas de la dolarización es precisamente el divorcio entre las finanzas públicas y la moneda. El gobierno puede tener problemas en honrar sus compromisos, pero eso no afecta el valor del dólar ni la confianza que los ecuatorianos tengan en dicha moneda frente a las alternativas disponibles.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 13 de diciembre de 2019 y en Cato Institute.

 

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