Un socialista en la Casa Blanca
Virginia Tuckey
Investigadora, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



La carrera hacia la Casa Blanca está sacando a la superficie de manera explícita la verdadera ideología que subyace en el Partido Demócrata. Si bien lo han negado varias veces y han buscado los métodos más ingeniosos para camuflarse y desligarse absolutamente de la idea de que son un partido socialista, la hora de la verdad parece haber llegado con un Bernie Sanders que viene pisando fuerte en las encuestas y encendiendo la señal de alerta en el establishment Demócrata.

Tal vez, esto lo podríamos resumir con la expresión popular que reza que aquel que juega con fuego finalmente se quema, o dicho de otro modo, tanto han insistido los Demócratas con el socialismo que finalmente llegó alguien que no tiene vergüenza de reconocerse como tal y, aparentemente, la base de electores alineados a las ideas partidarias ve con buenos ojos que así sea y está dispuesta a depositar su futuro en manos de aquel que busque un cambio radical de los principios fundacionales americanos.

El establishment partidario está aterrado ante la idea que finalmente Sanders sea elegido como candidato del Partido Demócrata para disputar la presidencia. Este temor nada tiene que ver con el antiamericanismo de las ideas políticas de Sanders -en eso están todos de acuerdo-, sino en la pérdida de poder que puede esto significar no solo en el gobierno sino dentro del mismo Partido.

Lo curioso es que ese poder que temen perder se sostiene, justamente, sobre las ideas que Sanders define de manera correcta como “socialistas”.

El control sobre la vida de las personas, la centralización del gobierno, la relativización de la propiedad privada y de la libertad han sido moneda corriente entre los Demócratas, sobre todo desde que Franklin D. Roosevelt llegó a la Casa Blanca. Se ha acentuado con Jimmy Carter y ha tocado límites inimaginables con Barack Obama. Por supuesto, ninguno de ellos ha reconocido ser “socialista”, pero los hechos y los resultados hablan más que las palabras.

Los lazos innegables de Obama con el globalismo (socialismo) europeo han sido el eje central sobre el cuál giraron las políticas que ha llevado a cabo durante los ocho años de su presidencia. Acuerdos comerciales que implicaban fuertes regulaciones internas e imposiciones fiscales insostenibles, tratados ambientalistas que buscaban frenar la libertad de producción y establecían una fuerte relativización de la propiedad privada, cientos de regulaciones internas para impedir el desarrollo y el liderazgo energético de Estados Unidos de América –por solo nombrar las más destacadas- son políticas que pudieron llevarse a cabo gracias a la comunicación demagógica pero muy bien pensada que los demócratas, en concordancia con los principales medios de comunicación y la elite cinematográfica de Hollywood han construido durante mucho tiempo.

Nada de esto es casualidad, hay grandes intereses detrás del poder, de limitar la competencia, de generar un mercado para pocos y de romper las bases liberales de los estadounidenses o como dijera Obama de “hacer una transformación fundamental de los Estados Unidos”.

Para que los déspotas del mundo entero duerman tranquilos, para que negociados oscuros puedan lograrse sin la potencial amenaza de que la economía más fuerte y próspera del mundo aplique sanciones, para que el terrorismo no se sienta amenazado y los comunistas chinos puedan seguir teniendo esclavos para que los “progres” del primer mundo tengan celulares baratos y de alta definición que les permitan postear frases del Dalai Lama, para todo esto se necesita aplastar la libertad del pueblo americano y transformar de raíz el sistema ético de valores que los une como sociedad. El único camino para lograrlo es por medio del socialismo para romper la virtud que legaron los Padres Fundadores.

El problema es que si bien la juventud estadounidense (sobre todo a la que algunos llaman “educada”) ve con buenos ojos el socialismo, la población adulta muestra –por ahora- un fuerte rechazo a las ideas totalitarias y esto dejaría fuera de juego a Sanders y un estigma muy profundo en el Partido Demócrata.

Este contexto ha generado una fuerte crisis partidaria y los líderes Demócratas históricos están luchando contra viento y marea para que Sanders no sea el elegido en las primarias. Lo hacen porque les incomoda que el socialismo del Partido se haga explícito. No les incomoda ni les molesta que Sanders haya recaudado fondos para publicaciones socialistas, que haya sido miembro de un partido comunista, que no haya ahorrado palabras de elogio a Fidel Castro y a  sandinistas, que haya visitado la Unión Soviética para tomar de ejemplo sus políticas públicas y para pasar su luna de miel. No les molesta que sea socialista, lo que realmente molesta es que lo diga y se enorgullezca de serlo.

Frente a este panorama, los líderes del Partido Demócrata parecen no advertir que eliminar a Sanders de la carrera no va a cambiar las cosas. El protagonismo del socialismo explícito de Sanders, sin máscaras ni banderas que cubran las simpatías por las formas de gobiernos anti americanas, no responde a un cambio en el pensamiento de los electores, sino a que identifican al partido con la doctrina socialista. Y esto es, simplemente, el resultado de las bases que tan cuidadosamente han sentado los demagógicos discursos  de los Clinton, Obama, Pelosi, la nueva generación Kennedy -que admira al chavismo-, con la ayuda incansable de los medios de comunicación masivos y la elite multimillonaria hollywoodense. Ya no importa que Sanders diga que él es socialista y Biden diga que él no lo es. Para los electores son lo mismo, porque sus propuestas son las mismas, sus objetivos son los mismos, sus aliados son los mismos y sus ideas anti americanas también.

En una sociedad de valores republicanos tan arraigados es posible que una crisis de estas dimensiones resulte en una renovación del Partido Demócrata y lo devuelva a un lugar más alineado con los valores fundacionales. Aunque tal como están las cosas hoy, con sus líderes más emblemáticos haciendo malabares para instalar su versión del socialismo “new age”, Sanders seduciendo a la juventud más consentida de la historia de la humanidad con cuentos soviéticos, y sus nuevas figuras (Alexandria Ocasio Cortes, Ayanna Presley, Ilhan Omar y Rashida Tlaib ) que además de ser fuertes activistas socialistas son tratadas como rockstars del Partido, el futuro no parece encontrar lugar para los Demócratas fuera de las ideas de Sanders en el corto y mediano plazo.

Que uno de los dos partidos más importantes de un país libre como es Estados Unidos de América haya sido cooptado por las ideas que han puesto de rodillas a naciones enteras y que han dejado un tendal de muertos es una clara demostración que la virtud republicana no se hereda y que la crisis de los valores fundamentales atenta contra lo más fundamental de un ser humano, su propia libertad.

El Partido Demócrata está en crisis, pero su división no es ética (ya que socialistas son todos), su división reside en la competencia por sostener el poder que permita seguir impregnando de socialismo el sistema y la cultura estadounidense sin que nadie lo advierta.

Sin embargo, tomando un poco de perspectiva, podemos advertir que sí existe una división en la nación americana. Fundada sobre la solidez ética de su pueblo se encuentra hoy dividida entre aquellos que quieren la igualdad en la pobreza y aquellos que defienden la igualdad en la libertad, entre aquellos que quieren cambiar los valores fundacionales y aquellos que los quieren conservar, entre aquellos que levantan las banderas del socialismo como máxima moral y aquellos que se alistan en las Fuerzas Armadas para contrarrestar las tiranías opresoras socialistas y velar por los derechos inalienables.

Dicho de otro modo, el pueblo estadounidense se divide hoy entre aquellos que quieren un socialista tomando el control de la Casa Blanca y aquellos que quieren lo contrario, entre aquellos que quieren a Marx y entre aquellos que quieren –aún- a Madison.


 

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