La violencia tiene cara de progre, no de rugbier
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“La
violencia es el último recurso del incompetente”
Isaac Asimov
Debo ser justo y aclarar el título de la
nota. A lo largo de toda su existencia,
el ser humano ha sido violento, incluso cuando luchaba hace miles de años mano
a mano con los depredadores, esa violencia le permitió sobrevivir.
Durante siglos y siglos, las relaciones
entre las personas eran de una violencia atroz, animal; podríamos decir “inhumana”. Enfrentamientos con mazos, hachas y espadas
que desmembraban cuerpos a cada golpe; sitios que generaban hambrunas y pestes;
torturas, mutilaciones, personas quemadas vivas y ejecuciones que “divertían” a todos eran lo cotidiano.
Pero la humanidad progresó, comenzó a usar
más el cerebro que los músculos, más la razón que el instinto, y a partir de la
Revolución Gloriosa, se generó un cambio en el entendimiento de lo que es el
ser humano, el cual se cristalizó en la Declaración
de Independencia de Estados Unidos (1776) y en la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa
(1789).
“Sostenemos
como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son
dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están
la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. USA 1776.
“Los
hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. La finalidad de toda asociación política es
la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos
derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la
opresión”.
FRANCIA 1789.
Escritas casi al unísono, a miles de
kilómetros una de otra y absolutamente a contramano de la realidad política del
momento, no es coincidencia que ambas declaraciones sean tan similares. Las ideas de la Libertad (liberalismo) se imponían sobre los absolutismos
monárquicos y liberaban las fuerzas intelectuales y productivas de las personas,
llevando a la humanidad al momento de mayor esplendor de su historia.
Por supuesto que este cambio radical en el
mundo de las ideas y del derecho, no se trasladó en forma instantánea a lo
cotidiano en las comunidades.
En lo social, las segregaciones étnicas y
raciales persistieron y aún persisten, aunque en vía de extinción. Lo mismo sucede con el menoscabo a la mujer,
a pesar de los poquísimos hombres que todavía viven en el medioevo.
Se necesitaron eventos icónicos en la
historia, personalizados por figuras como Lucretia
Mott, Mahatma Gandhi, Martin Luther
King, Malcolm X, Nelson Mandela o Malala Yousafzai, para marcar quiebres en
las deficiencias narradas en el párrafo anterior.
Para hacer efectivos estos cambios, también
fueron precisas: revoluciones como la Gloriosa en Inglaterra, las Americanas y
la francesa; dos guerras mundiales contra nacionalismos salvajes y la guerra “fría” contra el comunismo, asesino de más
de 100 millones de personas (el cual “¿murió?”
aplastado por el Muro de la Vergüenza o Muro de Berlín).
Puse que el comunismo murió entre signos de
preguntas porque así lo creímos, nos equivocamos. Como no murió, tampoco renació como el Ave
Fenix; más bien se escapó como una alimaña inmunda y reinventándose bajo las
enseñanzas de Antonio Gramsci, se transformó en el posmodernismo.
Esta ideología, esclavizante y violenta,
reinterpretó el concepto de lucha de
clases y la convirtió en disputas entre hombres y mujeres, omnívoros y
veganos, cientificistas y ambientalistas, pañuelos celestes y verdes, cosmopolitas
y pueblos originarios, personas con capacidad económica y “postergados”, honrados y delincuentes “víctimas de la sociedad”.
Y en esta lógica dualista y descabellada,
el uso de la violencia dejó de ser justa sólo cuando era en defensa propia y se
convirtió en una herramienta de pseudo reivindicación y de conquista del “poder”, único y final objetivo de
quienes entienden al “poder” como una
meta y no como un medio. Noción
absolutamente opuesta a la de las personalidades que nombré antes.
Así, la violencia perdió su sentido ético
en su justificación (defensa) y la represión se convirtió en un pecado. Muchos creyeron tener derecho a usar la
violencia como medio para alcanzar el poder: los piqueteros en las calles, los
políticos sobre los votantes, los alumnos sobre los profesores, los
adoctrinadores sobre los alumnos, el automovilista sobre el peatón, los
sindicalistas sobre los empleados, una patota (rugbiers o no) sobre una persona
o los delincuentes sobre los honestos (como la mujer violada y su hijo de 4
años asesinado hace pocos días).
Los actos tienen consecuencias. O sea, la libertad de actuar trae aparejada
la responsabilidad por sus efectos. El
posmodernismo que hoy impera asegura que la realidad, la verdad, los valores,
el bien y el mal son subjetivos y relativos; por lo tanto, como
no tiene una referencia clara para valorar la acción humana, entra continuamente
en contradicciones.
Así vemos a diputadas hablar contra la “violencia de género” y al mismo tiempo
no aumentan las penas para violadores, nos enteramos de patotas con denuncias
por violencia que son “perdonadas”
hasta que matan a alguien o nos informamos de jueces que liberan a los delincuentes
que ya libres, terminan violando a una mujer y asesinando a su hijo de 4 años.
¿Cuál es el mensaje? Simple: “dale
nomás, que acá no pasa nada”. Podés
moler a palos a alguien, violar, robar o asesinar que nada te pasará y, si te
meten preso, tranquilo, en poco tiempo estarás libre, y si un ciudadano de a
pie o un policía te reprime no te preocupes, será juzgado.
Por su parte, los periodistas cómplices buscan
la respuesta más fácil, superficial y de mayor rating. No enfrentan la realidad porque esta no es “políticamente correcta”. Siempre encuentran al culpable en la sociedad
que segrega, los compañeros que hacen bullying, la ostentación de los ricos, el
capitalismo que ciega, la patota que arrastra o el imperialismo que
somete.
Nunca responsabilizan individualmente al
violento hasta que es tarde, hasta que es irremediable. Son hipócritas y tibios adoradores de los
eufemismos y de la pos-verdad, incapaces de emitir un juicio personal, pues eso
los obligaría a definir valores éticos a los que ellos mismos deberían
someterse, y claramente no están dispuestos a hacerlo.
Lo cierto es que tenemos dos opciones: o
exigimos nuestro derecho a la seguridad (defensa propia o estatal), o asumimos la
condición de esclavos de los violentos. Si elegís lo último asumí las
consecuencias, NO TE QUEJES.
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