El derecho al trabajo es un mito
Julian Larrivey
Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales de Fundación Atlas. Estudiante de Derecho, UNR.
Que nada es gratis y que el estado se financia
con una fuente coactiva de ingresos denominada impuestos, es cosa sabida por
todos. Que Argentina pareciera estar sumida en un estancamiento crónico,
también.
Nuestro polémico artículo 14 bis de la Constitución
Nacional, reza entre sus líneas que todos tenemos derechos a (entre otras
cosas), "igual remuneración por igual tarea", "acceso a una
vivienda digna", etcétera.
Además, socialmente, hemos aceptado llamar a
cosas como el trabajo o la educación, con el nombre de “derechos”.
Seguramente, el grueso de la sociedad
coincidirá en que todos estos son justamente "derechos" ganados por
el pueblo trabajador, y se condenará a la hoguera a todo aquel que se anime a
no escatimar críticas frente a ello.
Pero lo cierto es que, estos "derechos
ganados a la burguesía" pueden tranquilamente ser sometidos a un análisis
que no resistirían desde un punto de vista histórico. Se enaltece la figura de
ciertos líderes populistas que en verdad, no son los responsables de otorgarles
estos “derechos” a la clase media.
Pero, además de histórico (que bien podría ser
una cuestión meramente anecdótica), merece un análisis más filosófico.
Para empezar, deberíamos entender qué es,
objetivamente hablando, un derecho. Y este, no es más que una serie de normas
que hacen a la vida en sociedad. Dichas normas, deben estar directamente
ligadas a un principio de no agresión, entendiéndose por ello, lo que llamamos
derechos negativos.
Estos derechos son los que se defienden, por
ejemplo, en la Constitución de los Estados Unidos: derecho a la vida, a la
libertad y a la propiedad, de los cuales se desprenden, si se quiere, varias
aristas.
La vida es, sin dudas, el derecho elemental sin
el cual es imposible gozar de los demás derechos.
La libertad, es el derecho que me permite
llevar a cabo todo aquello que desee siempre y cuando no me interponga en el
proyecto de vida de alguien más, sin su consentimiento.
Y por último, el derecho a la propiedad, la
cual es primero y principal, sobre nosotros mismos, nuestra integridad, nuestra
conciencia y nuestras acciones (derecho intrínsecamente relacionado con el de
libertad).
Entendiendo esto, vale preguntarnos: "¿por
qué una persona debería tener derecho al trabajo?". Como mencionamos
antes, nada es gratis. Y por ende, si hay una persona que debe tener un
trabajo, hay otra (u otras) persona (o personas) que tienen en dicho caso, la
obligación de dárselo. Lo mismo pasa con la educación, con la vivienda, y
demás. El análisis concluye igual. Es decir, si alguien tiene derecho a una
vivienda, alguien debe pagársela (en caso de que esta persona no tenga los
medios suficientes para adquirirla por sí misma). Lo mismo con la educación.
Insisto, el análisis es el mismo.
Tener derecho a hacer una cosa, no convierte a
dicha cosa en un derecho.
Supongamos que podríamos llegar a entrar en
debate por el tema que muchas veces se plantea, en cuanto a que "quienes
más tienen, deben pagarles esos derechos a quienes menos tienen". De esto,
a su vez, se desprenden muchísimos otros puntos dignos de análisis, de los que
obviaremos la mayoría. ¿Por qué sería correcto que quienes más dinero tengan
(en caso de que este sea bien ganado), sean obligados a pagar el
asistencialismo de otros? ¿Es esto, al menos, ético? ¿Tiene, el hecho de
esforzarse y ganar dinero, alguna actitud digna de condena, juicio o castigo?
Definitivamente, no.
Ahora, pasemos al siguiente punto. ¿Por qué,
entonces, no pagamos ese asistencialismo entre todos? ¿No sería más justo, más
igualitario y menos costoso, que aportemos entre todos una mínima cantidad de
nuestro dinero, para que aquellas personas que no puedan acceder a ciertos
"privilegios" por sí mismas puedan hacerlo? Este planteo parece, en
principio, tener más sentido. Pero el problema radica en que ese pequeño monto
que se le puede cobrar a la gente, mientras que para algunos es insignificante,
para otros puede significar el esfuerzo de toda una semana. Y en este caso estaríamos
obligando, por ejemplo, a un chico que vive de las limosnas, y que difícilmente
llegue a la universidad, que cuando junte una cierta cantidad de dinero para
poder comprarse al menos una ración de comida, le pague la universidad (vía
impuestos) a otro chico de la misma edad, que tranquilamente podría costearse
sus estudios.
Probablemente me digan entonces que el primer
planteo era el más acertado. Que los que tienen, repartan y ayuden a los que no
tienen. Pero, lamentablemente, esto no ha dado resultados. Ni en este, ni en
ningún país del mundo. Ese discurso viene de largo. La corporación política lo
sigue vendiendo como la solución, y (peor aún) la gente lo sigue comprando.
Como conclusión, el hecho de crear una ley para
solucionar un problema, no lo soluciona. El hecho de crear de cada necesidad un
derecho, tampoco.
Desconozco, con exactitud, desde hace cuanto
existe el desempleo. Pero sé, con certeza, que desde la reforma constitucional
de 1957 tenemos el artículo 14 bis, y además de estar plagado de engaños
(aguinaldo, vacaciones, salario mínimo vital móvil, etcétera) quedó en
evidencia que no ha servido de mucho.
Por todas estas cuestiones, es hora de hacer
los cambios estructurales necesarios para tener un panorama más alentador. Una
legislación, insisto, jamás podrá solucionar, como por arte de magia, los
problemas de la humanidad. Estos, solo pueden resolverse cuando el estado, en
lugar de entrometerse, da un paso al costado y le da al hombre la
responsabilidad de su libertad, y de hacerse valer por sí mismo. Solo entonces,
el genio y la inventiva, serán caldo de cultivo para el progreso. De lo
contrario, seguiremos, como parecemos venir desde hace tiempo, sumidos en el
crónico estancamiento.
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