¡Qué preguntas, che!
Enrique G. Avogadro
Abogado.
"Nunca son tan
peligrosos los hombres como cuando
se vengan de los crímenes que ellos mismos han
cometido"
Sandor Marai
El sábado próximo, en
coincidencia con la llegada del otoño, el romántico y simbiótico dúo Fernández²
culminará los cien días de luna de miel iniciática. También terminarán, por
inconducentes, todas las discusiones acerca de quién manda, efectivamente, en nuestro
país; me parece, entonces, que amerita preguntarnos qué sucedería si Cristina o
Alberto desaparecieran, bruscamente, de la escena política, ya que son los
directos responsables de todos los conflictos que nos atraviesan.
Alberto, que cambió de ropaje
y de principios (es un reputado groucho-marxista) infinidad de veces en su
vida, confirmó sin ambages que "somos lo mismo"; por un breve lapso,
intentó vendernos un albertismo bien comportado, pero esa campaña abortó
rápidamente al ser cruzada por la tropa del Instituto Patria y su propio
gabinete de ministros.
En las últimas semanas,
de acuerdo con su consorte, obligado a hacer populismo sin dinero y golpeado
por huracanes de dimensiones globales (baja del precio del petróleo y los
mercados, pandemia de coronavirus y crisis de la deuda), ha generado insolubles
e inoportunas rupturas con el campo, con las empresas de la economía del
conocimiento, con las estructuras del Estado en las cuales ha nombrado a
connotados delincuentes, con las fuerzas armadas y de seguridad, con la Ciudad
de Buenos Aires, con la prensa libre y el periodismo de investigación, con la
Justicia y el Ministerio Público y con los católicos y los evangelistas (¿de
qué se disfrazará ahora SS Francisco, que tanto hizo por el triunfo de esta
pareja?).
Ha ninguneado al 40,8%
que no los votó, que se resiste a la renovada impunidad de la corrupción y que
cada día se enoja más con la entrega total de los organismos de control -en
especial, aquéllos con injerencia en las causas judiciales- a los principales
saqueadores y con la forma en que pretende educar a nuestros hijos y destruir
nuestro idioma.
Pero es Cristina quien
está dispuesta inmolar al país en su siniestro altar de venganza. Es ella quien
odia al campo sin matices, desde que perdió en 2008 la votación por la
Resolución 125 y prefiere llevarnos al suicidio colectivo sin alimentos y sin
dólares. Es ella quien ha ordenado poner en marcha esos conflictos simultáneos
que, sin duda, llevarán a un enfrentamiento social de inimaginables
consecuencias, algunas de las cuales -por ejemplo, si el payaso de Juan Gabrois
realmente intentara hacer "desaparecer" a los productores agropecuarios- serán
violentísimas.
Es Cristina quien
importó el lawfare, desarma a las fuerzas de seguridad e impone las políticas
garantistas para los criminales. Es ella quien ordena a Axel Kiciloff ignorar a
los intendentes. Es ella quien selecciona a los funcionarios de mayor nivel,
incluyendo a los embajadores en países claves para nuestra inserción global. Es
ella quien echa leña al fuego de la relación con el FMI mientras Martín Guzmán
hace peligroso equilibrio con los bonistas.
Es Cristina quien
persigue a los gobernadores de Cambiemos y ejecuta cualquier zafarrancho para
liberar a Milagro Salas. Es ella quien otorga asilo a Evo Morales e invita a
Rafael Correa, Miguel Díaz-Canel e importantes representantes de Nicolás Maduro
a los fastos oficiales. Es ella quien, escudada en la falaz enfermedad de su
hija, coordina en Cuba con las cúpulas castro-chavistas la nueva revolución
marxista en América Latina. Es ella quien ordena dinamitar todos los puentes
con Uruguay, Brasil, Bolivia, Chile y, por supuesto, Estados Unidos.
Pero todo eso es
consensuado y ejecutado por Alberto, un pusilánime fusible acomodaticio, un
mero muñeco a través del cual habla la ventrílocua, que no vacila en
contradecirse permanentemente (¡qué novedad!), se trate de la declamada alianza
estratégica con el campo, de las retenciones a las exportaciones, de las
tarifas de servicios públicos y del transporte, de los aumentos de las
jubilaciones, de su "gobierno de científicos" del respaldo a los
oficiales de las fuerzas armadas, de las paritarias "sin techo", de
la emisión monetaria o de la inflación, y de las heladeras llenas.
Si Cristina no
estuviera en el puente de mando, ¿continuaría Alberto solo estas batallas?, ¿le
perdonarían una defección a la "doctrina" los fieles escuderos de la
viuda? Hay una peor alternativa: ¿y si fuera Alberto quien abandonara el
comando formal?, ¿a qué desatados extremos nos conduciría esta psicótica
mujer?, ¿intentaría, por ejemplo, crear milicias armadas al estilo chavista?,
¿pretendería implementar una suicida reforma agraria?, ¿qué nuevos acuerdos
secretos firmaría con Venezuela, Irán, Rusia y China?
Como queda claro y
salga pato o gallareta, los argentinos veremos -y permitiremos- como nuestro
país continúa despeñándose hacia ese infierno en que están las civilizaciones y
las naciones que han dejado de existir.
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