El coronavirus y el progreso humano
Marian Tupy
Editor de HumanProgress.org y analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global. 



“La parte más curiosa de esta cosa era, que los árboles y las otras cosas alrededor de ellos nunca cambiaron de lugar: sin importar qué tan rápido se movían, nunca parecían sobrepasar algo. ‘¿Será que todas las cosas se mueven con nosotros?’ pensó una confundida Alicia. Y la Reina parecía adivinar sus pensamientos, porque exclamó, ‘¡Más rápido! ¡No trates de hablar!’
-Lewis Carroll, A través del espejo
“La naturaleza, Sr. Allnut, es aquello ante lo que debemos sobreponernos quienes fuimos puestos en este mundo”.
-Katherine Hepburn, as Rosie Thayer, en The African Queen 
La lucha humana en contra de los virus se asemeja a la Reina Roja de Lewis Carroll, quien tiene que correr cada vez más rápido para permanecer en el mismo lugar. Mientras mejores defensas levantamos contra ellos, más ingeniosos se volverán los virus y las bacterias en lograr su principal objetivo: sobrevivir. Eso es la evolución. Esa es la naturaleza. Pero el estado de la naturaleza, como señala Rosie Thayer en la película de 1951 ”The African Queen”, es que los humanos deben sobreponerse a ella. Esa es la civilización. Ese es el progreso.
En el prefacio a la obra El Decameron, Giovanni Boccaccio escribió un testimonio presencial de la plaga que afectó su querida ciudad de Florencia en 1348:
“Los síntomas…empezaron tanto en los hombres como en las mujeres, con ciertas inflamaciones en la ingle o debajo de la axila. Estas crecían hasta llegar a ser del tamaño de una pequeña manzana o de un huevo, más o menos, y eran vulgarmente conocidas como tumores. En un periodo breve de tiempo estos tumores se esparcieron desde las dos partes nombradas hacia el resto del cuerpo. Poco después de esto los síntomas cambiaban y manchas negras o moradas aparecían en los brazos o piernas o cualquier otra parte del cuerpo, algunas veces unas pocas manchas grandes, algunas veces muchas manchas pequeñas. Estas manchas eran una señal certera de la muerte…”
“Tal miedo y nociones fantasiosas tomaron control de los vivientes que casi todos ellos adoptaron la misma cruel política, que era aquella de evitar a los enfermos y todo lo que a ellos pertenecía. Al hacerlo, cada uno pensaba que aseguraría su propia seguridad”.
“Tal era la multitud de cadáveres traídos a las iglesias todos los días y casi a cada hora que ya no había suficiente terreno consagrado para darles un entierro…Aunque los cementerios estaban llenos estos se vieron obligados a cavar zanjas gigantescas, donde enterraban los cuerpos por centenares. Aquí los guardaban como paquetes esperando un barco y los cubrían con un poco de tierra, hasta que toda la zanja se llenara”.
El Decameron contiene 100 historias, en gran medida acerca de bromas y una variedad de lecciones de vida, contadas por siete mujeres jóvenes y tres combes jóvenes, que están “auto-aislándose” en una villa justo en las afueras de Florencia para escapar de la Peste Negra. A esto se debe el nombre alternativo del libro l'Umana commedia (La comedia humana). El motivo medieval que recorre todo el libro es la Dama Fortuna. El destino de la humanidad fluctúa entre la influencia externa de la “Rueda de la Fortuna”. La vida va y viene, y no hay nada que podamos hacer acerca de eso. Lo mejor que podemos hacer es divertirnos un poco y reírnos de la futilidad de todo esto.
Así es como la humanidad se veía así misma desde el origen de los tiempos. Los cuatro jinetes del Apocalipsis (la pestilencia, la guerra, las hambrunas y la muerte) eran omnipresentes y omnipotentes. La plaga que Bocaccio presenció, para dar tan solo un ejemplo, se estima que mató entre 30 por ciento y 60 por ciento de todos los europeos y que redujo la población mundial desde 475 millones a entre 350 y 375 millones.
Podría parecer insensible decirlo en medio de una pandemia global, pero hemos llegado lejos desde los días del Decameron. A diferencia de nuestros ancestros, para no mencionar a los animales no humanos, los humanos modernos se niegan a sufrir “las flechas y lanzas de la fortuna atroz”. Con esa finalidad, nuestra especie ha erradicado o casi erradicado la viruela, el cólera, la tifoidea, el sarampión, el polio y la tos ferina. Hemos avanzado mucho en nuestra lucha en contra de la malaria y el VIH/SIDA
Y la velocidad de nuestros éxitos está aumentando. La evidencia creíble más temprana del sarampión proviene de la India en el año 1.500 AC. La enfermedad fue erradicada en 1980. Eso implica un sufrimiento de 3.500 años. En 1980, empezamos a aprender acerca del VIH/SIDA. Para 1995, tuvimos la primera generación de drogas que mantuvieron a las personas infectadas vivas. Eso implica un sufrimiento de 15 años. El ébola se propagó entre 2014 y 2016. La primera vacuna fue aprobada en EE.UU. en diciembre de 2019. Eso implica cinco años de sufrimiento. Este último diciembre, el coronavirus no tenía un nombre. Hoy, pruebas clínicas en humanos para la vacuna del coronavirus ya se están realizando alrededor del mundo.
Hay , en otras palabras, muchas razones para esperar que la actual pandemia sea mitigada y, ojalá, acabada con la razón, la ciencia y el genio humano. Dicho esto, este no es el lugar ni el momento para el triunfalismo. El coronavirus ha encontrado a la humanidad en una siesta. En lugar de estar alertas en contra de peligros súbitos y exponenciales, como un virus que la selección natural nos informó que vendría, gastamos los últimos años argumentando acerca de problemas graduales y de largo plazo, como el calentamiento global.
Hay mucha humildad que asumir. En mis charlas y escritos subestimé la desconexión entre la velocidad de las infecciones virales, como el coronavirus, y la velocidad de entregar una vacuna eficaz para los infectados. He fracasado en tomar en cuenta los inmensos costos económicos de los cuellos de botella y de las paralizaciones. Aún así, incluso estos serios errores tienen un lado positivo.
El coronavirus es letal, pero no es la plaga bubónica, que tuvo una mortalidad de 50 por ciento, ni la plaga septicémica, que tuvo una mortalidad de 100 por ciento. Afortunadamente para el bienestar a largo plazo de nuestra especie, hemos vuelto a ponernos alerta frente al peligro mortal que constituyen las enfermedades contagiosas con un virus mucho más leve. Una vez que la crisis inmediata haya pasado, los recursos humanos y financieros serán desplegados por los gobiernos y el sector privado para asegurar que la próxima vez estemos listos. Se cambiarán las leyes y las regulaciones serán depuradas para asegurar que estemos más flexibles, esto es, que podamos ser más rápidos al responder a las emergencias en el futuro.
Mientras tanto, no debemos exagerar en nuestra reacción a la pandemia del coronavirus matando a la gallina que puso los huevos de oro. La economía global tendrá que cambiar un poco. Probablemente, las cadenas de suministro se encogerán y la definición de reservas estratégicas se ampliará. Un cambio fundamental hacia la autarquía, sin embargo, sería catastrófico. La división global del trabajo ha enriquecido a nuestro mundo hasta un grado sin precedentes. Son estas riquezas las que nos permiten combatir el coronavirus hoy. Un mundo más pobre sería un mundo más enfermo. Esperemos que tengamos la sabiduría de reconocer eso.


Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 22 de marzo de 2020 y en Cato Institute.

 

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