Corona virus: ¿El virus estatista?
Carolina González Rodríguez

Abogada. Docente universitaria. Miembro del Consejo Académico de Fundación Atlas. Premiada en el "Concurso Internacional de Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento (1810-2010)", organizado por Fundación Atlas.




La pandemia declarada por el Corona Virus puso de relieve una realidad que, en la dinámica cotidiana, muchas veces no es tan claramente percibida, al menos por la mayoría de los actores sociales: los recursos son escasos, y las necesidades infinitas.
 
Siendo ése el troncal problema económico, el gobierno apeló a una disyuntiva populista (y van…). Alberto Fernández dijo “"Si el dilema es la economía o la vida, yo elijo la vida”. Bueno recordarlo, y tenerlo presente por quienes nos oponemos a la legalización del aborto por encontrarlo violatorio de uno de los principales valores del liberalismo: la prohibición rotunda de atacar la vida (también la libertad y la propiedad) ajena.
 
Pero no es ese el punto. La cuestión aquí es que el dilema “economía”  vs. “salud” no es tal. Por más que los políticos se desgañiten gritando que “la salud” no se someterá jamás a la “economía”, la realidad se impone. Sin recursos, o con recursos diezmados por la voracidad estatal, no hay “salud” posible.
 
Además de ampliar medidas asistencialistas, ahora se propone congelar el precio de los alquileres y las cuotas hipotecarias, revitalizando medidas probadamente ineficientes, y  creando aún más escasez. En lugar de liberar a los contratantes para llegar a acuerdos mutuamente beneficiosos, estas políticas no hacen más que una transferencia de riqueza de manera arbitraria, en atención a un dogma de fe populista: los inquilinos son débiles y los propietarios fuertes.
 
Pero, ¿cómo llegan a esa conclusión? La Argentina es un caso de estudio en las facultades de Economía de las Universidades más prestigiosas del mundo. El caso de un país que, en un espiral descendente autoflagelado -por ningún otro motivo más que las políticas públicas cortoplacistas y populistas; ni una guerra, ni una hambruna, ni un desastre natural de magnitud- pasó de ser la primera economía del mundo en 1895[1], al tristísimo puesto 83 de 141 países incluidos en el Global Competitiveness Report, del World Economic Forum para 2019.
 
En ese derrotero, las personas buscaron (y encontraron) los mecanismos más aptos para protegerse de las crisis y los vaivenes económicos constantes. No hay un mercado de capitales sólido, ni una conducta de inversión y educación financiera desde la más tierna infancia. Así, “los ladrillos” son el único safe harbor en el cual amarrar sus ahorros. Ahorros obtenidos con sacrificios indecibles, o que a cualquier no-argentino desalentaría por completo. En consecuencia, es imperativo replantearse el dogma de fe. ¿Quiénes son, en realidad, los débiles? Con el congelamiento de alquileres, si antes había un “débil”, pues ahora tenemos dos: inquilino y propietario.
 
Aunque es un poco más difícil visualizar a los bancos como la parte “débil” de los contratos, su rol en la sociedad nos lleva a hacerle caso a Frederic Bastiat y mirar un poco más allá. Mirar “lo que no se ve”. Los créditos hipotecarios (y cualquier otro crédito) es otorgado mediante la entrega de fondos recibidos previamente de los depositantes. Esos mismos que golpeaban las puertas de los bancos en el 2002. En este caso, la medida afecta al derecho constitucional fundamental, al derecho humano a la propiedad privada. No sólo la de los bancos, sino el  de los depositantes que fueron quienes hicieron posible el otorgamiento de esos créditos, por lo que, en una situación como ésta, sería razonable decir que “gracias a Dios” son pocos.
 
Si empezamos con las cuotas hipotecarias, ¿por qué no con las cuotas de tarjetas de crédito, al consumo, prendarios y personales? Todos ellos permiten la satisfacción del consumidor en el presente, a costa de la preferencia por el consumo futuro de los depositantes (de nuevo, que son quienes, en realidad, permiten a los deudores el consumo presente).
 
Los incentivos que estas medidas generan probaron ser radicalmente perniciosos. La fijación del precio por parte del estado (los alquileres no son otra cosa que el precio por el uso de un inmueble) interfiere en las señales que el mercado envía cotidianamente para la toma de decisiones de inversión y consumo.
 
Mientras tanto, en Ciudad Gótica… el único estado que aportó a la solución de este gravísimo problema fue el estado provincial de Mendoza. El PEN, el PL y el PJ nacionales, ni . La AFIP, que sería el brazo ejecutor más cercano al “pueblo”, también callada la boca. Por supuesto que ese organismo administrativo, dependiente del Ministerio de Economía nacional, no tiene las facultades constitucionales para imponer ni eximir de impuestos. Pero sí podría determinar medidas paliativas para el diferimiento de pagos. Vinculado directamente al problema económico (los recursos son escasos y las necesidades infinitas), todo el dinero destinado al fisco es dinero que no se destina a sueldos, pago de servicios esenciales y consumo.
 
En una cuarentena como ésta, salvo para empleados públicos, y asalariados formales (al menos por el momento) los ingresos se resienten sensiblemente. Máxime en un país con el 49,3%% de la gente trabajando en la informalidad,. Un escenario en el que la correcta asignación de esos recursos se vuelve más imprescindible aún. Al fin y al cabo, la informalidad es una consecuencia obligatoria para poder subsistir, siendo que la formalización queda reservada para quienes tienen la suficiente espalda financiera como para afrontar los inmensísimos costos de transacción que la interminable carga burocrática estatal demanda, y aún así tener la expectativa de ganancias con el comercio, industria o servicio ofertado.
 
La misma necesidad de hacer una correcta asignación de recursos también aplica al Estado. Sin ir más lejos, según una investigación de Corenberg y  Grandes  (Agosto de 2018), tan sólo durante la era Kirchnerista, en la Argentina se desviaron U$S 36.000 Millones, o un 6% del PBI, a la corrupción.. Si en lugar de ir a parar al bolsillo particular de los múltiples políticos corruptos esos fondos se hubieran destinado a la compra de respiradores (por supuesto que es un ejemplo, y nadie medianamente razonable asignaría la totalidad de esa cifra a un solo insumo), hoy Argentina tendría 1200 respiradores más (a un valor promedio de U$S 30.000 por respirador) de la existencia total estimada en Argentina: 8500 respiradores… de los cuales, según la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, el 80% se encuentran ocupados.
 
CADA VEZ MÁS ESTADO.
 
Desde la segunda Guerra Mundial, el estado benefactor, o el estado de bienestar, se expandió por el mundo. El intervencionismo se globalizó, y salvo en un corto período durante los 80’, en Estados Unidos y Gran Bretaña, y luego en los 90’ después de la caída del Muro de Berlín, el mundo entero se sumió en la religión, en la creencia ciega y dogmática  que convierte al Estado en el dios proveedor todopoderoso.
 
Los países subdesarrollados como Argentina son, hoy en día, los más golpeados por esas creencias, y los dioses con pies de barro (los políticos) se enfrentan a las terribles consecuencias de AÑOS de malgasto público y despilfarro demostrando la total ineficiencia de la política a los fines de administrar recursos ajenos. Y haciendo palmariamente obvia la insuficiencia de bienes y servicios públicos en materia de salud.
 
El encierro obligatorio dispuesto por el PEN, de modo absolutamente inconstitucional, magnifica los temores de la población. Y esta situación plantea la aparición (o también aumento, en algunos casos) de las paranoias más desoladoras. Aquellas que demandan con suma urgencia una figura “salvadora”, o al menos “protectora”. Y quién mejor que el “Estado”, emitiendo publicidad oficial de manera incansable, con sugerencias y consejos para la prevención, pero también con mensajes amenazantes a quienes se retoben contra el cercenamiento de las libertades individuales ambulatoria y de reunión, principalmente.
 
¿Quiere decir esto que la cuarentena está mal? ¿Que las libertades individuales no deben ser restringidas? ¿Que la pandemia “no es para tanto”? En principio, y por la información pública brindada por epidemiólogos y especialistas, parecería ser que la cuarentena es, efectivamente, el mejor de los remedios para terminar con el virus.
 
Pero también los economistas alertan sobre las terribles consecuencias que esta medida profiláctica va a significar.
 
No hay disyuntiva real. La economía afecta a la salud, y la salud afecta a la economía. Lamentablemente, los economistas están altamente devaluados en relación a los epidemiólogos. Al fin y al cabo, el mensaje de estos últimos ofrece una posibilidad espectacular a políticos demagogos y populistas para reforzar la idea de “conducción”, acumulación de poder propio y, con un poco de suerte, la instauración de la figura salvadora. Algo a lo que estamos acostumbrados (¿condenados?) los argentinos.
 
Pero estas reflexiones no apuntan a destruir la razonabilidad de la medida, sino el agravamiento de serios rasgos totalitarios en los políticos, especialmente peronistas. Y el afloramiento de esos rasgos en muchos ciudadanos. Los grupos de Whatsapp vienen sirviendo de fabuloso laboratorio social para estudiar a los especímenes que los componen, decidiendo -por un mecanismo que parodia la democracia directa- alegremente sobre las vidas de los otros; instaurando “comisarios de cuadras” o sirviendo de jueces ad-hoc, que condenan con el máximo rigor que el escarnio público permita, a quienes violen la cuarentena.
 
La situación plantea una disyuntiva -creo- más grave que la de “economía” vs. “salud”. La verdadera alternativa es “más estado” o “más libertades”. Y todo parece sugerir que la primera es la opción que va a salir ganadora. Especialmente si el aislamiento funciona como profilaxis, y la cantidad de infectados no se desmadra como en Italia o España. Gol para Alberto.
 
Sin embargo, tengamos presente la historia reciente para no perder de vista que la sociedad argentina es -particularmente- veleta. En 1983, Alfonsín ganó las elecciones diciéndole a la gente que “con la democracia se come, se cura y se educa”. Apenas dos años después, la inflación empezó su camino hacia la hiper, y la demanda popular de “democracia” se convirtió en “economía”. Cinco años y medio después de la promesa esperanzadora, Alfonsín dejó el gobierno seis meses antes, porque era eso o el revival de golpes militares. La primera demanda fue satisfecha. La segunda… te la debo.
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Es decir, el gobierno hoy parecería estar dándole “al pueblo lo que es del pueblo”: una respuesta a la demanda de “salud”. Pero cuando esa demanda desaparezca, por las razones que sean, ¿qué respuesta le dará a la demanda de “economía”? El panorama, para entonces, se presenta realmente desolador.
 
Ante estas circunstancias, se plantea una nueva y alentadora oportunidad para quienes adherimos a las ideas de la libertad individual, el libre mercado y la sociedad abierta (por oposición a la cerrada, y no precisamente por la cuarentena).
 
Difícilmente suceda, pero qué pasaría si una vez levantada la cuarentena el gobierno tomara tan sólo dos medidas: eliminación del IVA para todos los productos alimenticios, al menos hasta fin de año; y la apertura de la economía. La primera de ellas fue puesta en práctica por Macri durante sus últimos estertores antes de irse del poder. Según datos del INDEC, entre los meses de Agosto y Diciembre de 2019 la venta en supermercados cayó un promedio del 5,22% interanual. Las elecciones, y la devaluación sufrida como consecuencia del resultado electoral de Octubre impactaron, seguramente, en las decisiones de consumo. Esas particulares circunstancias impiden llegar a conclusiones razonablemente concluyentes sobre el impacto de la quita del IVA como factor determinante para estimar su eficiencia o ineficiencia al momento de decidir las compras.
 
Pero, independientemente de esto último, el problema de la escasez siempre será menos grave de permitir a los propietarios de los recursos decidir sobre el destino de los mismos, en lugar de asignarlos al pago de impuestos para que sea el regulador central quien determine cuál será ese destino. No olvidar la pérdida de los U$S 36.000 Millones que pasaron del sector privado al público para terminar, muy posiblemente, en las Islas Scheylles, en lugar de más respiradores artificiales.
 
Los liberales debemos tener presente que somos, hoy en día, soldados en pie de guerra por la libertad. Cualquier oportunidad, por más mínima que parezca, colaborará a promover el pensamiento crítico en las personas. Los grupos de WA, sin ir más lejos, sirven como campo de batalla, y nos permiten plantarnos frente a la sartada de sandeces, opiniones fascistas y atentatorias contra otras libertades (de paso, y ya que estamos) además de las libertades de circular y reunirnos.
 
La disyuntiva “economía” vs. “salud” no existe más que en el imaginario populista del peronismo en el poder. La verdadera disyuntiva es “más” o “menos” recursos. Más o menos libertad.
 
Volviendo a  Bastiat, que nos enseña a mirar  “lo que se ve y lo que no se ve”, no podemos, ni debemos, olvidar que los recursos son escasos y las necesidades infinitas. Y que tanto recursos como necesidades son privativas de cada uno de nosotros. De ahí la vital importancia de ser libres para decidir. Y luchar, con todas nuestras fuerzas, contra los embates totalitarios del estado que hoy en día cercena las libertades de circulación y reunión. Pero que se está frotando las manos mientras prepara más ataques a otras libertades individuales. La propiedad privada está en la primera línea de ataque. Este es un buen momento para propinarle otra paliza. Hoy, en Argentina, es apenas una sombra de lo que fue a fines del Siglo XIX y principios del XX.. Estamos obligados a protegerla. Sin la libertad individual, no hay “salud” que aguante.
 
 

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