Una lección sobre el efecto del coronavirus para la Argentina

Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Las columnas proféticas
sobre el post Covid-19 se expanden tanto como la capacidad de ataque y
propagación del virus. El problema es que muchas son en extremo esperanzadoras,
idílicas, casi revolucionarias respecto a una cambio estructural sobreviniente
en nuestra forma de vida local.
Si hay algo que nos ha
demostrado buena parte del siglo pasado y el que transitamos es que la
Argentina es un país conservador en materia política y económica, y con
sectores rupturistas en artes y letras. En definitiva, un híbrido ralentizado
por dirigencias petrificadas. Cuando digo conservador no asimilo a esto a
derecha, necesariamente, sino a posturas tradicionalistas y dispuestas a
mantener hábitos aceptados socialmente instituidos por prácticas dirigenciales
que han sido responsables de la administración del poder: la liga de
gobernadores peronistas en líneas generales. Estos han configurado un modo de
pensar y administrar un horizonte de posibilidades para la sociedad, imponiendo
mayoritariamente las cuestiones que son importantes y trascendentes en la
agenda pública y en las políticas estatales.
Esa cosmovisión
conservadora nos trajo hasta acá anteponiendo el Estado a los grupos
intermedios y a los individuos. Las provincias del norte y sur del país son los
mejores ejemplos. Allí se anteponen tradiciones ante que procesos de
modernización. Nos encontramos con empresarios en connivencia con el poder
local y nacional antes que sectores competitivos con el mundo y apostando por
emprendedores. Nos anteponen un gasto social orientado a la susbsistencia y no
a la asistencia para permitir la autonomía individual y ascenso en la escala
social. Nos normalizaron que lo normal es legislar e intervenir todo lo posible
ante el temor de la decisión descentralizada o espontánea.
Motivo por el cual, la
opinión pública mayoritaria y el sentido común imperante se impregnan a diario
de esta perspectiva conservadora y espera soluciones globales de la dirigencia
entendiendo que no hay recursos válidos en la sociedad civil como motor del
cambio en situaciones de normalidad y de resiliencia en situaciones de
excepcionalidad.
Por esto, han vuelto
como un coro westfaliano, a poner de modo unificado en el centro de la
escena al Estado y al aparato político y clientelar ante todo. Ya no
permitieron que el mercado sea también un encargado de ofrecer
soluciones. Nunca hubiesen dejado que esto ocurra, necesitan que la confianza
vuelva a ser depositada sólo en el cuerpo tradicional político para que le
quede claro nuevamente a las sociedades que las sostiene el Estado no el
mercado, por eso lo intervienen. No hay en esta perspectiva paternalista
posibilidad de plantear interdependencia o relaciones público-privadas que
colaboren. Dictada la emergencia, vemos como la refeudalización se
acrecienta.
Entonces, el tiempo del
post coronavirus, será un tiempo que lejos de mostrar a nuestra sociedad que
cambia y revoluciona su cosmovisión y hábitos nos habrá dejado postales
elocuentes de la tenue modernidad institucional y social que hemos desarrollado
gracias al poco apego al espíritu y régimen constitucional y sus normas
operativas. También nos habrá dejado un nuevo ejemplo, histórico, sobre la
falta de un Estado efectivo, ágil, plenamente operativo en sus funciones
básicas e ineludibles. Y finalmente, una postal de una sociedad civil retraída
en su potencial.
Ello invita entonces a
pensar en que todavía nos debemos como sociedad llegar a implantar tres
dimensiones: 1- Una real modernidad en la relación sociedad y Estado, 2- Un
proceso de modernización político-administrativo que legalmente hablando se
sustente en normas que se adecúan a los tiempos inestables que corren, 3- Un
triunfo de la tesis de los integrados de Eco para las dimensiones de:
e-commerce, tele-medicina, tele-trabajo, sistemas autónomos e inteligencia
artificial, todo esto esperando la llegada del 5G, ¿Por Ezeiza, desde EEUU o
China?
Sólo quizás si aumenta
el reclamo social podrá aplicarse el impulso integrador para abrir
definitivamente a la black box del Estado: para trámites con la
administraciones públicas a distancia, sin vetos ni chantaje, más
transparencia, integridad y gobernanza aplicada en políticas públicas para cada
vez menos excepciones a un gobierno de mesa chica.
Lo último, como
corolario, si hay algo que quedó fuera de foco es la superflua discusión sobre
el final del capitalismo, del neoliberalismo, del individualismo consumista y
del medio ambiente que resurge ante nuestra retirada. Quedaron fuera de foco,
por mostrar la falta de argumentos, las posiciones que dan por muerto algo que
no existe en esta época hiperregulada por los Estados. En verdad, el
problema sigue siendo un capitalismo de amigos o socios protegidos para
explotación de recursos y con posiciones oligopólicas gracias a las
habilitaciones y acuerdos con funcionarios de turno. Maniatada la producción,
se refleja sus opacidad en los restantes ámbitos sociales.
Recuperando las ideas
centrales sobre: la necesidad de volver a la modernidad, recuperar una senda de
modernización y avanzar en una integración, podríamos plantearnos
paradójicamente como revolucionario, en este contexto descripto, la necesidad
de exigir mayor públicidad y transparencia en la gestión de la dirigencia toda.
Para un futuro quedará
entonces, poder alentar y aspirar a que ocurra una transformación novedosa que
conforme un nuevo espacio público abierto en donde la sociedad recupera su
centralidad y la política el servicio.
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