No es una guerra
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Ciber-sexo y ciber-espionaje… mala combinación”
El gobierno y los medios de comunicación repiten
una y otra vez, que estamos en guerra contra un enemigo oculto, contra
un virus que invade nuestro espacio personal de convivencia, los lugares
de trabajo, de esparcimiento, de sociabilización. Este virus y las medidas de contención
dictadas por el gobierno, nos ponen en retirada, nos están sitiando
y nos han llevado a buscar refugio en nuestros hogares.
Todo este lenguaje bélico no es accidental. La idea implantada de: “tiempos desesperados requieren medidas desesperadas” (¿Almirante
Nelson?) es la justificación necesaria para “manotearle”
los derechos individuales a los argentinos (a vos, a mí, a todos).
Del mismo modo en el que un general
presiona a sus soldados hasta el límite, pero sin superarlo; el gobierno
va “tanteando” hasta donde puede
avanzar sobre nuestras libertades. Un
claro ejemplo fue el “globo de ensayo”
sobre la estatización de la salud privada, aunque en este caso no fuimos “los de a pie” los que reaccionamos,
sino fueron los lugartenientes del gobierno, los sindicalistas pusieron el
grito en el cielo, temerosos de perder el manejo de las obras sociales, “la gallina de los huevos de oro”.
Hoy los argentinos no pueden determinar los
precios a los que quieren vender sus productos, incluso ni siquiera pueden
decidir cómo acomodarlos en las góndolas.
Tampoco pueden adecuar a la pandemia los modos de producción de sus
fábricas o comercios, ni organizar el trabajo de su personal. No podemos salir de nuestras casas y la
Policía del Pensamiento realiza “ciber-patrullaje”
sobre nuestras publicaciones en las redes (cuidado con seguir el consejo del
cybersexo, salvo que seas exhibicionista).
El Congreso no trabaja, la Justicia no
trabaja, la oposición (cambiemos e izquierda) han desaparecido y el Ejecutivo
gobierna con DNUs a su voluntad sin ningún tipo de límite ni control. Dice la RAE que una dictadura es un “régimen político que, por la fuerza o
violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización
y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”. Esta definición se ajusta bastante a nuestro
hoy.
En la Antigua Roma, los dictadores eran
nombrados para resolver crisis extremas y su ejercicio no podía superar los 6
meses. Paradójicamente uno de los
motivos de nombramiento, fue el “clavi
figendi causa”, un importante rito religioso que consistía en clavar un
clavo en la pared del templo de Júpiter Óptimo Máximo como protección contra
la peste. Vaya coincidencia.
Lo que si no coincide con nuestros
políticos actuales, es el espíritu de los dictadores romanos originales. Tal fue el caso de Cincinato, quien estaba
arando sus tierras cuando el Senado Romano lo nombró dictador para que
derrotara a los volscos y los ecuos. Lo
cierto es que en tan sólo 2 semanas Cincinato cumplió su misión, renunció a su
cargo y regresó a sus tierras a seguir arando, a pesar de que tenía “el derecho” de ser dictador por 6
meses.
Cincinato fue siempre considerado como
ejemplo de ciudadano virtuoso, algo demasiado alejado de la caterva de
gobernantes que padecemos.
Hay un aspecto de todo este tema bélico en
el que quiero hacer hincapié. Este
machacar continuo del estado de guerra actual contra el virus, ha
convertido al personal de salud y de seguridad, en los soldados que
están en el frente de batalla. Los
llaman héroes y resaltan su valor, su entrega desinteresada y abnegada, y
enaltecen su coraje al poner en riesgo sus vidas para defender
a los argentinos.
Esto de ser nombrados héroes no es nada
bueno, si releemos la historia sabremos cómo termina. Termina como terminaron los soldados que
volvieron de Vietnam, o los que volvieron de nuestras Malvinas: olvidados en un
rincón, rechazados por sus compatriotas y recibiendo limosnas.
¿Exagero?, no creo. ¿Acaso ya no ha habido varios casos de
argentinos que quieren desterrar a su vecino médico del edificio?, ¿no
es cierto que las autoridades hacen oídos sordos a los reclamos por elementos
de protección básicos por parte del personal que está en el frente de batalla?, ¿alguien desconoce
que estos héroes, defensores de nuestra salud cobran una miseria?
Esta fue, es y será la triste realidad. Los médicos, enfermeros, el personal de
seguridad y los docentes, seguirán cobrando menos que un chofer de colectivo,
que el servicio técnico de un electrodoméstico o que un asesor de un
legislador. Las personas y sobre todo
los políticos, pronto olvidarán los
sacrificios y los riesgos que asumieron estos profesionales, quienes sólo
volverán a ser noticia cuando reaparezcan los juicios de mala praxis o las
denuncias de gatillo fácil. A propósito,
¿no les llama la atención la ausencia de acusaciones contra los médicos y los
policías en los últimos meses?
Todo esto es preocupante y muy penoso. Pero lo verdaderamente dramático, más allá de
lo económico, son las libertades que vamos a perder en esta cuarentena. Cuando los gobernantes muerden un “cacho” de poder son como los bulldogs,
no lo sueltan más y nuestros políticos han avanzado sobre nuestras libertades
sin que opongamos resistencia.
Por todo ello, es tiempo de despertar y de
ponerle límites al poder. Es tiempo de
demandar y no de someterse. Es tiempo de
recuperar nuestra soberanía personal de manos de quienes se abusan del atributo
que les hemos delegado (no regalado).
Exijamos respeto, exijamos que el estado (sobre todo los políticos) haga
un verdadero ajuste de sus gastos y dejen de asfixiar con impuestos a los que
producen.
La pobreza, el hambre y el frio se acercan,
y sólo con el trabajo y la producción del sector privado podremos salir
adelante. Basta de esclavitud
impositiva, dejemos de ser el factor de ajuste de sus despilfarros. No más, nunca más.
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