El peligro de apedrear la democracia
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
“Queremos
manifestar enérgicamente que esta crisis no debe ser sacrificando los derechos
y libertades que ha costado mucho conseguir. Rechazamos el falso dilema de que
estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad,
entre el Ogro Filantrópico y la muerte”
Mario Vargas Llosa
Nadie podrá negar que los ex presidentes Raùl Alfonsín y
Mauricio Macri tuvieron buenas
intenciones cuando llegaron al poder. Ambos buscaron salir exitosos de su
función y ambos fijaron metas de progreso para el país. Pero, si bien
respetaron las instituciones
democráticas, fallaron en la política
económica. Aunque las metas sean maravillosas, si no se acierta en los medios
para lograrlas se fracasa, y lo que es
peor, a veces se prepara el camino para
que suceda lo peor. Alfonsín tuvo un inesperado buen sucesor, el Dr Menem,
quien se animó al cambio de rumbo necesario para ir hacia una economía libre,
aunque su procedencia política fuera de las filas del peronismo. El presidente
Macri no fue tan afortunado: la mayoría votó por la vuelta de un gobierno que
se distinguió por representar al peor peronismo, no solo por las ideas erróneas
en el manejo de la economía sino en la acción premeditada de destruir la
democracia.
Hoy parece que
la historia intenta repetirse: la vicepresidente, Cristina Kirchner, entre
otras maniobras anticonstitucionales, ha blindado la información del gobierno y
otorgó al Secretario de Justicia, Juan Martín Mena -ex subjefe del espionaje
nacional- la facultad de negar los pedidos de acceso a la información pública. No
podemos conocer las acciones del gobierno si se niegan datos públicos sobre sus
actividades.
Cristina Kirchner no ha perdido las mañas.
Continúa queriendo imponer su voluntad aunque sus acciones vayan en contra de
la transparencia y las leyes de la República. El presidente Alberto Fernández,
en nombre de mejorar la democracia, no se queda atrás. Apenas asumió anuncio una reforma integral del sistema de
justicia con la intención de ayudar a
Cristina Kirchner a evitar sus rigores. Nadie le ha negado a los ex
funcionarios kirchneristas, responsables de tremendos actos de corrupción, respetar la norma que niega la posibilidad de ser condenado sin
juicio previo, aporte de pruebas, derecho de defensa y jueces imparciales. La
verdad, no puede ser relativa a un grupo social o a un individuo por más que
esa persona o grupo sostengan lo contrario. Los actos de corrupción perpetrados
por los acusados del gobierno kirchnerista
están confirmados por suficiente
cantidad de datos recogidos con ecuanimidad.
La democracia
que mejoró durante el gobierno de Mauricio Macri, permitió trabajar con menos
trabas a la Justicia, por lo que favoreció
la transparencia y ayudó a dejar el miedo de lado a quienes tenían datos
comprometedores y a quienes venían investigando al gobierno anterior.
Ante la crisis
económica es imprescindible, preservar el imperio de la ley, y jueces aceptables, no solo agradecidos al
gobierno sino que diferencien entre legalidad y criminalidad, que reverencien
el Estado de Derecho. Las normas mejoran
si las creencias de los miembros de la sociedad acerca de la libertad,
la democracia, y la Justicia, también lo hacen.
Debemos exigir al Estado que proteja las instituciones democráticas para
poder, cuando pase la pandemia, obtener la confianza de los gobiernos
democráticos del mundo y así poder unirnos en una estrecha colaboración y asistencia
mutua que nos permita retornar a la normalidad política y económica lo antes
posible.
Mario Vargas
Llosa, como otros intelectuales y líderes políticos, han alertado a la sociedad
del peligro de hacer el juego, a quienes denostan la democracia liberal, en tiempos donde, por
necesidad, se le permite al Gobierno aumentar el poder de decisión. La filosofía de vida de Vargas Llosa como la
de muchos de nosotros, exalta la libertad. Defiende elementos heredados del
liberalismo como la participación política, la igualdad jurídica, la difusión
del saber a nivel popular, el derecho a
la crítica del propio grupo, además, de
la responsabilidad personal.
No hay duda de
que aumentarán significativamente los índices de pobreza, por lo cual, también
los conflictos sociales. Es por eso que el Estado tendrá un significativo papel
que cumplir: protegernos, garantizando el castigo a quienes no cumplan con el
marco normativo que garantiza la convivencia pacífica. Sin embargo, la
situación de peligro por la pandemia y la crisis económica cada vez más cerca del
desborde, ha forzado a concentrar el poder, por ende, la sociedad debe estar atenta a que
no se comprometa la estabilidad democrática.
Son varias las decisiones del Gobierno que
hacen sospechar que intentará limitar otros poderes que le hacen sombra. Es la
forma que han utilizado los gobernantes con pretensiones autoritarias o
totalitarias, sin excepción. Esas apetencias las disfrazarán tratando de
satisfacer, aunque sea parcialmente, las expectativas e intereses de quienes más sufren por la pandemia y les
resultan necesarios para mantenerse en
el gobierno. Como demostraron en períodos anteriores, los kirchneristas son maestros en el gobierno de “amigos” y en
el ataque a la autonomía personal. Esta vez, debido a que hay poco y nada para
repartir, no les será tan fácil sino debilitan al máximo posible, los poderes
democráticos y republicanos. Para ello han incentivado en las universidades y
en la calle, el desprestigio del sistema democrático. Es lamentable que se
presten a ese peligroso juego, no solo partidarios, socorridos por la propaganda oficial en los
medios, sino también, algunos sectores e
intelectuales de la oposición. Se olvida, que situaciones críticas permiten, si no hay
otros poderes que lo impidan, instaurar poderes absolutos.
El Estado, es garantía de orden, fundamento de
la existencia de la sociedad y fuente de seguridad en las actividades
cooperativas; supone, por otro lado, una amenaza a nuestra integridad ya que
nos da directivas para comportarnos en función de las metas asumidas por él.
Además es un centro de recompensas institucionales o prebendarías, por lo
tanto, le da al gobierno, la posibilidad de manipularlas en beneficio propio. Los
innumerables actos de corrupción del anterior gobierno kirchnerista, no
necesitan explicarlo.
La
democracia hace posible, con grados
variables de eficacia, el control y la remoción de los que toman decisiones. Permite
se los fiscalice por varios medios, uno de los más importantes es la opinión
pública institucionaliza. Hace unos días el Presidente airado por críticas al
gobierno del periodista, Jonathan Viale,
avaló por twitter un comentario ofensivo sobre su aspecto físico. También, Graciana
Peñafort, cercana a la vicepresidente, su abogada y responsable de Asuntos
Jurídicos de la Cámara Alta, expresó, en
claro ataque y amedrentamiento a uno de
los poderes de la República: “Es la
Corte Suprema quien tiene que decidir ahora si los argentinos vamos a escribir
la historia con sangre o con razones, porque la vamos a escribir igual”. Estos son ejemplos que comienzan a preocupar.
La democracia puede
desaparecer cuando algún partido acepta el sistema de partidos provisoriamente,
hasta que llegue la situación en la que cuente con suficiente fuerza para
suprimir a sus rivales. Fue una conducta típica del marxismo, el fascismo, y el
nacional- socialismo, partidos enemigos de la opinión pública, del
mercado del voto, y la competencia
partidaria. Juan Domingo Perón fue un buen alumno. Una vez que llegó a
la presidencia, ignoró a los partidos políticos; gobernó apoyado en las
corporaciones, las cuales los reemplazaron cuando recién se estaban
constituyendo, como instrumento para articular las demandas sociales.
La sepultura o debilitamiento del sistema de
partidos exige siempre la dictadura o el autoritarismo para conciliar el
enfrentamiento que, inevitablemente, se da entre los diferentes grupos. El
riesgo es, que partidos muy doctrinarios
o dogmaticos, como lo es el peronista en
la actualidad, dominado por políticos kirchneristas, pueden, en situación de
crisis, hacer triunfar sus orientaciones de tipo radical.
La democracia sin ser la panacea, es el mejor
sistema para garantizar limitaciones al poder político, en un marco de estado
de derecho y respeto al ordenamiento
jurídico. Es una manera de expandir la libertad, la justicia y el progreso,
organizando las tensiones y conflictos que generan las luchas de poder,
característico de todas las sociedades humanas. Gobernar no debería significar restricción a las
libertades individuales. Si bien la democracia es el gobierno de las mayorías,
debe respeto y espacios para las
minorías, o sea, tolerancia hacia la diversidad. La sociedad debería estar
atenta y denunciar todo intento de
menguar los grados de libertad que la democracia nos permite.
La solución a
la pandemia y a la crisis económica sin duda tendrá infortunados costos, que no
sean la imposibilidad de la libertad y la liquidación de la igualdad ante la ley.
Nuestras acciones deben estar orientadas a que el Estado mejore sustancialmente
en observabilidad, transparencia y rigor administrativo.
“El éxito
consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”, decía
Churchill. Debemos intentar una mayor comprensión de los problemas que en la actualidad preocupan al mundo, sin que nos hundamos en
el miedo paralizante. Sin embargo, no debemos engañarnos creyendo que tendremos
menos problemas en el futuro. Solo
existe la posibilidad de que siendo nuestro conocimiento mayor, las tentativas
por remediarlos sean cada día mejores.
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