La burda idea de amar a ¨La Patria¨
Federico Perazzo
Financista.


“Ninguno ama a su patria porque es grande, sino porque es suya.”

Séneca

 

En términos netamente racionales y elementales, patria es un conjunto de conceptos que un individuo adopta como propio, ilusionándose con un impetuoso sentido de pertenencia. Asimismo, la patria es la delimitación geográfica que da cobijo a un país determinado, en el que historia se desarrolla desde sus orígenes y su cultura se consolida con el devenir de los años. Dicho esto, cabe la siguiente reflexión: ¿Existe un nexo causal entre patria y amor? Nada pareciera indicarlo. No existe lógica que exija semejante acto de devoción, como así tampoco hay lógica que revista un carácter de necesidad en el hecho de amar a un familiar. De modo que urge la siguiente pregunta: ¿Por qué motivo debe amarse a la tierra natal? No existe en la lógica estricta ningún motivo más allá de la voluntad del ciudadano que ama o de los estragos que la inercia cultural haya hecho en su mente.  La patria no despierta necesariamente amor. Uno bien puede oscilar desde la más brutal indiferencia hasta el más inmenso y efervescente deseo de asesinar por ella. Lo cierto es que amor, apatía y odio se anclan en los muchos factores que se suponen del intelecto de los distintos ciudadanos. Sin embargo, nada nos obliga a pensar que nuestro propio país deba ser mejor que el del vecino. De lo contrario, el nacionalismo estará talando nuestra capacidad de juicio. El haber nacido en un territorio y haber asimilado su cultura en nuestras estructuras mentales no son señal suficiente para despertar sentimientos “positivos”.

Se me antoja decir que quienes aman a su patria de forma radical se ven estancados en un laberíntico agujero de toscas emociones. Querer a un país natal y no así al país limítrofe es comprensible habida cuenta los lazos emocionales que representan un lugar respecto del  otro. Sin embargo, me pregunto, ¿son razón suficiente dichos lazos para determinar que mi nación es mejor que la nación contigua? Puede que lo sea como puede que no. En el mejor de los casos, puede que no lo sepa. Aun así, una innumerable cantidad de individuos opta por sentenciar una presunta supremacía de su pueblo por el simple hecho de haber nacido en él. Semejante osadía equivale a razonar del siguiente modo: “Los Galindez son unos genios, son mi familia”. De modo que se incurre en una lógica viciada. Si ser pariente de tales personas los convierte en gente virtuosa, uno debe ser, por lógica, tan virtuoso como ellos. De modo que creer que un país de origen vaya a ser mejor que otro por el simple hecho de verme nacer, no es más que un acto de inmenso narcisismo, pues en él proyecto todas mis facultades positivas. Es lo que Nicolas Chauvin originó con su patrioterismo desmesurado y que dio origen al chauvinismo.

Se puede amar a la patria sin decir que ella es la mejor entre las patrias. El amor por ella es netamente preferencial, no deriva de una necesidad lógica y, por lo tanto, no es inmoral no amarla mientras no se actúe en su contra.

Las naciones se crean y se diluyen al compás de los tiempos y sin embargo tanta sangre tuvo que correr bajo el nombre de cuantiosas fronteras. Por ello entiendo que inmolar toda existencia humana en resguardo de algo tan pasajero como la patria es un absurdo. No hay nada verdaderamente significativo como para contribuir a las grandes atrocidades bélicas que nos imponen los Estados. Si tan solo pudieran desprenderse del velo del nacionalismo fanático, quizás darían cuenta que es más aquello que nos hermana de lo que nos divide.

Muchos de los grandes genios de la humanidad se mostraran indiferentes frente a los avatares que suponen las nacionalidades y, en su lugar, ocuparan su inteligencia- desde sus respectivos campos de estudio- en aquellas cuestiones que promueven el verdadero progreso de éste fantástico planeta que habitamos. No es casual. Ellos son el verdadero progresismo, puesto que no se han estancado en nociones insignificantes sino que abrazaron (y abrazan) lo que es eterno: el conocimiento.  
 

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