La amenaza a la iniciativa individual
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
La
economía preocupa al mundo entero, pero como sucedió luego de la Segunda
Guerra, saldrán más rápido de la crisis provocada por la pandemia, quienes
estén más preparados, e inspiren mayor confianza a los inversores, quienes
miraran con microscopio dónde se encuentran las mejores oportunidades. Habrá
que acertar con el rumbo económico, luego de una primera etapa en la que los
gobiernos tratarán de auxiliar a quienes más lo necesiten, y de alentar a las empresas con más
posibilidades de ayudar a salir de la crisis, eliminando los obstáculos a la
iniciativa individual.
No
será el caso de nuestro país. En una economía, dirigista, estatista e
inflacionaria, será muy difícil inspirar confianza a quienes tengan fondos para
invertir, sin lo cual, dejan de tener
importancia los recursos naturales. Y,
aunque se abriera la economía,
con la ineficiencia que aqueja a
buena parte de las empresas, más el peso de las regulaciones estatales, sumado
a la parálisis provocada por el
coronavirus, pocas de ellas podrían competir internacionalmente. El Gobierno
debería preparar el camino para que pronto pudieran hacerlo, dejando de lado,
continuar, indefinidamente, con el sistema que no ha permitido despegar al país, y nos ha llevado al
escenario actual que los economistas denominan stagflation.
La combinación de inflación con depresión
económica, desempleo y precios en alza, está aumentando los grados de
incertidumbre; de seguir así, llegará a
un nivel crítico, que obligará a buscar soluciones. Ya hemos vivido períodos
inflacionarios, donde la gente deja de
tener parámetros que guíen su conducta,
provocando un peligrosísimo estado de indecisión en toda la población.
No se puede, a esta altura, seguir tomando medidas con criterio político, solo
destinadas a mantener la popularidad del Gobierno. En la situación actual
llevaría al infierno.
El coranavirus demostró cuan rápidamente se pueden aumentar las
regulaciones. Esto conlleva en sí, el
peligro de un desenlace autoritario. El
Gobierno continúa coqueteando con los problemas. La solución es
atacarlos todos a la vez, con un plan de estabilización realizado por
especialistas y con un ministro de economía que inspire confianza y dirija la
puesta en práctica, sin olvidar que solo la economía de mercado podría
satisfacer las demandas básicas de la sociedad. Se precisaría, una vez
más, del sacrificio general, ya que los
gastos no deberían sobrepasar los recursos obtenidos vía
impuestos. Tampoco se podría
alimentar el ego de los gobernantes con proyectos fastuosos, se
requeriría postergarlos en pos del saneamiento monetario y financiero.
Si no
se logra una moneda estable y estructuras económicas sanas, como desde hace
tanto tiempo los economistas liberales reclaman, seguirá bajando el nivel de
vida. La crisis debiera empujar para que, lo más rápido posible, se reforme el
Estado y se realicen otras transformaciones que hacen al mejoramiento de la
economía. Deberíamos emprender el camino,
aunque costara al principio, sabiendo que mucho peor sería imitar el
modelo venezolano. Luego, cuando pasara el peligro, se podrían hacer promesas
de bienestar y prosperidad.
En
resumen, la gran tarea para transformar la estructura económica es estabilizar
la moneda, liberar los precios y reducir el gasto público, y también ir hacia
una profunda desregulación de todas las actividades económicas dentro del orden
jurídico constitucional.
Cuando
los niveles de inflación se disparen no podrá resolverse el problema de a poco.
Habrá que estabilizar la moneda de golpe como se hizo en el Gobierno del ex
presidente Menem. No podremos seguir sin inversiones productivas, tasas de interés altas, sin reducir el gasto
público, financiando el déficit creando
moneda, directa, o indirectamente, para lograrlo.
Cerrar
la economía, regimentarla, seguir estatizando es quedarse atrás. El sector
público termina con el espíritu creativo y el incentivo que permite la
libertad, amén de disminuir la eficiencia y la productividad que, por lo general, alcanza el sector privado.
La
industria argentina, salvo raras excepciones, ha dependido de la ayuda del
Estado, el cual, no da puntada sin
hilo, a cambio de sus favores, durante
décadas, ha aumentado su injerencia en la economía. Cuando las empresas de un
sector obtienen protección siempre es a costa de la desprotección de otros.
Mediante convenios o acuerdos directos
con el Gobierno algunas empresas obtienen,
en caso de adherirse voluntariamente, un
sinnúmero de privilegios para su propio beneficio, en franco perjuicio del
resto de las empresas y de los consumidores. Las que no adhieren
voluntariamente, se ven excluidas del otorgamiento de estos beneficios
conmoviendo sus posibilidades de
competir y hasta de sobrevivir. Es por ello, que no se ponen de acuerdo,
incluso las que quisieran, a remover las
barreras al comercio, lo cual beneficiaría
a todas. Por el contrario, las desprotegida se ven obligadas a comprar a
las predilectas del Gobierno, por lo que no tienen más remedio que pedir,
también, protección. Y así se convierten
en parte del sistema vicioso.
Los
partidos políticos actuales se diferencian poco en las proposiciones
económicas. Es por eso que los partidos liberales deben ofrecer una propuesta
clara, que deje atrás la demagogia, atrayendo a las voces más confiables del
país para que ayuden a exponer la gravedad de los problemas, los cuales, ya
están pasando por la puerta principal, de lo contrario, no habrá más remedio que sentarnos a observar
cómo se debilitan, aun más, el bienestar
y la libertad de los argentinos. Sin un plan global e integral y sin opinión pública que lo apoye no hay
solución posible.
Nos va
a alargar la crisis, la homogeneidad de ideas de la mayoría de nuestros
dirigentes políticos. Hay escasez de liderazgos
bien informados, con una concepción coherente del mundo y de las
circunstancias reales del país, que tengan voluntad y coraje para tomar
decisiones difíciles como desregular lo más que se pueda la economía. Son muy
pocos. Ello se debe a que la mayoría de los argentinos fueron amamantados con
ideas socialistas, la fatal consecuencia fue que el Estado también se
entrometió en la educación. Éste no da
una amplia oferta educativa, donde los padres puedan tener más posibilidades de
elegir cómo y dónde se educarán sus hijos. El conocimiento, a nivel estatal, se
maneja con criterios políticos ajenos a las normas constitucionales, se enseña
lo que se les ocurre a los funcionarios, menoscabando la libertad de los
establecimientos educativos. Casi no
existe competencia entre ellos. Se cree
que con rígidos controles se puede manejar el sistema olvidando que la educación
requiere libertad y responsabilidad. Los
adolescentes terminan el secundario sin tener, por ejemplo, una cabal
comprensión de cómo funciona la economía de mercado, el Estado benefactor y en
qué se diferencian. Las materias de
Ciencias Sociales del ingreso a la Universidad son un lavado de cerebro. No hay
objetividad, la historia argentina está cargada de imprecisiones y adjetivaciones.
Son materias de adoctrinamiento. De allí surgieron quienes hoy nos
gobiernan, tienen ideas socialistas, por ello nos costará tanto salir del estado de postración actual.
A los
funcionarios se les pasa por alto que el
notable éxito de Argentina, en el siglo XIX y principios del XX fue obra del
sistema capitalista. Permitió, con
nuevos medios de transporte, barcos y ferrocarriles, ayudar al mundo a vencer el
hambre que era el común denominador de la época. El puntapié inicial de ese
progreso fue la Constitución alberdiana, los alimentos se hicieron
accesibles a sectores cada vez más
numerosos, y la producción industrial comenzó a desarrollarse. Olvidar en las
escuelas y universidades lo que hizo la grandeza de nuestro país, es causa
fundamental de nuestros fracasos.
La libertad depende de que no se congele a la
sociedad: la lucha de ideas, la competencia, la rivalidad, la tolerancia dentro
de los cánones de una ley que proteja a todos por igual, constituyen la savia
que civiliza y produce gente innovadora que trabaja para el mejoramiento de la
sociedad. Si el Estado absorbe muchas áreas de la vida social, se convierte en
victoria para el autoritarismo o el totalitarismo.
Hoy, el Gobierno se apresta a asaltar a
quienes producen, a quienes ponen recursos propios a disposición del mercado lo
más eficientemente posible, de este modo aumentará los trastornos de la
economía y bloqueará la competencia y el trabajo empresarial; con el nivel
exorbitante de impuestos seguirá socavando los incentivos y la producción.
Sin recursos para cooptar a las masas y a los
líderes sindicales, y con funcionarios elegidos, no por la preparación, sino
por reconocida lealtad, sobrevendrá la extenuación de la sociedad civil, el
autoritarismo, como ya se insinúa, salvo que ocurra un milagro.
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