Durante una crisis, el pesimismo es natural pero el realismo es necesario
Marian Tupy
Editor de HumanProgress.org y analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global. 



Con la cuarentena del COVID-19, la ansiedad y la depresión están aumentando. Sería irresponsable menospreciar los riesgos que el coronavirus constituye para la salud y la economía de EE.UU. Pero el pesimismo en exceso tampoco le conviene a nadie. Los problemas y sus supuestas soluciones deben ser evaluados con la cabeza fría y dejando a un lado las pasiones. Los datos, la lógica, la razón y la ciencia, no las emociones, deben guiarnos en este tiempo de problemas. 
Desafortunadamente, algunos de nuestros impulsos más primitivos evolucionaron en un momento en que el mundo era muy distinto al nuestro. “Nuestros cráneos modernos contienen una mente de la edad de piedra”, señalan Leda Cosmides y John Tooby de la Universidad de California en Santa Barbara. La mente puede ser decididamente perjudicial en su intento de ayudarnos a abordar los problemas actuales, incluyendo aquellos de la ansiedad y la depresión.
¿Qué tipo de “hábitos de la mente” hemos desarrollado a lo largo de cientos de milenios que pasamos viviendo en un mundo que era más inhóspito que el nuestro? Primero, hemos evolucionado para priorizar las malas noticias. El destacado psicólogo de la Universidad de Princeton, Daniel Kahneman, escribió en su libro de 2011 Pensando rápido, pensando despacio: “Los organismos que tratan a las amenazas como algo más urgente que las oportunidades…tienen una mayor probabilidad de sobrevivir y reproducirse”. Ese es un impulso muy poderoso que puede engañar incluso a los observadores más desapasionados y racionales. 
Como Mark Trussler Stuart Soroka de McGill University en Canadá descubrieron en su estudio de 2014 que aún cuando la gente dice de manera explícita que está interesada en más noticias buenas, los experimentos que rastrean las miradas muestran que de hecho están mucho más interesadas en las noticias malas. Los autores del estudio concluyen que “Sin importar lo que digan los participantes” la gente “muestra una preferencia por el contenido de noticias negativas”.
De manera que cuando lea las noticias, asegúrese que de además de leer acerca del último conteo de muertos por COVID-19, también se entere de los últimos avances tecnológicos, médicos y científicos que lograran que se acabe la pandemia. 
Segundo, como el psicólogo de la Universidad de Harvard Steven Pinker señaló en su libro de 2018 En defensa de la Ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso, la naturaleza del conocimiento y aquella de las noticias interactúan de formas que nos hacen pensar que el mundo está peor de lo que realmente está. Las noticias, después de todo, se tratan acerca de cosas que pasan. Las cosas que no suceden no se reportan. Como él señala, “nunca vemos a un reportero diciéndole a la cámara, ‘Aquí estamos, en vivo desde un país donde no se ha dado una guerra’”. Los periódicos y otros medios, en otras palabras, suelen enfocarse en lo negativo. Como el viejo adagio periodístico dice, “Si sangra, va en la portada”.
Recuerden que además de los horrores del COVID-19, hay muchas cosas buenas que todavía se están dando en el mundo. Si, incluso en medio de la pandemia, la gente se enamora, nacen bebés sanos y la gente ayuda a extraños a sobrevivir estos tiempos duros. 
Tercero, la prensa rara vez provee un análisis de “comparado con qué” o pone a los eventos terribles en un contexto “adecuado”. El coronavirus es letal, pero no es la plaga bubónica, que tuvo una mortalidad de 50 por ciento, o la plaga de septicemia, que tuvo una mortalidad de 100 por ciento. Afortunadamente para el bienestar a largo plazo de nuestra especie, hemos vuelto a estar alertas ante el peligro mortal que representan las enfermedades contagiosas con un virus mucho menos letal. Ojalá los recursos humanos y financieros serán desplegados por los gobiernos y el sector privado para asegurar que la próxima vez estemos listos. Las leyes cambiarán y las regulaciones optimizadas para garantizar que seamos más sagaces, esto es más ágiles, para responder a las emergencias en el futuro.
Cuarto, la llegada de las redes sociales hace que las noticias negativas sean inmediatas y más íntimas. Hasta hace relativamente poco tiempo, muchas personas sabían muy poco acerca de las numerosas guerras, plagas, hambrunas y desastres naturales que ocurrían en partes lejanas del mundo. En 1759, el filósofo escocés Adam Smith escribió en su Teoría de los sentimientos morales,
“El contratiempo más frívolo que pudiese sobrevenirle daría lugar a una perturbación mucho más auténtica. Si fuese a perder su dedo meñique mañana, no podría dormir esta noche; pero, siempre que no los haya visto nunca, roncará con la más profunda seguridad ante la ruina de cien millones de semejantes y la destrucción de tan inmensa multitud claramente le parecerá algo menos interesante que la mezquina desgracia propia”.
Aún así, como rápidamente estamos descubriendo, el Internet en general y las redes sociales en particular también nos están permitiendo trabajar, mientras que mantenemos el distanciamiento social. Nos permiten aprender acerca del sufrimiento de otros, incluyendo de aquellos que se encuentran en lugares lejanos, y también nos permiten ayudarlos.
Quinto, el cerebro humano también suele exagerar el peligro debido a lo que los psicólogos denominan como “la heurística de la disponibilidad” o un proceso de estimar la probabilidad de que se de un evento basándose en la facilidad con la cual los ejemplos relevantes se vienen a la mente. Desafortunadamente, la memoria humana recuerda los eventos por razones distintas a su tasa de recurrencia. Cuando un evento surge porque es traumático, el cerebro humano exagerará qué tan probable es que vuelva a suceder.
Ahora, decenas de miles de personas están luchando por sus vidas con la ayuda de respiradores. Otros han perdido esa batalla. Mientras que el resultado es trágico, no asuma inmediatamente que ese es el resultado que le espera a usted. Para mantener la depresión y la ansiedad bajo control, piense en cambio en las decenas de miles de personas que se están recuperando.
Sexto, como los psicólogos Roy Baumeister de la Universidad de Queensland y Ellen Bratslavsky de Cuyahoga Community College descubrieron, “malo es más fuerte que bueno”. Considere cuán más feliz puede imaginarse a sí mismo. Luego considere: cuán más triste puede imaginarse a sí mismo. La respuesta a la segunda pregunta es: infinitamente. Las investigaciones demuestran que la gente teme más las pérdidas de lo que disfrutan las ganancias; se enganchan más en los retrocesos que lo que gozan de los éxitos; resienten más las críticas que lo que se sienten alentados por las felicitaciones.
Trate de no pensar mucho en los peores escenarios del COVID-19 y siempre recuerde que, considerando las estadísticas, la mayoría de las personas tienen una alta probabilidad de superar esta pandemia incluso sin exhibir síntomas leves de enfermedad. 
Séptimo, las cosas buenas y malas suelen suceder a distintas velocidades. Las cosas malas, como el brote de una pandemia, pueden suceder de manera rápida. Las cosas buenas, como los grandes avances que ha logrado la humanidad en la lucha contra el VIH/SIDA, suelen suceder de manera incremental y a lo largo de un periodo largo. Como Kevin Kelly de la revista Wired dijo, “Desde la Ilustración y la invención de la Ciencia, hemos logrado crear un poquito más de lo que hemos destruido cada año. Pero ese pequeña diferencia porcentual positiva se acumula a lo largo de décadas en lo que podríamos llamar civilización…[El progreso] es una acción auto-encubierta que solo se puede ver en retrospectiva”.
Con ese fin en mente, recuerde que nuestra especia ha erradicado o prácticamente erradicado la viruela, el cólera, la tifoidea, el sarampión, la polio y la tos ferina. Hemos logrado un gran avance en nuestra lucha contra la malaria y el VIH/SIDA. La velocidad de nuestros éxitos está aumentando. La evidencia más temprana y creíble de la viruela proviene de la India en el año 1500 AC. La enfermedad fue erradicada en 1980. Eso es 3.500 años de sufrimiento. En 1980, empezamos a aprender acerca del VIH/SIDA. Para 1995, tuvimos la primera generación de drogas que mantuvieron vivas a las personas infectadas. Eso implica 15 años de sufrimiento. La epidemia del ebola se dio entre 2014 y 2016. La primera vacuna del ebola fue aprobada en EE.UU. en diciembre de 2019. Eso implica cinco años de sufrimiento. En diciembre de 2019, el coronavirus no tenía un nombre. Hoy, las pruebas clínicas en humanos para conseguir una vacuna contra el coronavirus se están desarrollando alrededor del mundo. 
Octavo, los humanos también sufren de sesgos psicológicos conocidos por nombres como “punto de inflexión-ismo”, la extrapolación del pesimismo o la ilusión del fin de la historia. Como observó el otrora columnista financiero del Wall Street JournalMorgan Housel, incluso las personas que están conscientes del progreso que la humanidad ha logrado en el pasado, “subestiman nuestra capacidad de cambiar en el futuro”. Agregó, “Si usted subestima nuestra habilidad de adaptarnos a las situaciones insostenibles...encontrará todo tipo de cosas que actualmente lucen mal y que puede ser extrapoladas hasta llegar a algo desastroso. Extrapole el aumento del costo de la educación universitaria y será prohibitivamente costosa en 10 años. Extrapole los déficits del gobierno y estaremos en la bancarrota en 30 años. Extrapole una recesión y estaremos quebrados dentro de poco. Todas estas podrían ser razones para ser pesimistas si asumimos que no habrán cambios o adaptaciones en el futuro. Pero esto sería una locura, considerando nuestra larga historia de cambiar y adaptarnos”. De acuerdo. Los seres humanos han cambiado y se han adaptado en el pasado y lo haremos y prosperaremos una vez más.
Finalmente, mantenga sus ánimos elevados. Los humanos, como cualquier otro miembro del reino animal, son seres inteligentes que son singularmente capaces de salir de problemas acuciasteis mediante la innovación. Hemos desarrollado formas sofisticadas de cooperación que aumentan nuestras probabilidades no solo de sobrevivir, sino de prosperar. Hay, en otras palabras, argumentos razonables a favor del optimismo acerca del futuro. Mientras que es cierto que, como les gusta decir a los intermediarios financieros, el desempeño pasado no es una guía para el futuro, nótese las palabras del historiador y estadista británico Thomas Babington Macaulay, quien escribió en 1830 lo siguiente:
“En cada época todos saben que hasta su tiempo, se han venido dando mejoras progresivas; nadie parece reconocer cualquier mejora durante la siguiente generación. No podemos comprobar de manera absoluta que están equivocados quienes sostienen que la sociedad ha llegado a un punto de inflexión—que hemos visto lo mejor de nuestros días. Pero así lo dijeron todos los que vinieron antes de nosotros y con la misma razón aparente…¿En base a qué principio es que con nada menos que mejoras detrás de nosotros, debemos esperar nada menos que deterioro delante nuestro?”
Conforme atraviesa la cuarentena del COVID-19, recuerde todas las maneras distintas en que su mente podría estarle jugando trucos. Reconozca que es miembro de una especie que siempre está alerta ante el peligro y que su predisposición hacia lo negativo provee un mercado para los diseminadores de malas noticias. El sesgo hacia lo negativo está profundamente arraigado en nuestros cerebros. No puede ser desaparecido con el deseo. Lo mejor que podemos hacer es estar conscientes de que estamos sufriendo de esto.

Una versión más breve de este artículo fue publicado en Quillette. Esta versión fue publicada originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 18 de abril de 2020 y en Cato Institute.
 

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