El informe Unicef sobre pobreza infantil
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



La ofensiva cifra estimada por UNICEF sobre la pobreza infantil y adolescente en la Argentina (aclaramos: ofensiva, no porque nos ofenda el trabajo sino porque ofende la realidad en la que se ha convertido el país) que ubica esos números en cifras cercanas al 60%, debe hacernos reflexionar seriamente sobre qué clase de país ha construido el populismo nacionalista, básicamente encarnado por el peronismo pero, claramente, no limitado a él.

El criterio en vigor desde que Perón asomó a la vida política argentina consiste en creer que repartiendo la riqueza que tienen los que más tienen se va a mejorar la vida de los que menos tienen.

Y conste que estoy haciendo abstracción aquí de toda desviación delictiva, consistente en haber armado toda esa mentira a propósito con el objetivo de robar el Tesoro Público.

Repito: en este análisis dejo de lado expresamente eso y voy a suponer que el criterio fue inspirado con buena fe.

Pues bien, esa idea ha probado ser un fracaso. Obviamente la gente inteligente ni siquiera hubiera tenido que someter el criterio a prueba para llegar a la conclusión de que era un enorme error.

Pero lamentablemente la Argentina estuvo gobernada por una clase de gente no sólo muy poco formada en los mejores criterios socioeconómicos y geopolíticos, sino además muy poco innatamente inteligente.

Porque, en efecto, este tipo de errores podría haber sido detectado no solo por personas formadas con las ideas correctas, sino también por aquellas aún rudimentarias pero dotadas con la  inteligencia del sentido común.

La lógica de la idea es una enorme burrada. Consiste básicamente en creer que la riqueza es un stock físico, finito y estático de bienes y recursos no susceptibles de ser modificado.

Es como si esta gente hubiera imaginado que, en los orígenes de los tiempos, la riqueza era una enorme montaña de activos de los cuales se adueñaron unos cuantos vivos que “la vieron antes”, corrieron más rápido (en algunos casos, incluso, haciendo trampa), llegaron primero que otros más lentos, menos dotados o lisa y llanamente víctimas de las trampas, y se apropiaron de ella.

Entendiendo la cuestión así, hasta suena lógico pensar que la solución a aplicar fuera la de sacarle parte de lo que los vivos alcanzaron primero y dárselo a los que llegaron después.

En esta concepción tuvo una notoria influencia el pensamiento católico que, efectivamente, es partidario de creer que Dios creó el mundo con un stock de riquezas dado.

Todo tipo de teorías, incluso, se tejieron sobre la catadura moral de los que habían llegado primero a la montaña del maná.

Que eran un mal nacido, unos parásitos, unos tramposos inmorales, que se habían aprovechado de las desigualdades de los menos dotados... En fin, una pléyade de odios y rencores.

Quizás el más troglodita de todos estos movimientos resultó ser, claramente, el comunismo, motorizado como estaba por una carga de furia y odio que solo las circunstancias del país en que nació pueden -al menos en la teoría- explicarlo.

Pero lo cierto en todo este estofado es que la riqueza NO ES una montaña física, estática, finita e inmodificable de recursos sino, al contrario, tan solo una potencialidad asentada en la creatividad y capacidad de innovación de los individuos.

Lejos de ser lo que “está” la riqueza es, entonces, lo que NO ESTÁ, lo que está por crearse.
Partiendo de esta base, entonces, la clave para que haya riqueza es construir un orden legal que les permita a los individuos echar al vuelo sus capacidades creativas para que en un escenario de competencia colaborativa, generen recursos donde antes no los había, básicamente echando a rodar la magia del intercambio.

La solución para la falta de riqueza de algunos, entonces, no es la apropiación del todo o parte de lo que tienen otros sino la creación de más riqueza y de nueva riqueza.

Para eso los países deben conformar legislaciones abiertas que despierten el ánimo innovador de los individuos para que estos se lancen a la actividad creativa que, justamente, GENERE la riqueza.

Los dirigentes brutos que la Argentina tuvo la mala fortuna de formar, tener y luego hacer llegar al gobierno, le entraron al tema de la pobreza como un toro que embiste una pared: a lo bestia dijeron “vamos a por ellos”.

El resultado fue la constitución de un orden legal extractivo, parecido al que la metrópoli española ejercía sobre sus colonias americanas (de allí su pobreza infame) que llevó a casi 0 el nivel de entusiasmo de los individuos por invertir para generar más riqueza marginal.

El sistema impositivo, las leyes laborales, las intrincadas e interminables regulaciones del Estado, el crecimiento elefantiásico del sector público, la proliferación de una burocracia ineficiente y fofa y la persecución sistemática de los diferentes, llevó la generación de riqueza argentina a niveles raquíticos.

Eso explica por qué con el correr del tiempo solo 8 millones de personas sostienen a todo el país: son cada vez menos los que quieren pasar por pelotudos trabajando para los demás.

En este contexto la pobreza se disparó a los niveles ofensivos que estamos comentando.

Pero lamentablemente lo peor no es eso. Lo peor es que los cráneos que tenemos en el gobierno siguen entendiendo que para solucionar el problema hay que aplicar más de la misma medicina que nos llevó al fracaso. Es decir, la frustración nacional no sería el resultado de que la idea aplicada es errónea, sino de que no fue SUFICIENTEMENTE aplicada: la burrez elevada a la enésima potencia.

¿Qué visos de cambio puede tener esto? Y... la verdad que viendo lo que hay en el escenario uno se da cuenta de que no muchos.

Máxime cuando, con el correr de la burrada, los burros se dieron cuenta de que la burrada era, además, un enorme negocio para ellos en lo personal: quedaban cómo los héroes quijotescos que luchaban en nombre del pueblo contra los hijos de puta y, de paso -por aquello del que “parte y reparte se queda con la mejor parte”- tenían la posibilidad de convertirse (ellos mismos) personalmente en millonarios... ¡Bingo!

La sociedad ha demostrado ser también bastante poco “viva” y, al contrario, se comió este caramelito nación populista con alegría y convicción. Nunca se dio cuenta de cómo funciona el sentido común de la abundancia y prefirió apostar al ruidoso tachin tachin de la demagogia.
El resultado, 70 años después, es que 6 de cada 10 chicos es pobre en la Argentina, una relación completamente inversa a la que regía cuando estas lumbreras supusieron que teníamos un problema; cuando el país estaba entreverado entre las primeras naciones de la Tierra.

¿Están contentos muchachos? Lo lograron: antes los pobres eran ustedes, porque, bueno, habían elegido la encomiable pero asceta y frugal misión del servicio público. Ahora los pobres son los chicos. Esos chicos que tanto les preocupaban y que tan bien les vinieron a sus bolsillos.


 

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