Despotismo desilustrado
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.



La enardecida milicia popular avanzó apenas vislumbrado el amanecer, tenía un claro objetivo: buscar armamento. Llegaron al Hospital Militar de los Inválidos donde el botín fue suculento y se hicieron de 32.000 fusiles y 20 cañones. La misión estaba cumplida y regresaba al centro de los acontecimientos, pero, al pasar cerca de la Bastilla, una chispa se encendió en los manifestantes. La antigua fortaleza medieval había sido símbolo de la arbitrariedad real. Ya casi no quedaban presos en ella, pero su colosal carga simbólica no podría desperdiciarse. 
De Launay, a cargo del cuidado de La Bastilla intentó razonar con los revoltosos que abrieron fuego con su  flamante arsenalTras cuatro horas de combate, la fortaleza pobremente provista, se rendía bajo la promesa de salvar la vida. Pero es inútil creer en las promesas de las hordas; horas después, la cabeza de Launay y el resto de los oficiales de la guardia fueron paseadas en picas. La Bastilla había caído y su caída había cambiado, rotundamente, el curso de la historia. En esas exactas horas en las que París ardía en combate, Luis XVI, Rey de Francia y Navarra, escribía en su diario personal: NADA
La nota del entonces rey pasó a la historia por ser la demostración cabal del divorcio que, de la realidad, tienen los gobernantes cuando su poder rebalsa los límites. El pobre Luis hizo referencia en la nota a su día de caza. Luego de dos meses de tensión política y de que el antiguo régimen se partiera como un cristal bajo sus pies, el monarca había dedicado las horas de aquel 14 de julio a la caza, su pasión.

Gobierno en pantuflas

Las circunstancias excepcionales suelen encontrar a los gobiernos en pantuflas. El coronavirus no es la excepción, ni lo es nuestro país. Los gobiernos que estaban rodeados de mucho poder, mostraron que carecían de la más mínima preparación para ejercerlo. Así, por ejemplo, nuestro Ministro de Salud se ha dicho y contradicho de forma caprichosa en cuestiones científicas que claramente ignora, otros funcionarios han lanzado programas alimentarios con compras de suministros que luego han debido suspender. Se inventaron comités de hambre que nadie sabe en qué quedaron, improvisaron hospitales de campaña propios de la Primera Guerra Mundial, cuando la ocupación de camas era menor al 50% y ciertamente menor a la de los años anteriores sin el virus coronado. La cuarentena liberticida se prolonga basada en datos falsos, números ficticios de muertos y contagiados de países vecinos, que nadie se atreve a corregir. El poder absoluto consigue esas cosas. Pero nadie sobrevive a la ineficiencia y al servilismo de sus colaboradores. La lección de Luis XVI podría servir para entender que, la falta de criterio y la desconexión con la realidad, deriva en daño fatal.
Mientras que la burocracia del despotismo desilustrado desconoce las más elementales reglas matemáticas y se atreve a confinar en un pozo de miseria a millones de ciudadanos, la realeza se enfrasca en peleas de alta superficialidad con Susana Giménez . Y mientras mueren tres ciudadanos por el delito de querer ejercer su libertad en destacamentos de las fuerzas de seguridad, los ministros enarbolan orgullosos la creación de cargos rentados para imponer perspectivas de género. Los ejemplos de desconexión frívola son infinitos. Toda la dirigencia política está cazando perdices sin ver lo que realmente pasa.
Pero el poder, como la naturaleza, odia el vacío. Y de repente hemos visto con cuanta facilidad esa casta ineficiente se ha mofado de derechos civiles fundamentales, imponiendo de facto un totalitarismo impensado. Ilusos, pensábamos que existían recursos para garantizar los derechos fundamentales pero en un santiamén se nos escurrió entre las manos el sistema de garantías. Los resortes sobre los que se sostiene la república no han funcionado y ni miras de que aparezcan. La oligarquía que ostenta el poder optó por abrir la mano y compartirlo con la oposición, este movimiento les asegura que ese poder ni siquiera roce a los ciudadanos de a pie. Para ello, han hiperregulado al factor coronavirus haciendo que las reglas se conviertan en un lunfardo incomprensible e impracticable, lo que necesariamente ha devenido en desobediencia. 
El contrapeso del poder depende no solo de las reglas formales que vemos que valen menos que un billete argentino, sino que de aniden en la sociedad actitudes que comprendan y abracen dichas reglas. Si la convicción democrática es débil, y somos gente asustadiza, acostumbrada a renunciar a la libertad a cambio de seguridad, de nada sirven las normas que regulan el poder. De manera tal que, más allá de quien sea que nos gobierne hoy, urge reflexionar sobre la existencia de una anomalía que trasciende al personaje.
En estos días, Victoria Villarruel Francisco Oneto han presentado un amparo para declarar la inconstitucionalidad de la cuarentena. Paralelamente, cientos de manifestaciones, caravanas, cacerolazos y hashtags han mostrado su repudio al accionar totalitario. Una carta firmada por personalidades destacadas como Juan José Sebreli y Darío Lopérfido, acierta con un neologismo adecuado: "Infectadura". Pero estas acciones son manifestaciones de la sociedad civil a posteriori de los atropellos. Su carácter diferido, busca subsanar el daño y bienvenidas sean. Pero no subsanan los malos de fondo. El quid de la cuestión es que no funcionaron las garantías de manera automática, como interruptores, del abuso de poder.  Si hubiera constado que los argentinos eran celosos defensores de los principios republicanos, nada mansos para defender sus derechos seguramente no nos hubiéramos despertado meses después con este quebranto económico y moral.
 

Cultura y actitud

Para que la libertad prevalezca se necesita una cultura y actitud determinadaSi apelamos a soluciones exclusivamente de diseño, en este caso, el conjunto de leyes que componen la Constitución Nacional, seríamos como delirantes ingenieros sociales que piensan que la sociedad puede ser fácilmente diseñada desde cero. Nos guste o no, que el kirchnerismo nos gobierne y que, además, lo haga de manera terrible, no es sólo consecuencia de un diseño político sino de una cultura incompatible con las exigencias democráticas. 
Pero viendo el vaso medio lleno, las manifestaciones de protesta que se vienen dando, han conseguido molestar desproporcionadamente a la oligarquía políticaTanto el gobierno nacional como los provinciales, aún cuando sean de distintos colores políticos, han puesto mucho celo en impedirlas. Curiosamente, no hemos hecho lo propio con manifestaciones piqueteras o sindicatos. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires cerró los accesos a la Plaza de Mayo el 25 de mayo pasado, pero no puso impedimentos para la decena de manifestaciones que esa misma semana se llevaron a cabo en la misma ciudad. Como si el derecho de protesta fuera de un privilegio exclusivo de quienes reclaman prebendas económicas y asistencia del Estado. Cuando las protestas, en cambio es para pedir que el Estado no intervenga, ahí si se encienden las alarmas.
Cada vez más, para combatir el rechazo que las medidas de confinamiento infinito han provocado, imponen un relato alarmista y vengativo. También de manera opresiva, divulgando ilegalmente datos personales como hicieron con el economista Javier Milei, comprando más y más periodistas, suspendiendo derechos fundamentales y mintiendo en conferencias de prensa de forma tan infantil que hasta son humillados por redes sociales. 
En sus cabezas, la protesta se encuentra patrimonializada por quienes quieren subvertir el sistema. No pueden comprender que alguien proteste para preservarlo y defenderlo. Quienes defienden la libertad y la responsabilidad, que aspiran a un orden justo donde las leyes sean iguales para todos y todos seamos iguales ante la ley, son, para el poder, el enemigo.
El kirchnerismo es la consecuencia lógica de todo lo que estaba mal, la excrecencia de una forma de ser y hacer incompatible con la libertad, la responsabilidad individual y el esfuerzo personal. El coronavirus fue, simplemente, un catalizador. Debemos pues cambiar de actitud, porque, como dice Hölderlin, "allí donde crece el peligro crece también la salvación".
Tal vez la maceración de años de corrección política rindió sus frutos y ante un Gobierno que abusa de las normas jurídicas para imponer su agenda, prevalezca lo timorato en nuestros corazones. Hoy, la evidencia desmiente el relato oficialista pero siempre "es más fácil comprometer a los hombres que convencerles de que han sido engañados"Quieren que nos acostumbremos, sin chistar, a vivir en el engaño de sus números mientras diputados, senadores, legisladores, directivos de empresas públicas, ministros y un hojaldre infinito de funcionarios ha cobrado cobardemente sus salarios, caminando orondamente sobre la bancarrota de un país que solo reclama que le permitan trabajar. No protestar ante el secuestro de nuestros derechos es, a esta altura, un lujo que no nos podemos permitir.

Caerá la venda

Luego de esta crisis, probablemente seremos menos permeables ante los consensos únicos. Cuando veamos los caminos que otros países toman, cuando se comparan las estadísticas reales y se comparen los números de otras enfermedades similares, miraremos con otros ojos al conglomerado de expertos. Ya nos pasó con otras vacas sagradas del pobrismo, del periodismo y de tantos otros movimientos. El escepticismo irremediable posiblemente nos vuelva más críticos, curiosos, desconfiados. Leeremos dos veces la letra chica de los criterios que se utilizan para elegir a los funcionarios. Con un poco de nuestra voluntad, la opacidad ya no será completa. Deberemos reponer los mecanismos que vigilan y limitan el poder, porque ya vimos que no funcionan y el peligro de esto es infinito.
El ciudadano Luis Capeto (ex Luis XVI), perdió su condición de monarca divino y vio separada su cabeza del resto de su cuerpo a las 10.20 hs del 21 de enero de 1793. Antes asistió a la lectura de los 42 cargos contra él. De los 726 diputados presentes en su juicio 387 votaron por la ejecución inmediata y 290 se pronunciaron por otras penas, el resto votó por exculparlo. La inmensa mayoría de los 726 terminarían en los años posteriores, pasando por la hoja de la guillotina o huyendo con lo puesto. El poder absoluto, sin control y manejado por el terror es una tragedia en sí mismo y termina en masacre. Tal era la dimensión de la convulsión que se había desatado ese fatal 14 de julio de 1789, día en el que, sumido en su omnipotencia, Luis XVI escribía: NADA

Publicado en La Prensa.

 

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