El gobierno de los monjes flagelantes
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Los dictadores son libres
sólo ellos. Pero esclavizan al pueblo.”
Sir Charles Chaplin
“Esclavo
es aquel que espera por alguien que venga y lo libere.”
Ezra Pound
Uno de los medios a través del cual la peste negra (siglo XIV) se transmitió de
pueblo en pueblo, fue a través de los monjes flagelantes. Estos, durante 33 días (la edad de Cristo),
realizaban peregrinaciones que conectaban diferentes aldeas mientras se flagelaban
(azotaban) en señal de penitencia por los pecados propios y ajenos, al tiempo
que oraban para que Dios los perdonara y alejara el fin del mundo o Apocalipsis anunciado por el Beato Joaquín de Fiore.
A medida que aumentaba el miedo por la
peste, las procesiones se multiplicaron y a ellas se sumaron, no sólo personas
de buena fe, sino también delincuentes; quienes vieron la posibilidad de sacar
un rédito personal a la situación robando y engañando a creyentes desesperados.
Las ratas acompañaban a estos peregrinos y acarreaban
pulgas portadoras de la peste, estas bebían sin esfuerzo alguno la sangre de
las heridas producidas por los látigos en las espaldas de los monjes.
En pleno siglo XXI y en la Argentina, se
repite un mecanismo de transmisión intra e intercomunitario similar al de otrora;
y como entonces, entre los responsables de los contagios hay personas de buena
voluntad y también hay delincuentes.
Los médicos en nuestro país son muy mal
pagos (en realidad todo el personal de salud lo es), consecuentemente, estos
deben realizar procesiones diarias
por distintos centros de salud (y geriátricos) para poder conseguir una
rentabilidad apenas digna y para nada justa, como retribución por sus servicios
y por sus años y años de estudio y preparación.
El sistema de salud ideado e impuesto por
el estado y sus leyes corporativas, leyes que esclavizan al médicos bajo el
yugo de las obras sociales sindicales, prepagas y clínicas; generó la necesidad
de una peregrinación por el mango y
con ello, uno de los mecanismos por los que, por ejemplo, se transmitió el
Covid-19 a los geriátricos.
Pero no es a los profesionales de la salud
(víctimas del sistema sanitario, de la corrupción política y sindical y del
ninguneo empobrecedor que padecen en Argentina aquellos que abrazan profesiones vocacionales) a quienes
dedico estas líneas. Este escrito
pretende despertar, en cada uno de nosotros, al ciudadano dormido; al argentino
que está dejando que un grupo de infames parásitos abusen de nuestra patria y
de sus libertades individuales.
Mansamente nos dejamos encerrar en nuestras
casas y aceptamos en silencio y sin pensar el mantra “es por tu bien y el de todos los argentinos”. El sacrificio al que nos enfrentábamos en
aquel momento era enorme, el costo en pobreza, desocupación y hambre
incalculable; y aun así nos dispusimos a pasar dos semanas encerrados en nuestras casas.
Pero esas dos semanas se transformaron en
dos meses y, por lo que parece, este confinamiento aún no tiene fecha de
finalización. Cada día crece más la
dependencia de los argentinos para con la limosna estatal, esa que los misericordiosos
políticos reparten y por medio de la cual van minando el espíritu de las
personas y van sumando a sus filas a quienes se rinden y dejan de pelear. No todos están dispuestos a dar la batalla en
defensa de la libertad, algunos (quizás muchos) se han rendido, se han
resignado a ser esclavos y han vendido su independencia a cambio de algunas
monedas de cobre llamadas “seguridades”;
elección que entiendo pero no comparto.
Así pasan los días y mientras nos dicen que
no nos reunamos con nuestros seres queridos, que no salgamos a trabajar, que
nos tapemos la boca (no solo para no contagiarnos sino para callarnos), que no
socialicemos ni nos abracemos; los políticos recorren la Argentina como lo
hicieron los monjes flagelantes, hablan sin tapabocas (simbólicamente ellos son
los únicos que pueden hablan) y se abrazan con sus cómplices ante las cámaras descaradamente.
Aquellos que nos oponemos a la sumisión y
que levantamos en alto las banderas de los derechos humanos (vida, libertad y
propiedad privada), somos declarados contrarios al interés general, enemigos
del pueblo y promotores de la pandemia, somos casi los ángeles de la muerte.
Quien quiere trabajar es perseguido por el
poder, quien opina distinto es censurado por la policía del pensamiento
(ciber-patrullaje) y quien se opone a este atropello a la libertad, es difamado
por aquellos periodistas que viven de la pauta oficial, chupamedias de
sus amos políticos.
Los mismos periodistas que se llenaron la
boca con la “desaparición” de
Maldonado y que hoy callan los desaparecidos del gobierno, periodistas que
hacen la vista gorda o apenas hacen referencia a la corrupción en la compra de
fideos, a la liberación de los políticos que se robaron el país y a la de violadores,
ladrones y asesinos comunes. Periodistas
que no te dicen que los “defensores de
los más necesitados” hunden aún más y más en la ignorancia y en la miseria
a quienes ya viven en la pobreza; periodistas que son una lacra inmunda,
verdugos ideológicos del espíritu crítico a sueldo del Cesar de turno.
Debés saber que nadie va a salvarte,
no va a aparecer un “Mesías” que te rescatará
y que destruirá el Mal, esos héroes que supimos tener en la Argentina de la
independencia se extinguieron y hoy solo viven en las películas.
Nadie te salvará más que vos mismo. Pero tampoco podrás hacerlo solo, debemos
hacerlo juntos. Juntos, todos y cada uno
de nosotros, debemos desatar La Rebelión
de los Mansos.
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