Se ha ido el más completo pensador liberal de nuestra América latina
Denis Pitté Fletcher



El 26 de junio falleció en Buenos Aires el gran pensador liberal cubano-argentino Armando Paulino de Jesús Ribas. Y la Argentina y el mundo han perdido así a un verdadero adalid de la lucha por los derechos individuales y por el límite al poder político. Es decir, por las ideas que cambiaron completamente la historia humana hace poco más de tan solo doscientos años.
Armando nació en Cuba, cuando Cuba era el segundo país más desarrollado de América Latina. Y ya recibido en La Habana de abogado, vivió en primera fila el arribo de la mafia castrista al poder, comunismo mediante, en enero de 1959.
Su clarividencia lo llevó a abandonar la isla a tiempo, emigrando a los Estados Unidos de Norteamérica, donde por primera vez conoció la Constitución americana, derivada de las ideas de John Locke y David Hume, que inspiraron a los Founding Fathers, en particular a Jefferson, Madison y Hamilton, quienes a través de The Federalist papers enseñaron no solamente una nueva forma de gobierno, sino, y mucho más trascendente, una nueva función de gobierno.
Armando siempre expresaba que en Cuba al sistema lo daban por dado. Que para ellos la libertad y el respeto por la propiedad eran naturales, seguramente por ser en la práctica una extensión ideológica de los Estados Unidos. Pero que nunca se les había enseñado las bases filosóficas que le permitieron a Cuba tener semejante desarrollo económico y cultural. Y que descubrir en los Estados Unidos el origen de ese sistema, es decir, las ideas de la libertad, fue para él como una revelación celestial, que lo llevó a abrazar al liberalismo como algo central para el resto de su vida.
LA LLEGADA AL PAIS
En 1960, merced a un contrato con la Shell, emigró a nuestras tierras. Y fue amor a primera vista. Amó a la Argentina con fruición, afincándose aquí para siempre, fundando familia y creando escuela. Por supuesto, incursionó en su historia para conocer las raíces del ideario de la Constitución de 1853, a la que idolatraba y recitaba casi de memoria. Estudiar a Justo José de Urquiza, a Juan Bautista Alberdi, a Domingo Faustino Sarmiento, a Bartolomé Mitre, a Julio Argentino Roca, lo deslumbraba y le daba una clara idea de cómo un país de sólo un millón de habitantes en 1852, con 80% de analfabetismo, la pobreza más honda de América Latina, y el religión o muerte del tirano Rosas, pasaba en menos de cincuenta años a ser la séptima potencia mundial, con cuatro millones de habitantes, sólo un 20% de analfabetismo, y el Producto Bruto per capita más alto de la región, sobrepasando asimismo a muchos países de Europa.
Armando entendió claramente que no fue la pampa húmeda la causa de la riqueza y el progreso de nuestro país, pues ello hubiera significado que cuando el país entró en decadencia fue porque la pampa se secó. Y descubrió así la verdadera pampa húmeda argentina: la Constitución de 1853, con sus garantías de los derechos individuales a la vida, la libertad, la propiedad, y un derecho que él consideraba fundante, el derecho a la búsqueda de la propia felicidad. Y con el límite al poder que copiaba de la Constitución de los Estados Unidos, que colocaba a la democracia dentro de un dique de contención inquebrantable. Descubrió así que la ideología es determinante de todo lo demás.
Armando defendía que la democracia absoluta, del estilo de Rousseau -el inventor de las ideas que luego desembocaran en el nazismo y el comunismo-, era destructora de la república y de las libertades. Y que las mayorías no tenían derecho de violar los derechos de los individuos. Sobre todo porque las mayorías votaban representantes, y estos representantes actuaban siempre por interés propio, bien que disfrazado bajo la elástica máscara del bien común.
Por lo que era fundamental conocer el sistema que evitaba que esos representantes de la mayoría pudieren violar los derechos. Y ese sistema era el Rule of Law. El gran descubrimiento de los Estados Unidos de Norteamérica, que pasó de ser un país atrasado a ser la primera potencia mundial, muy por delante de toda la Europa junta.
La clave de ese sistema, división de poderes mediante, fue la creación de un Poder Judicial independiente, que tuviera la facultad de declarar nulas las leyes dictadas por el Poder Legislativo que fueran contrarias a la letra o al espíritu de la Constitución, es decir, un verdadero límite al poder. Y así fue como el juez John Marshall, en 1803, en el famoso caso Marbury vs. Madison declaró por primera vez nula una ley dictada por el Congreso Federal, colocando los cimientos de la seguridad jurídica en el ejercicio de los derechos. Ser mayoría no otorgaba el poder de avasallar derechos individuales. Un cambio copernicano inimaginable a lo largo de la historia de la humanidad.
FUNDAMENTOS ETICOS
Armando entendió como nadie que la economía era consecuencial y no fundante. Que el sistema se basaba en elementos éticos, de los que derivaban criterios y diseños políticos y jurídicos, y que la economía no era otra cosa que el resultado del ejercicio de los derechos individuales, lo que hoy denominamos como mercado, es decir, la posesión pacífica de los bienes, la transferencia por consenso, y el cumplimiento de las promesas, en términos de David Hume.
Y que esos elementos éticos eran los intereses particulares, que no son contrarios per se al interés general. Que la búsqueda de la propia felicidad no puede ser reemplazada por la pretendida felicidad del pueblo otorgada por gobernantes iluminados o populistas, porque eso es contrario a la naturaleza humana. Armando, en este punto, abundaba en citas de Alberdi para respaldar sus propias ideas, a las que daba un giro personal y único, porque admiraba al tucumano, pero marcaba su propia huella y color.
RIQUEZA SIN LIMITES
En un país donde se respeta el derecho de propiedad y la libertad de industria y de trabajo, la libertad de enseñar y aprender, de expresarse por la prensa sin censura previa, de profesar libremente el culto religioso, de transitar y comerciar, de disponer sin límites de los bienes que conforman el patrimonio de las personas, donde el gasto público es bajo y los impuestos son bajos, y donde las mayorías no pueden violar esos derechos porque hay un poder independiente que custodia la Constitución Nacional, no es de extrañar que se generara riqueza sin límites y oportunidades para todo el mundo. Y cuando digo mundo me refiero a los ciudadanos de todos los países que vinieron a la Argentina porque era tierra de progreso y de paz y un imán que competía con los Estados Unidos.
La visión liberal de Armando descalzaba de la de los liberomonetaristas que abundan en nuestros pagos, y para quienes si no hay inflación todo lo demás se da por añadidura. La Argentina de la convertibilidad no tenía inflación, pero las empresas quebraban una tras otra a causa del elevado gasto público que era parte del costo de producir, y que no podía ser trasladado a precios porque la sobrevaluación del peso hacía que los productos importados fueran más baratos y era imposible competir con ellos. Resultado: la crisis de 2001. Quiebras, desempleo, recesión. Mostraba que Europa tampoco tiene inflación, y su economía está estancada desde hace diez años o más.
De allí que Armando sostuviera que a las empresas no hay que protegerlas, pero tampoco hay que desprotegerlas, y esa desprotección se da con la sobrevaluación de la moneda nacional. Es lo que hizo Macri durante los dos primeros años y medio de su gobierno, lo que hizo Menem, lo que hizo Martínez de Hoz, lo que hizo Krieger Vasena. La receta del desastre, a la que las izquierdas denominan neoliberalismo, pues en su inconsciente saben que no se trata del verdadero liberalismo que consiste en custodiar los derechos de propiedad y de libertad, siempre bajo condiciones de equilibrio.
Recuerdo que Armando, en el año 1991, se reunió con su amigo Domingo Cavallo, y le dijo textualmente: "Mingo, salte cuanto antes de la convertibilidad, porque el día que esto estalle van a decir que todo lo que hiciste estuvo mal". Una década después la Argentina se prendía fuego.
EL MAL DE LOS MALES
La obsesión recurrente de Armando era el gasto público. Allí residía el mal de los males. La causa de las causas de toda la decadencia económica argentina. Al punto de que se podía saber cuál era el estado de la economía de un país con sólo ver el nivel de su gasto en comparación con su PBI. Más aún: era una forma inequívoca y matemática de saber si un país era liberal o socialista.
Armando escribió diecisiete libros, cientos de artículos, se expresó desde la cátedra, el periódico, la radio y la televisión, a más de ser un conferencista de fuste que daba placer escuchar y debatir. En los Estados Unidos, y en particular en Miami, era directamente idolatrado. Y las entrevistas de Ismael Cala y de Jaime Bayly en la CNN, dan cuenta de ello.
Por supuesto, en la Argentina fue atacado con similar virulencia por nacionalistas y por socialistas. Una anécdota risueña se dio cuando un nacionalista le espetó a Armando que él no podía hablar de nuestros temas políticos porque era extranjero. A lo que Armando le respondió con singular enjundia: "Yo soy más argentino que usted, porque usted lo es por accidente y yo lo soy por elección".
Se ha ido, a mi criterio, el más completo pensador liberal de la América Latina. En un prólogo a uno de sus libros no tuve duda en calificarlo como el Alberdi de la modernidad. Nos deja su obra, escrita y hablada. Y sobre todo nos deja el ejemplo de una vida plena, fecunda, agónica, dedicada a la lucha por la libertad individual, que es un verdadero milagro de la historia. Armando ha sido una luz en la oscuridad. Y su muerte no la podrá apagar.


Publicado en La Prensa.

 

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