Falta competitividad, no solidaridad
José A. Sánchez
Miembro del Consejo de Administración de Fundación Atlas. Actuario, UBA. MBA, The University of Chicago.
En los Te Deums del 9 de julio en la Ciudad de
Buenos Aires y Tucumán, el cardenal Poli y el obispo Sánchez respectivamente,
no se apartaron de la tradición eclesiástica y reiteraron su reclamo
/exhortación / súplica por una Argentina más solidaria. Cabe señalar que,
haciendo uso de sus poderes proféticos el
presidente de la República ya había enviado al Congreso la Ley de “Solidaridad
Social y Reactivación Productiva en el Marco de la Emergencia Pública” que le permitió
aumentar por 2da vez las retenciones a la soja en marzo de este feliz año de 2020.
Para evitar cualquier duda sobre su compromiso con la solidaridad y haciendo nuevamente
gala de sus virtudes adivinatorias, el presidente manifestó su apoyo a la iniciativa
de gravar con un impuesto extra las “grandes
fortunas” vía twitter el 14 de abril, invocando, como es de rigor, la solidaridad.
El telón de fondo de estas expresiones es la deplorable
situación social de nuestro país que convive con niveles de pobreza e indigencia
del orden del 33,6% (año 2018 según el Observatorio Social de la UCA) sólo
revertidos brevemente en circunstancias favorables excepcionales. Luego de 37 años
de democracia los indicadores de pobreza son peores que los vigentes en 1983 (ver
“El desafío de la Pobreza”, Gasparini, Tornaroli, Gluzmann, CIPPEC, CEDLAS).
No obstante, la sintonía exhibida por los
actores de este intercambio sonoro estilo Pimpinela, el reclamo de solidaridad se reitera con regularidad
litúrgica desde hace ya décadas desde distintos sectores. Esto no puede atribuirse
a la sordera de los antecesores del Dr. Fernández, de hecho, ha ocurrido todo lo
contrario en la forma de mayores impuestos y extraordinario gasto público, el
cual ha aumentado, en relación a nuestro PBI, desde niveles del orden del 27%
en las décadas de 80 y 90 a niveles del 42,89% en 2017 (excluyendo los intereses
de la deuda pública, ver Argentina.gob.ar).
La explicación de este fenómeno reside
primariamente en la evolución del Gasto Público Social Consolidado ya que este
ha pasado de 11,43% del PBI en 1983 a 30,67% en 2017 (Argentina.Gob. Ar). Ingentes
recursos se han destinado a combatir este flagelo, recursos que, invocaciones a
la solidaridad mediante, se han extraído de algunos sectores en beneficio de otros. No obstante, la letanía
no cesa.
No hay
por qué sorprenderse, en realidad la letanía se reitera porque la respuesta no ha
servido para modificar la realidad. Sólo ha permitido construir relatos de
sensibilidad que, de tan desmentidos por los hechos, suenan insoportablemente falsos.
Veamos esto. Interesa particularmente el
diagnóstico que se encuentra detrás de la coreografía de reclamos y respuestas que
se generan alrededor de la solidaridad. Cuando algún actor social demanda un país más solidario y el gobierno
de turno responde con un aumento del gasto público que debe ser cubierto con
impuestos o emisión monetaria que pagan los supuestos ciudadanos más felices en
nombre de la solidaridad, reclamantes y gobierno comparten un diagnóstico
implícito: la pobreza se origina en un déficit de solidaridad que debe ser resuelto por la acción compulsiva del
estado. De ahí se sigue que necesariamente, una vez solucionado este déficit,
desaparecerá su manifestación que es la pobreza.
37 años de fracasos en los que se ha más que duplicado el gasto social
sin mejorar en un ápice la situación de los pobres deberían indicar a todos los
participantes de buena fe que el diagnóstico es equivocado.
El fuerte crecimiento del gasto público como porción
del PIB (aún obviando la evolución explosiva del empleo público que tiene un componente
de gasto social tan importante como oculto) y su escaso efecto en reducir el
problema debería orientarnos a pensar que el problema está en el denominador
del indicador. Esto es el PIB.
Al respecto basta mirar la decepcionante evolución del PBI per cápita en el periodo
1983-2018 durante el cual nuestra producción no alcanzó a crecer el 1% anual
promedio por sobre el aumento de la población, con el inconveniente adicional
de sumar a la mediocridad violentas fluctuaciones con su secuela dramática de impensados
ganadores y perdedores en sucesivas crisis macroeconómicas.
Estudios confirman lo evidente, la pobreza argentina
es, fundamentalmente, pobreza de ingresos. Esto es incapacidad de ganar lo
necesario para alcanzar un mínimo standard de vida. Simplemente si la economía argentina no crece en un mundo que,
si lo hace, esto significa que nuestra
actividad económica no es competitiva. Situación que trasladada a nivel
individual significa que los recursos humanos más productivos se emplean
mientras que aquellos cuya productividad es menor al costo total de emplearlos caen
en la informalidad hasta componer la persistente masa de pobres que interpela a
toda la sociedad.
Nuestra
economía, no es insolidaria sino no competitiva. La lucha contra la pobreza vehiculizada a
través de permanentes aumentos del gasto público financiados con impuestos ha
contribuido a dañar seriamente la competitividad argentina creando un auténtico
circulo vicioso donde la solución incorrecta empleada agrava el problema, así nuevas
homilías (laicas o eclesiales) y sus correspondientes respuestas ven la luz en
una suerte de permanente y tristísimo día de la marmota.
La
proposición “hay muchos pobres luego somos insolidarios” es falsa con tendencia
a la ridiculez, promueve respuestas públicas que no hacen más que agravar el
problema de falta de competitividad y nos condena a continuar hundiéndonos en
la pobreza. De la misma
forma que no es posible mantener a flote un barco con un rumbo en su
casco desagotando menos agua que la que entra tampoco es posible revertir la pobreza
repartiendo dádivas sin solucionar nuestra falta de capacidad de producir bienes
y servicios, a los precios que el mundo está dispuesto a pagar, en cantidad tal
que ocupe la mano de obra disponible.
Sin perjuicio de atender situaciones urgentes
con medidas racionales la estrategia general no puede ser otra que hacer más
competitivo el empleo nacional mediante una profunda reforma laboral que haga
compatible la productividad de los desocupados con su costo laboral total.
Como la realidad se impone llegará el día en que,
desde un púlpito, una tribuna política, una manifestación de intelectuales o
una declaración empresaria se reclame/ exhorte/suplique por una Argentina
competitiva en lugar de una Argentina solidaria. Será el momento en que los
pobres comenzaran a transitar el camino para dejar de serlo. La pregunta inquietante
es cuanto sufrimiento inútil, cuanta frustración es todavía necesaria para que
dejemos de cavar nuestra propia tumba y emprendamos el viaje a la superficie.
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