Cupos, cupos y más cupos, el sexo del absurdo
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.



Empeñada en desafiar los límites más profundos del absurdo, la realidad argentina nos enfrenta, una vez más, a la arrogancia del sinsentido. Esta semana, la Resolución 34/2020 de la Inspección General de Justicia (IGJ) determinó que las sociedades y asociaciones deberán incluir en su órgano de administración "una composición que respete la diversidad de género", es decir, la misma cantidad de miembros femeninos que de masculinos. No contentos con esto, los genios de la IGJ dictaminaron que “las organizaciones deberán hacer una descripción de la política de género aplicada en la relación al órgano de administración, incluyendo sus objetivos, las medidas adoptadas, la forma en la que se han aplicado".
Palabras más palabras menos, que de ahora en más, para asociarse en Argentina, habrá que poner, por fuera de su competencia, necesariedad o pertinencia, una mujer a modo de adorno, para cumplir con la ley, explicando, además, las políticas de género que se llevan adelante dentro de la asociación (?). De un plumazo han decidido que se prohíbe asociarse en números impares y que, en un proceso asociativo, lo importante no es la misión sino la portación equitativa de órganos sexuales de sus miembros.
Esta disposición tiene dos aristas.
La primera y más procaz, dado el contexto, es que se ampliarán los pedidos de excepción que conllevarán un sensual poder, del organismo que los dispense, para posibles oportunidades de cohecho. Hecha la ley...
Vamos con la segunda: se trata de una resolución que concibe al poder del burócrata como una lucha por la resignificación de la realidad, destrozando la condición individual de la mujer. O sea: la IGJ acaba con la mujer como sujeto autoconsciente autónomo y capaz, y la convierte, como en el sueño más revulsivo de un misógino, en un ser menor, necesitado de especial protección frente a las contingencias que la pobre tonta pueda encontrar. La mujer deja de tener entidad y se transforma en “lo meramente otro”, que no es varón. Sin más, un objeto ontológicamente devaluado.

Concepto binario

Pero ojo que estamos apenas rascando la superficie del absurdo. Estos muchachos de la IGJ han redactado la resolución desde el concepto más binario jamás existido, que considera que sólo hay dos géneros y que, por tanto, pueden ser repartidos en formas iguales. Pero la inefable dinámica de las políticas identitarias, en el sub-rubro de género, ha dejado el dúo hombre/mujer atrás hace una eternidad. En otras palabras, la resolución impulsada no dejaría lugar a las reivindicaciones de las disidencias sexuales, también denominadas LGTBI+, cuya lucha es, casualmente, dejar atrás el binarismo para hamacarse en la autopercepción de alguno de los infinitos géneros reconocidos por el progresismo al que querían contentar. La búsqueda de reconocimiento de derechos sexuales binarios, en este sentido, avala el statu quo jurídico/patriarcal y, en lugar de revolucionar el derecho, sólo busca su cobijo.
En este sentido, mucho más aggiornado pero no menos delirante, es el protocolo (también de esta semana) que establece la participación de mujeres y de población LGBTI+, en un mínimo de un 33% en las audiencias del Presidente argentino. Resulta que, además, el protocolo determina que la norma abarca las comitivas que el Presidente lleve a sus viajes y establece que, a quien no haya cumplido, se lo apercibirá con “cursos y capacitaciones en la temática de género dictados por el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad”.
Entre los rudimentarios burócratas de la IGJ y los sofisticadas chicas del Ministerio de las Mujeres hay una brecha filosófica: unos distinguen al sujeto “mujer”, por sus características biológicas, y las otras, más deconstruidas, las ven como entes genéricos que incluyen individuos de todo tipo de autopercepciones, desde el punto de vista del objeto de deseo, más allá de los cánones heteronormativos.
Para no aflojar con los absurdos, conviven en el mismo gobierno un grupo de cultores del feminismo binario, cercano a la tradición de los años 50 y las fanáticas del feminismo deconstructivista de los años 70 que consideran que todo género es una construcción social, pero que, por las dudas, piden paridades para tres o cuatro colectivos a la vez. Si señores, no seamos ingenuos y convengamos que tener 40 géneros en lugar de dos, abre el mercado de subsidios y negocios exponencialmente. Pensemos, por ejemplo, en una audiencia del Presidente con el Papa, dos hombres. Para cumplir con el protocolo, deberían agregarse a la comitiva, de adorno, unos miembros de la población LGBTI+ y unas mujeres, como quien lleva una ofrenda decorativa a una ceremonia tribal.
Las posibilidades de pegar cargo o viajecito se han multiplicado esta semana milagrosamente. 

Objetivo: cambio de mentalidad

Pero dejemos la filosofía y el cotillón de lado. Existen un sinfín de medidas como estas que van metiendo sutilmente un cambio de mentalidad en la sociedad. Llegado el momento, si logran hacer pasar inadvertidos absurdos normativos que parecen salidos de una película de Monty Python, entonces estaremos ya listos y al horno. Cualquier modificación legislativa que prostituya el principio de igualdad ante la ley, primero se cocina con estas micromedidas, se testea a la gente y se mide la resistencia. Si los avances no son repudiados, ni por los ciudadanos ni por las instituciones, la mitad del camino está pavimentado. De hecho la particular saña en adoctrinar a los miembros del poder judicial propiciando, sin ponerse colorados, la necesidad de una justicia con “perspectiva de género”, vale decir la institucionalización de la discriminación por razón de sexo, ya existe.
La agenda progresista apalancada en la victimización del colectivo femenino nunca ha dejado de extender sus tentáculos intervencionistas y ya golpea las puertas de las relaciones humanas, abarcando los campos necesitados de protección hasta límites insospechados. Este nivel de totalitarismo sólo es posible si se combinan dos factores: el primero en un bajo nivel de tolerancia al disenso: medios, instituciones y educación deben penar formal o informalmente cualquier opinión que vaya en contrario de la condición femenina como colectivo frágil y necesitado. El otro factor es el fomento de la cultura de la cancelación, del buchoneo, de la denuncia basado en que, quien se percibe víctima, siempre tiene la razón.
Un poco de sana desconfianza debería llevarnos a pensar a qué llaman igualdad las políticas de género, antes de asumir que la igualdad que promulgan es la correcta. Sumidos en el absurdo cotidiano, olvidamos que no es lo mismo “igualdad ante la ley” que “igualdad mediante la ley”.
La igualdad ante la ley es una conquista del Occidente libre que impuso, en las cartas magnas que constituyen los Estados, que todos los ciudadanos nacemos iguales, y que por eso debemos ser tratados igual ante la ley y tenemos los mismos derechos. En cambio, la “igualdad mediante la ley” es un artilugio que implica una escala valorativa en la diversidad, en la que está bien sufrir discriminación si se comparten características asociadas a un determinado colectivo. Esto significa un aval para que a un ciudadano se lo juzgue, no por sus actos, sino por la pertenencia a su colectivo asignado. Ese individuo es culpable de lo que sus “pares” hayan cometido o pudieren cometer, siendo suprimido su derecho a la presunción de inocencia, por ejemplo.
De esa filosofía nace la discriminación positiva de los cupos de género. Es una representación del imaginario de paridad ideológica que naturaliza la discriminación legal del varón, por el mero hecho de serlo. En definitiva, promulga la institucionalización del privilegio por razones sexuales, esa “diferencia”, que viene adosada a la persona por su condición sexual o de género, más allá de sus acciones, y justifica un trato legal e institucional distinto, de forma que aquellos que no reúnan esas marcas de identidad sean merecedores “legalmente” de un trato desigual.
Resulta paradójico que un ministerio que tiene como objetivo la discriminación desde su título, vale decir el citado Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, sea el orgullo de un gobierno cuya bandera es la igualdad. Pero pensándolo bien, no hay paradoja si entendemos la igualdad desde su retorcida perspectiva.
Hemos de tener en cuenta que en todos los organismos y programas destinados a atender la “perspectiva de género”, la misión se centra sobre el tema de la violencia contra las mujeres y de cómo la adscripción al colectivo es lo único que puede guarecerlas. Las políticas de igualdad, dentro de este imaginario, son un conglomerado de implantación de cupos y facilidades para mujeres, asimetría penal en beneficio de la mujer, adoctrinamiento ideológico para formar a las personas en una visión sectaria y control de “comportamientos prohibidos” que han de llevarse como mantras para regir la vida privada de todos por los medios que sean posibles.

Control social

La batalla de los sexos y la discriminación de los “géneros” no femeninos son herramientas de control social tan potentes que no permiten llevar a debate ninguna de sus premisas bajo riesgo de ser tachado de machista. Vale decir, que todo combate de la violencia contra las mujeres, será legitimo si y sólo si, se resguarda bajo el paraguas del adoctrimamiento de género que se ha de imprimir en cada paso de nuestra vida civica e institucional de forma exclusiva. Aupados bajo este lema, sugerir que las mujeres pueden defenderse de las agresiones de forma individual y enfrentar sin tutoría a quienes las ataquen o custodiar por sí mismas sus propios intereses, es un insulto redondo para las gestoras del colectivo al que las afiliaron sin permiso.
El absurdo del las medidas de discriminación positiva toca el paroxismo con la idea de la representación de la causa “de las mujeres”. La idea misma de diversidad está en juego si ser diverso es suscribir a un corpus homogéneo. Para la “política de la diversidad”, las mujeres son iguales en intereses, conductas, deseos, gustos, aspiraciones, necesidades, experiencias pasadas y posibilidades futuras por el solo hecho de ser el “no varón”. El lobby de género, en competencia feroz entre lo banal y lo indigno, viene absorbiendo enormes tajadas de los presupuestos públicos y privados haciendo hincapié en la difusión de los derechos colectivos y en las ofensas al grupo, porque es ahí donde reside su enorme poder. Se inmiscuye en las relaciones íntimas de la gente sin tener en cuenta las diferencias y representa una ruptura radical con la filosofía del crecimiento en base a la capacidad, la destreza o el mérito.
La lucha que nació combatiendo la discriminación hoy defiende la discriminación positiva. Que nació de abajo hacia arriba hoy prefiere los lobbys de arriba hacia abajo. Que nació combatiendo el sexismo hoy promueve la exclusividad como institutos de la mujer, fiscalías de la mujer, políticas públicas para la mujer. Que nació buscando el apoyo del hombre hoy lo considera el enemigo a vencer. Que nació denunciando el sexismo del lenguaje hoy lo usa como arma. Que nació denunciando la ausencia de derechos de la mujer hoy apoya la privación de derechos para el hombre.
“Hay en ese extraño caos que llamamos la vida algunas circunstancias y momentos absurdos en los cuales tomamos el universo todo por una inmensa broma pesada, aunque no logremos percibir con claridad en qué consiste su gracia y sospechemos que nosotros mismos somos las víctimas de la burla. Sin embargo, nada nos desalienta, nada nos parece digno de disensión”
Moby Dick, Herman Melville



Publicado en La Prensa.


 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]