La presidencia prostituida
Manuel Suárez-Mier
Profesor de Economía de American University en Washington, DC.



En la búsqueda de cómo ocurrió que un actorcillo de reality shows, rufianesco, inepto y sin brújula ética pero con anhelos autoritarios, llegara a la presidencia de EE.UU., hay todo tipo de conjeturas, incluida la que proclama el fracaso del liberalismo y la economía de mercado por no repartir mejor la riqueza.
Al no creer esas explicaciones seguí buscando y encontré un texto que analiza la historia de cómo se fue alejando la oficina presidencial de su diseño original concebido por el gran arquitecto institucional de EE.UU,, Alexander Hamilton, y su posterior deterioro y actual ruina.
El libro de Stephen KnottThe Lost Soul of the American Presidency: The Decline into Demagoguery and the Prospects for Renewal (University Press of Kansas, 2019) sustenta que el presidente, como cabeza del Estado, debería servir como su líder simbólico y de ninguna manera como el adalid de sus seguidores o partido.
La presidencia ideada por Hamilton para su jefe, George Washington, era una fuente de unidad nacional y no un medio para alentar la división y la discordia. Con el tiempo, ganó cada vez más poder para su ocupante, quitándoselo al Congreso y violando así la Constitución.
El argumento central de Knott es “que minando el poder político en sus cimientos legales, trocándolos por un presidente en busca de aprobación popular, llevó a la decadencia del sistema político”. El texto enfatiza el peligro de cambiar una democracia representativa por una de masas.
El concepto original se basa en el principio que “el presidente no debe moldear o inflamar la opinión pública sino que debe servir como un freno para esas inercias. En contraste, la presidencia ahora se dedica a enardecer partidarios y al pueblo con el fin de reinventar la nación”.
Esta corrupción del diseño original la inició Thomas Jefferson, 3er presidente de EE.UU. (1801-1809), que refundó el cargo para que cumpliera los deseos y defendiera las ventajas de la mayoría, con la predecible secuela de dejar en el desamparo a las minorías de indios y negros.
El populismo de Jefferson llegó a su clímax con Andrew Jackson (1829-37) que se dedicó a hacer todo lo que la masa exigía, que aunado a su ignorancia supina, lo llevó a cerrar el banco central y a amortizar la deuda pública, culminando en la peor debacle económica conocida.
Ese populismo se trasvasó en el “progresismo” de Teddy Roosevelt (1901-1909), que se caracterizó por un activismo y creciente intervención en la economía, lo que llega a una nueva cima con Woodrow Wilson (1913-21) a quien Roosevelt ayudó a elegir, y que decidió cambiar de cuajo a la sociedad. 
La presidencia populista transformó a su ocupante en el “tribuno del pueblo”, defensor del “hombre común” y “en la vanguardia del cambio, que llevaría a la nación a la tierra prometida”. Esa visión pervertida de la misión presidencial se consolidó en el siglo XX y culminó con la pesadilla de Trump en la Casa Blanca.
Lectura muy recomendable para entender cómo cayeron tanto EE.UU. y los países que siguieron su ejemplo, en los índices que miden la libertad.

Este artículo fue publicado originalmente en Asuntos Capitales (EE.UU.) el 17 de julio de 2020 y en Cato Institute.

 

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