Fantasías tributarias
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.




Tratando de justificar la importancia y necesidad de los impuestos se ha dicho lo que sigue:
"Pero estos diversos empleos del impuesto son más o menos facultativos, mientras que la satisfacción de las necesidades de los funcionarios públicos, es indispensable. El impuesto es una parte de las rentas generales tomadas por la autoridad para la manutención del gobierno y de sus agentes y algunas veces para otros usos reputados de útiles para la comunidad"[1]
Si de repente, viene un ladrón y me roba mi dinero, ningún principio de valoración voluntaria se cumple, porque dichas valoraciones desaparecen: el ladrón no me entrega ningún valor a cambio de la propiedad de la que me despoja. No me genera riqueza sino pobreza. Es lo mismo que pasa con el gobierno, que vía impuestos quita a un tercero de su riqueza y con el construye -por ejemplo- un puente. Este no constituye ninguna riqueza para el desvalijado que de haber podido retener su dinero lo hubiera destinado a sus necesidades (un reloj, comida, ropa, muebles, ahorros para su familia, etc.) lo que ya no podrá hacer porque el gobierno ladrón lo ha asaltado y le dio otro destino diferente al fruto de su trabajo.
Nada que haga un tercero con dineros ajenos "forma riqueza", porque destina fondos que no les pertenecen a destinos que el dueño de esos fondos no les hubiera dado. Y si eventualmente el propietario hubiera querido darles a sus dineros esos destinos no se justifica la violencia del despojo estatal. El ladrón puede gastar el dinero de su víctima, pero al no estar sacrificando nada propio sólo genera riqueza para sí y para nadie más. Lo propio sucede con el gobierno, cuando cobra impuestos se enriquece a si mismo (en rigor a sus integrantes) pero a nadie más. Es falso que enriquezca a la comunidad, esta se ha visto -en su conjunto- empobrecida con el impuesto.
Cuando la gente necesita una ruta la construye con fondos privados espontánea y voluntariamente colectados e invertidos, por ejemplo, a través de cooperativas u otras asociaciones particulares. En estos casos esa ruta se computa como riqueza. Pero si la hace el gobierno ese gasto se traducirá en una pérdida para los que pagaron el impuesto para su construcción, lo que es algo contrario a la riqueza. Ello porque los desfalcados no querían una ruta, ya sea porque no se encontraba dentro de sus prioridades o no estaban en condiciones de mantenerla luego de construida, o no hallaban en condiciones de transitarla por no tener ningún vehículo para hacerlo o -sencillamente- vivir lejos de ella. Por ello, todo lo que se llama "obra pública" no es más que el nombre que se le da el resultado del saqueo que se le ha hecho a la gente.
Si alguien quisiera objetar esto diciendo que rutas, caminos, puentes, viaductos son "necesarios" debería demostrarlo poniendo dinero de su bolsillo y colectar voluntariamente de sus semejantes (que opinen igual que él) el caudal necesario para construirlos, y no pedir que se les robe a las demás vías impuestos para hacer cosas que no se desean y -por lo tanto- no se estiman como "riquezas".
"Señala un escritor español que la noción de impuesto no siempre ha sido la misma, sino que ha variado profundamente de época a época y de pueblo a pueblo. Esto no es de extrañar, porque el impuesto, lejos de ser una "categoría absoluta", un concepto meramente doctrinal —como pretenden algunos teoricistas— es, ante todo, un producto del medio social, una verdadera "categoría histórica". El impuesto y el derecho de imponer están, en efecto, condicionados por una porción de circunstancias: constitución político social del país, régimen jurídico, costumbres, ideas dominantes, luchas de clases y de intereses, grado de desenvolvimiento económico, etcétera. De lo cual resulta: a) que los impuestos no pueden aislarse, sino que hay que considerarlos en relación con todas esas circunstancias; y b), que el estudio de los impuestos no es un simple problema financiero, sino que es siempre al mismo tiempo un problema político, ético, social, económico."[2]
Una nueva ensalada de palabras que solo apunta a confundir al lector y no arroja ninguna luz sobre la verdadera naturaleza del impuesto. Nosotros, claramente, nos enrolamos en la teoría de la "categoría absoluta" del impuesto, que el autor denosta sin fundamento a nuestro juicio. Ya lo explicamos muchas veces: el impuesto ha sido y sigue siendo sencillamente una exacción, un pillaje de riqueza (en todo o en parte) por métodos y vías coactivas que el gobierno realiza de manera impune, y aun con respaldo de leyes creadas por ese mismo gobierno contra gente indefensa, cuya única protección reside en resistir el atraco legal poniéndose al margen de la ley (creada por el mismo ladrón). No hay más secreto que este para desentrañar la verdadera naturaleza jurídica, política, ética, filosófica y económica del impuesto.
Cualquier otra cosa que se diga respecto del cómo funciona la pretendía y risueña “categoría histórica" no son más que figuras distractoras que buscan sacar de foco el verdadero problema que representa la existencia del impuesto en tanto factor de atraso económico de los pueblos.
Es cierto que sus nombres han cambiado en el curso de la historia. También lo es que sus métodos de recaudación, asimismo, han mutado. Pero más allá de como se lo haya llamado o querido llamar, y de quienes, y cómo los recaudaron y recolectan hoy día, en todas las diferentes etapas de la historia siempre se ha caracterizado por una constante: su carácter coactivo, el que nunca ha cambiado y aún conserva. Esta condición coactiva del impuesto (o como se lo quiera denominar) ha encontrado siempre amplio respaldo legal por parte del autoconstituido acreedor del gravamen: el gobierno mismo, que por sí mismo crea las leyes fiscales a las que hace obligatorias, y en las cuales fija severísimas penas contra quien o quienes osen siquiera eludir o evadir su pago.
Si hay coerción hay impuesto, con absoluta independencia de épocas, tiempos, lugares, etc. Todo lo demás que se diga es verborragia pura.
 
 


[1]  Mateo Goldstein. Voz "IMPUESTOS" en Enciclopedia Jurídica OMEBA, TOMO 15 letra I Grupo 05.
[2]  Goldstein, M. ibidem. Op. Cit.
 

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