La Argentina está grogui
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.




“Los gobernantes sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos si lo hacemos” Jean Claude Juncker



En el insignificante tiempo que se toma la Luna en cambiar de fase. En ese suspiro cósmico, en ese pestañear exiguo de 7 días, los argentinos vivimos: una devaluación brutal, un motín, un allanamiento a la casa de un expresidente acusado de hablar con gente al aire libre, un ataque del Senado al poder judicial, la huída despavorida de grandes empresas dejando un tendal de desempleos, una ampliación de la cuarentena que ya supera récords galácticos, y otro expresidente diciendo que el actual presidente está grogui.
A juzgar por la falta de reacción frente a los descalabros que se acumulan incesantemente, hemos de reconocer que lo que está grogui, o sea, atontado, dormido, vacilante y tambaleante es el conjunto del país. El golpe de gracia asestado por el Gobierno con el eterno confinamiento ha dejado consecuencias sociales difíciles de metabolizar. En principio la conversión de todos los ciudadanos en enfermos incapaces de su propia autopreservación y al país en el psiquiátrico de Atrapado sin Salida, loquero del que se sale o más chiflado o muerto.
La epidemia omnisciente no trajo novedades sino la exacerbación de carencias que venían manifestándose en forma ostensible y algunas han entrado a la fase alarmante, repasemos:
La más estructural de todas, la economía argentina desaprovechó sistemáticamente todos los trenes, está claro y a la vista. Pero sin embargo no reaccionamos: algunas veces las explicaciones son distantes al interés y la comprensión del ciudadano de a pie, así que hagamos un esfuerzo por explicarlo como para la salita de preescolar: Desde que empezó este siglo, Argentina es el segundo país del mundo (adivinen el primero) que peor trata a la inversión.
Sobre un total de 202 países, el inversor tiene 200 opciones mejores para pensar en hacer negocios. Vamos de nuevo, que nadie en su sano juicio o con buena voluntad pone un mango en estas tierras. Nadie bueno, nadie limpio va a elegirnos. Campeones en no pagar, en devaluar, en no respetar los acuerdos ni la propiedad, en inventar leyes y regulaciones absurdas somos el lugar donde hasta los pájaros carroñeros temen posarse.
La inversión cayó decenas de miles de millones de dólares. Aunque no tengamos idea de economía sabemos que para ahorrar hay que comprar dólares porque no queremos nuestros pesos, nuestros padres y abuelos nos enseñaron que el dólar “siempre sube” así que compramos y los ponemos en una lata de café.
Cada uno de los que compran 100 dólares para cuidar su guita hace lo mismo que las multinacionales en su escala: desinvierte. En consecuencia no sólo no entran dólares, salen. ¡En la lata de café o en Luxemburgo, es guita que no produce y no genera riqueza porque somos los campeones del maltrato al que invierte y produce! 

República farsa

En términos políticos se puede ser abúlico de los vaivenes de la rosca, pero hasta los más infantes han de comprender que tenemos una farsa de actividad republicana. Ese conjunto de fenómenos indicaría que la política no está a la altura de las expectativas y lleva a que se sospeche de la representación de los políticos profesionales a la confianza otorgada por los ciudadanos. Pero la política polarizada nos ha convertido en votantes adolescentes, que no aceptan ni una molécula de la responsabilidad que les incumbe.
Nos gusta consolarnos pensando que quienes son malos y ridículos en el Congreso no nos representan pero eso no es cierto. Ellos somos nosotros, por definición. La sensación de que la política es incapaz de resolver o al menos entender los verdaderos problemas, genera una inestabilidad muy poderosa, que afectan a su prestigio y a su credibilidad. Considerar que esa incapacidad es un mal que no nos pertenece no hace más que perpetuar el sistema.
Mal que nos pese, somos siempre responsables por lo que hacemos o dejamos hacer y hay que aprender a depurar la responsabilidad que nos cabe. Existe un principio no apto para inmaduros: “no hay acciones sin consecuencias y las consecuencias tienen un solo pagador, nosotros”
Dócilmente aceptamos el relato de que nuestra crisis política y económica sucede en un marco de crisis generalizadas. Que todo el mundo se enfrenta a los retos del presente a tientas. Este atajo ha propiciado que sea más fácil difuminar nuestro descalabro en el innegable “mal de muchos”. Pero, de nuevo, a vuelo de pájaro se ve que nuestra situación es la más grave. En el engañoso dilema salud o economía hemos conseguido lo peor de ambos extremos. 

Días de la peste

El Gobierno que se presentó a su primer día de trabajo, en diciembre del año pasado, sin haber hecho la tarea, sin plan y sin ideas, ha conseguido una victoria total: construyó un discurso que le permitió salvar la ropa y mantener grogui a una sociedad mientras desplegaba su incapacidad en todos los órdenes existentes, reventaba moral y económicamente al sector social que le dió la espalda electoral, procuraba ajustar cuentas con la justicia y de paso, colar un par de medidas que no soñaron ni en sus aspiraciones vengativas más febriles. Todo en medio año, no parece que estén fracasando. Ellos, se entiende, nosotros si, de cajón. 
El mainstream que los prefería en el gobierno antes que incendiando las calles, (porque las calles eran de ellos), se mantuvo entre ingenuo y compinche, merced a las generosas pautas que impidieron mostrar el rostro real de la tragedia a tiempo. El imperio de la desvergüenza y la manipulación en los días de la peste les demostró que los argentinos pueden ser tratados como ganado.
Toda la regulación contradictoria y arbitraria tenía un objetivo. Que el Estado pueda sancionar a todo incauto que claramente no puede estar al corriente de las infinitas normas de conducta de la dictadura epidemiológica. Y el otro objetivo es que esas reglas sean aplicables según la más literal definición del famoso lawfare que tanto repudiaban. En consecuencia hay reuniones políticas que contagian y otras que no. Hay marchas que inoculan de inmediato el covid y otras que pareciera que lo curan. Sentarse en el pasto a hacer un picnic contagia pero sentarse en el pasto para tomar un terreno es de lo más saludable.
El problema es que ya nos acostumbramos a ver como normal lo que no puede ser normal en cualquier gobierno que se precie. Los políticos creen que su representatividad los autoriza a cualquier cosa y que no son responsables de lo que sufren los argentinos, en especial los que no los votan ni esperan nada de ellos. Es sólo cuestión de tiempo para que el andamiaje que llamamos “la representación política” salte por los aires.

El mérito

Y acá detengámonos en la cuestión que tanto preocupa al gobierno y a su disidencia controlada: el mérito. No es cierto que no tengamos meritocracia. Existe una carrera en la que los participantes compiten. Existen ganadores y perdedores y existe un orden de mérito que determina quién se queda con el premio. Acá la cosa es ver, como sociedad, cuáles son los valores merituables. 
Volvamos a ver entonces nuestra responsabilidad en “qué es aquello que premiamos”. Porque premiar, premiamos. Nos guste o no. Reconozcamos que la competencia no se ha eliminado, sigue vigente y tampoco el premio al mérito desapareció. Aunque duela, mejor aceptemos que nosotros dejamos pervertir la ética de lo merituable y ellos aprendieron a obtener buenos resultados electorales en este guiso de trastocados principios.
Empecemos a negarnos a comprar esa mercancía vencida, o para volver a la explicación infantil, entendamos que no tiene la culpa el chancho. O sea, si no logramos establecer un orden de mérito claro en torno a lo que está bien o mal, lo que es intolerable y lo que es criminal, entonces, este conglomerado de adolescentes ya no tendrá soberanía. No es serio que como actores cívicos sigamos dejando que los gobernantes nos manden un tuit diciendo livianamente:
-Che, por tres semanas más no vas a trabajar, ni tus hijos van a estudiar ni vas a poder pagar tus deudas ni vas a poder disponer de tu plata, ni siquiera vas a poder arreglarte una muela. Y sí, no voy a dejar que nada funcione por el tiempo que me parezca, agradecé que no es peor.
Uno de los valores merituables es la prepotencia y la arbitrariedad. Si no, no se entiende nuestra actitud en los últimos meses.

La itimidad

Este oscuro momento ha permitido controlar a la sociedad con medidas que amenazan con acabar con la última trinchera de libertad que nos quedaba: la intimidad. Hasta han planteado impúdicamente que los documentos que acreditan nuestra identidad deban exponer nuestras enfermedades y dolencias si es que queremos volver a circular. Qué sigue? Se podría exigir en adelante que la administración de un edificio impida la venta de un inmueble a un enfermo? ¿Podrán los gobiernos municipales decir quienes pueden hacer turismo en sus feudos según su recuento de glóbulos? ¿Hasta dónde podrá un ministro humillarnos por nuestro bien?
El miedo siempre ha sido un arma excelente para lograr la obediencia. Somos organismos que temen, ante todo. Y cuando nos vence el miedo actuamos como ganado y buscando en el rebaño fundirnos con los otros miedos. Todos groguis, castrados, narcotizados, infantilizados y degradados hasta las condición de granja. 
Y acá no importan los artículos de la Constitución, porque en un país que no tenga límites al poder de sus administradores, que subvierta los hechos merituables y que no tenga aunque sea las bases de lo que es deseable y asuma el costo que implica conseguirlo, la ley es pura bijouterie.
En lo que se tardó esta última vez la Luna en cambiar de fase, despreciamos invaluables llamadas de atención que demuestran, como mínimo, que somos culpables de negligencia. Mientras todavía podamos no hay que dejarles pasar más atropellos. Con educación, con inteligencia, con las maneras que para nosotros son un mérito, pero sin descanso, hasta que la ignominia de lo que unos están haciendo y otros consintiendo los ponga a riesgo de mantener el poder. En algún momento, ojalá sea pronto, tendremos que asumir nuestra condición cívica, cuanto antes empecemos, mejor.

Publicado en La Prensa.





 

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