La grieta no es un artificio
José A. Sánchez
Miembro del Consejo de Administración de Fundación Atlas. Actuario, UBA. MBA, The University of Chicago.
Recientemente La Nación publicó una nota
titulada “¿Por qué no un decálogo anti-polarización?”[1] cuyo propósito es
la promoción de reglas de interacción tendientes a atenuar el creciente grado
de confrontación que afecta
a nuestra sociedad. Obra de dos
profesionales especializados en establecer
atmósferas adecuadas de diálogo,
el artículo abunda en propuestas formales a aplicar en nuestros intercambios con el fin de morigerar la
rispidez de los mismos y así evitar
costosos enfrentamientos. Debo admitir que me sentí interpelado por el mismo,
lo cual es claramente un mérito, y quiero
explicarme.
No obstante, la solvencia profesional de los autores
el abordaje propuesto parte del supuesto, común entre aquellos que se han manifestado públicamente
en contra de la grieta, que el problema reside en rasgos de carácter, estereotipos
y pasiones de los bandos en disputa. De algún modo los autores miran esta discusión
como si se tratara de una disputa entre chicos por las virtudes relativas de
dos cuadros de futbol. Esto es, una discusión cuya naturaleza impide a priori establecer
la verdad y por lo tanto resulta en un intercambio donde todas las posiciones, en la medida que sean lógicamente
consistentes, son igualmente válidas. No hay dudas que si Ud. está dispuesto a pelearse con su cuñado
porque este es incapaz de reconocer las evidentes ventajas del color azul respecto del verde el
decálogo anti polarización propuesto por los autores reduce dramáticamente las
chances que se digan y/o hagan cosas de las que es difícil volver atrás.
Tristemente el problema es de una índole bien
diferente.
Para presentar mi punto de vista me quiero
concentrar en la experiencia ética a nivel personal.
Voy a dejar de lado el responsabilizar a nadie
en particular sobre la introducción y perfeccionamiento del encono como forma
habitual de hacer política a partir de identificar un enemigo, preferiblemente
incapaz de defenderse, para crear identidad política.
Tampoco diré nada sobre el estrepitoso fracaso de
nuestra Justicia en hacer su tarea que no es más que determinar que es justo de
acuerdo a nuestras leyes, bancarrota institucional que crea un vacío que fuerza a los particulares a tomar
posiciones basadas en su interpretación de la realidad sin poder apoyarse en el
juicio ecuánime y verosímil de quienes la sociedad sostiene precisamente para
eso.
Desde allí digo.
Asumiendo plenamente mi condición de habitante
de un lado de la grieta trataré de explicar porque, lejos de ser un problema de
formas, estamos frente a una divergencia ideológica profunda, cuyas consecuencias
serán tan serias como profundo sea el compromiso de las partes en pugna con sus
ideas.
Descontadas todas las
anécdotas, contenidos todos
los recursos retóricos ,
suspendida la evaluación de
toda cuestión donde resulten opinable los
hechos en discusión y
otorgada plenamente la
suposición de buenas
intenciones y mejor fe al otro lado queda un
núcleo de desacuerdo irreductible, que
no puede ser obviado so pena de
alterar partes centrales del
andamiaje ético con que enfrentamos la vida y
demoler pilares irreemplazables del credo republicano en que
se basa nuestra concepción de ciudadanía.
Se trata de nuestra valoración de actos
concretos ocurridos, repetidos hasta construir un sistema, en el pasado
reciente e, igualmente, de nuestra actitud frente actos concretos en trance de
ejecución vinculados con estos. Hechos nítidos, desnudos, claros y distintos. Hechos,
a tal punto evidentes que la línea de defensa inicial de sus protagonistas no
ha sido negarlos sino, en lo político naturalizarlos, y en lo procesal buscar
que el tiempo extinga toda acción efectiva mediante reemplazos de magistrados y
ampliaciones infinitas del proceso de instrucción, procedimiento ajironado post
elecciones con la búsqueda directa de jueces convenientes para lograr la reivindicación
legal plena de la acusada principal.
La
evolución del gobierno en sus primeros
10 meses de gestión no
deja lugar a dudas acerca
que el principio básico que organiza
su agenda es la
reivindicación legal de la
vicepresidenta respecto de delitos con consecuencias económicas nefastas para
el erario público ocurridas
durante sus 2 periodos presidenciales e inspiradas en un modus
operandi inaugurado y
perfeccionado por su
esposo desde que el
matrimonio alcanzó el poder
en la provincia de Santa Cruz en
1995. Es claro que dicho objetivo reivindicatorio
solo puede lograrse reorganizando y disciplinando el poder judicial involucrado
en su juzgamiento. Es igualmente evidente que el éxito de ese proceso involucra
la destrucción de la independencia de la justicia y por ende el fin del sistema
republicano de gobierno vigente.
Los hechos: Los Sauces, Hotesur; bolsos con
dólares en un convento; montañas de
dólares en la Rosadita, el enriquecimiento alucinante de Lázaro Báez, el
crecimiento de Cristóbal López desde la expansión del juego hasta la
apropiación del impuesto a los combustibles, el espectáculo de coimas
sistemáticas registrado en los cuadernos y admitido por los partícipes
empresarios, los secretarios privados multimillonarios, Rio Turbio, Once y
continúan las firmas.... La lista es mucho más larga y conforma un itinerario
obsceno que ha sido exhibido ante la opinión pública con tanta nitidez que
negar su existencia está más allá de los poderes humanos.
Los hechos están frente a todos con la
masividad de una catedral en un descampado. Si obviar su existencia es
imposible entonces la diferencia entre nosotros debe buscarse en qué hacemos
con ese conocimiento. Nuestra posición al respecto es lo que nos diferencia. Al
día de hoy hay solo dos respuestas posibles: promover el debido proceso por los
delitos cometidos o el indulto disfrazado de proceso legal.
La primera respuesta se basa en la creencia que
todos debemos someternos a las leyes o no hay convivencia con libertad posible.
La respuesta pro indulto se funda en atribuir poder redentor a la supuesta
acción en favor de los desposeídos (versión creyente) o a la necesidad de
asegurar la gobernabilidad (versión cínica) posturas que resultan en poner a la
acusada más allá de la justicia.
Con toda claridad en una instancia se preserva
el orden constitucional vigente, en su alternativa, independientemente de la
versión, se lo destruye.
Este desenlace binario no era evidente para
algunas almas bellas en ocasión de la elección pasada. Intelectuales y miembros
notorios del círculo rojo esperaban que el triunfo del candidato instantáneo
produjera una síntesis peronista/kirchnerista que, reduciendo a la señora a un rol secundario, no obstante,
su condición de principal accionista del engendro electoral, hubiera hecho posible
un pacto de silencio con su sector
homólogo en el mundo de Cambiemos, generando tal vez, las condiciones ambientales
para un indulto parcial o total implícito. Un brillante negocio para todos, donde
dirigentes que son rémoras del pasado serían reemplazados por una nueva
generación de mejores estadistas dispuestos a mirar el futuro sin la mochila
del pasado.
Todo lo contrario, ha sucedido.
Al cabo de 5 meses de Kirchner ismo explícito y
transmutación presidencial los términos
del contrato imaginario no pueden ser negociados, diluidos, maquillados,
administrados o gestionados.
La dama ha reclamado la agenda, su partido se
la ha otorgado sin condiciones y desde allí se ha lanzado a la reivindicación de
su persona, que solo puede obtenerse mediante la destrucción del orden
republicano. De día, sin falsos pudores y a tambor batiente. Con la mirada fija
en el objetivo, desdeñando distracciones laterales como la destrucción de la economía,
la gestión sanitaria, la explosión de la pobreza, todos ellos shows menores cuya existencia será discutida
o simplemente negada el día después de la apoteosis.
La grieta es una zanja muy profunda y ancha como
para esperar que la cortesía, el control de la respiración, la aplicación de
técnicas de mediación y las apelaciones al diálogo creen, siquiera, el espejismo
de un puente. Se trata de la manifestación concreta de estas dos actitudes
frente a hechos que, en última instancia, nadie disputa. Es pura y simplemente
un choque frontal de valores.
Es importante agregar que la intensidad en la
confrontación no proviene exclusivamente de razones de principios, sino de
anticipar sus consecuencias lógicas que son pavorosas.
Impunidad obtenida a expensas de demoler la república
significa que el Poder triunfante está sobre ley, que nuestra vida se
desenvuelve sujeta a sus caprichos y nuestra libertad se ha transformado en un favor
que puede ser revertido discrecionalmente.
La impunidad no es un paso para ir por todo. Es
haber conseguido todo.
No debemos consentirlo.
[1] “¿Por qué no un
decálogo anti-polarizacion?”, Gaston
Ain; Bautista Logioco. La Nación, 24 de septiembre, 2020.
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