Ser o no ser humano
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Juntos podemos prevenir que el
genocidio ocurra de nuevo. Juntos podemos hacer un mejor futuro para nuestros
niños”
Dith Pran.
Nuevamente se instala el
tema del aborto entre los políticos y una parte minoritaria de la
sociedad.
Digo minoritaria porque,
más allá de la opinión que cada quien tenga sobre el aborto, plantear este tema
en medio de la dramática crisis que estamos viviendo; con un sistema de salud
sin inversión, una impunidad absoluta para con los delincuentes comunes y los
corruptos, una educación destruida e invadida por el lavado de cabeza y niveles
de pobreza inimaginables; hablar en este momento de aborto es mínimamente
desubicado.
Esta obsesión abortista
sólo es comprensible desde lo ideológico, desde la estrategia política (para
correr el foco de atención a los desastres que vivimos) o desde la imposición
de una agenda foránea (requisito sine qua non para recibir dólares de las
organizaciones internacionales).
Los defensores del
derecho al aborto, al que “bautizan” con el escurridizo eufemismo posmodernista
(dialéctica negadora de la realidad) de “interrupción del embarazo”, esgrimen
distintas justificaciones, entre las más frecuentemente encontramos: el
embarazo adolescente no deseado, las violaciones, el derecho a disponer de su
cuerpo por parte de la mujer y el estado embrionario como una etapa pre-humana.
Algunos de estos
argumentos hacen referencia a problemas muy graves y delicados que deben ser
abordados con seriedad y firmeza, pero que no abordan la cuestión
esencial. La pregunta que debemos responder es: ¿Cuándo tiene origen la
vida humana?
Desde la ciencia la
respuesta es clara y terminante: “la vida comienza desde el momento de la
concepción”, al momento de la concepción se conforma un ser humano nuevo, con
un genotipo propio, individual y diferente al de sus progenitores.
Por su parte, los
defensores del derecho al aborto, en un manoseo dialectico sin lógica e
intelectualmente deshonesto, formulan distintos momentos del comienzo de la
vida humana: desde que comienza a latir el corazón, con el desarrollo neuronal
o desde que el no nato es viable. Ya esta falta de acuerdo de por sí
sobre el instante en el que “aparece” un ser humano, muestra la inconsistencia
del planteo. “Inventar” un “origen de la vida humana”, eligiendo
arbitrariamente un momento dentro del desarrollo evolutivo de un ser que, en
esencia, no cambia su naturaleza ni su huella cromosómica, muestra la ausencia
de un argumento lógico o científico.
La tesis que toma el
momento en que el no nato es viable como límite en el que esta práctica es un
aborto o un asesinato, es mínimamente caprichosa. El límite de viabilidad
en Uganda y en Suiza es muy diferente, por lo que, siguiendo esta lógica, el
inicio de la vida humana sería diferente según el punto geográfico de la
embarazada. Lo mismo se aplica al tiempo; en un mismo país el derecho a
la vida (a no ser abortado) cambiaría según la evolución histórica de la
medicina, terminar con la vida de un no nato en el sexto mes sería un aborto
hace un siglo y hoy un asesinato. Es ridículo definir el derecho humano a
la vida según el estado de desarrollo de la ciencia.
Otro argumento utilizado
es el innegable derecho que tiene la mujer sobre su cuerpo. Pero ese
derecho no le da vía libre para disponer del cuerpo de un tercero.
Siguiendo ese razonamiento, una madre podría negarse a amamantar a su bebé pues
sus mamas son suyas y ella puede disponer de su cuerpo libremente, o podría
dejar que su hijo de 5 años juegue con fuego sin interferir pues ella tiene
derecho a disponer de su cuerpo. Ridículo.
La violación es quizás,
el hecho más aberrante que puede existir y merece el peor de los
castigos. Un embarazo fruto de una violación es un tema muy delicado y
merece nuestra mayor atención. Se debe promover la denuncia inmediata
(momento en el que aún no hay concepción) para poder tomar las medidas médicas
necesarias, agilizar el mecanismo de adopción para ese bebé y acompañar a la
madre durante el embarazo y después del parto.
Pero un delito (violación)
nunca justifica la comisión de otro delito (aborto). Y menos aún contra
un tercero inocente. Es como decir que, porque me robaron, tengo el
derecho a robarle al vecino, es justificar la ley de la selva.
Por último, está el
argumento del embarazo adolescente. Este otro problema tiene directa
relación con la destrucción de la familia, la educación en ruinas y la
sexualización temprana de los niños promovida por el hedonismo posmodernista
imperante. Nuevamente, el derecho a la vida del no nato no puede estar
sujeto a la edad de la madre. Siguiendo esta lógica, ¿por qué no
sujetarlo a la capacidad económica, al nivel educativo o a su raza? Estas
ideas se acercan peligrosamente a las del nazismo.
Preguntas sin respuestas
Hay algo que en lo
personal y desde lo analítico aún no he resuelto. El embarazo comienza en el
momento en que se implanta el cigoto, pero existe un período “ventana” desde la
concepción hasta ese instante. Técnicamente lo que se realice antes de la
implantación no es un aborto. Lo mismo sucede, conceptualmente, con la
fecundación in-vitro y los embriones congelados. Estos son las cuestiones
que creo debemos resolver.
Considero que el debate
por el derecho al aborto es el aborto del derecho, el aborto del derecho humano
más importante, el derecho a la vida. Su simple debate implica
desnaturalizar la esencia de lo que es un derecho en sí mismo y rebajarlo a la
mera satisfacción de un deseo, de una necesidad, de la avidez legislativa o de
la voluntad de la mayoría (aunque por el momento quienes apoyan el aborto no lo
sean).
El reemplazo de la
realidad objetiva por la percepción subjetiva, el ataque a los valores de
occidente y la pérdida de principios éticos básicos nos están sumergiendo en un
periodo decadente y mediocre.
Debemos despertar y
tomar las riendas de nuestras vidas y de nuestra Argentina. Debemos
asumir la responsabilidad que implica ser ciudadano y entender que si dejamos
“la cosa pública” exclusivamente en manos de los políticos, nuestro destino es
de pobreza y muerte.
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