Las mujeres de los dictadores europeos del Siglo XX

Carlos Goedder
Carlos Goedder es el seudónimo de un escritor venezolano
nacido en Caracas, Venezuela, en 1975. El heterónimo de Carlos Goedder fue
alumbrado en 1999 (un juego de palabras con el nombre de pila correspondiente
al autor y el apellido de Goethe, a quien leyó con fruición en ese año. La
combinación de nombre algo debe también a la del director orquestal Carlos
Kleiber).
Un
reciente libro anticipa el guión de un programa que la escritora Rosa Montero
conducirá sobre las mujeres clave en la vida de Stalin, Hitler, Mussolini y
claro, Franco
A la encantadora señora
Mireya Calderín Rodríguez, deseándole feliz cumpleaños
En Colombia ya está en las librerías un magnífico
libro de la argentina Editorial Lumen titulado Dictadoras. Las mujeres de los
hombres más despiadados de la historia. (Lumen, enero 2014). El libro
tiene un tema con la autoría: cualquiera se inclinaría a creer que es de la
reconocida escritora española Rosa
Montero, quien hace el prólogo. No obstante, al leerlo queda claro que se
trata del guión de una serie televisiva que conducirá la escritora sobre las
mujeres y su papel en la vida de los grandes genocidas europeos del Siglo XX:
Stalin, Hitler, Mussolini y Franco. El guión sería propiedad de Tranquilo
Producciones de Eliseo Álvarez y al leerlo realmente tiene un estilo discursivo
muy parecido al de otros ensayos de Montero. No obstante, hay otras manos en el
trabajo y ella misma habría señalado que su contribución es marginal (al
respecto: http://www.estandarte.com/noticias/libros/varios/dictadoras-no-es-un-libro-de-rosa-montero_2003.html). En fin, lo de la
autoría (se vende hábilmente en la portada como “El libro del programa de
televisión de Rosa Montero”) y el
anacronismo de colocar el índice al final del libro apenas empañan un texto
magnífico y bien documentado.
Ciertamente uno se pregunta cómo habrá sido la
convivencia con estos sujetos y especialmente si sus mujeres tuvieron alguna
capacidad, con la habitual compasión, sensibilidad y pacifismo que atribuimos a
las damas como estereotipo, de detener las carnicerías que emprendieron. El
texto confirma dos amargas intuiciones: la primera, que vivir con estos tiranos
fue terrible y desquiciante, terminando las mujeres de todos, salvo Franco (que
a fin de cuentas sólo tuvo una), suicidándose o asesinadas. Estos dictadores
colocaron en su intimidad “una perfecta representación, en lo doméstico, del
horror colectivo” (p. 59). Sorprendentemente, incluso antes de ostentar el
poder, estos personajes fueron exitosos con varias mujeres (excepto el monógamo
Franco), quienes incluso los ayudaron a moldear –Margherita Sarfatti con
Mussolini, por ejemplo. La siguiente amarga comprobación es que muchas de estas
señoras sabían los crímenes de sus singulares parejas y apoyaban su credo
político. Sólo en la Rusia de Stalin se ve algo de resistencia y final trágico
suicida, en Nadia Alliluyeva (1901-1932).
Lejos de ser simplemente una historia de chismes
de alcoba, el libro da un buen cuadro de la sociedad y la psicosis colectiva
bajo estas tiranías, trazando además con mayor profundidad la psicología de sus
sanguinarios caudillos. Nada mejor que las relaciones amorosas o la sexualidad
para entender muchas sutilezas de una mente. En el caso de Hitler, Mussolini y
Stalin, serian diagnosticados hoy día como pedófilos, por dar un ejemplo:
buscaban mujeres jovencísimas.
La dimensión social de estas tragedias vividas en
Rusia, Alemania. Italia y España invita a recordar una acertada frase de Primo
Levi (1919-1987), escritor, químico y superviviente de Auschwitz, citada en el
libro: “Si una vez ocurrió, puede volver
a suceder” (p. 104). Uno de los
entrevistados en la sección de Stalin, Serguéi Brilev, dice una magnífica frase
sobre Rusia: ·”Este es un país, como
decimos nosotros, con un pasado impredecible.” (p. 56). Es una magnífica
forma de recordar como diversas épocas pueden distorsionar la historia y evocar
los tiempos de Stalin y Mussolini, como aterradoramente ocurre en muchas
personas ahora mismo, como días maravillosos. En Italia, los nostálgicos del
fascismo “añoran esa sociedad brutal y «ordenada» que estableció el Duce.” (p.
143). La crisis en la periferia europea de desempleo (especialmente juvenil,
superior al 50% en Grecia y España), pueden invitar a revivir estos experimentos.
Lejos de ser iniciativas promovidas por gente sin educación o cultura – se
comprueba incluso entre las mujeres de los dictadores que había mujeres
refinadas –, hay muchos que dan desde su formación intelectual argumentos para
sostener al fascismo o el comunismo, demostrando los peligros de una lógica sin
conciencia y sensibilidad. El libro señala: “Cuando se analizan los cuadros de
la Gestapo y las SS; surge que el 60 por ciento de ellos eran universitarios,
hombres preparados y con cierto grado de cultura. Entonces uno se pregunta cómo
pudo haber sucedido lo que pasó.” (p. 90). El libro no menciona algunas
respuestas a esta interrogante – escapa al propósito del texto – y por ello es
oportuno recordar aquí la figura de la filósofa Hannah Arendt (1906-1975) quien analizando la figura del nazi
Eichmann propone que cualquiera de nosotros, bajo las condiciones institucionales
propicias y renunciando a pensar o cuestionarse, puede convertirse en un
monstruo de esa índole, lo que ella llamo “la banalidad del mal” (gente común
procediendo como un burócrata asesino). Esto se ha verificado en experimentos
de psicología grupal recientes, siendo una referencia fundamental el libro de
Philip Zimbardo El efecto Lucifer (traducido al castellano por Paidós Ibérica
en 2008), cuyo subtítulo en el original inglés es “cómo gente buena puede
transformarse en mala”. Ahora bien, en el caso de los dictadores no hay duda
alguna: eran malos y seguramente enfermos mentales.
¿Eran
malas las mujeres de los dictadores? La única que se ve claramente como una perversa
arribista y es la más desagradable en la obra es Carmen Polo (1900-1988), la esposa de Franco. Esta señora es
claramente una de tantas mujeres frecuentes en la política hispanoamericana que
tras las sombras han apoyado las atrocidades de su pareja simplemente para
ganar dinero, posición e influencia. Las otras mujeres que figuran en el relato
son fundamentalmente mujeres enamoradas. Muchas crecieron en hogares burgueses
afines al fascismo y contrarios al comunismo, salvo en la Unión Soviética,
claro. Creían en la ideología de sus maridos (el franquismo sencillamente
carecía de ideología, salvo nociones católicas y reminiscencias propias de las
Cruzadas o los Reyes Católicos. A diferencia de los otros dictadores, Franco
nunca escribió un libro). El amor sincero de estas damas por sus tiranos se ve
reflejado en el caso de Clara Pettaci
(1912-1945), quien pudo salvarse de la ejecución, ya que el pelotón que fusiló
a Mussolini le dijo que no había nada contra ella, siendo la reacción de Clara
abrazarse a Mussolini y sellar así su destino. Una entrevista contenida en la
obra señala al respecto: “Si hoy estamos hablando de Clara Petacci, es porque
acompañó a la muerte a su hombre; si no, no sabríamos quién era esa mujer”. (p.
131) Otro tanto ocurre con Eva Braun
(1912-1945), quien aceptó suicidarse junto al Führer, recibiendo al menos un
cortés regalo previo a ello, el matrimonio con Hitler, horas escasas antes de
morir. Antes de ese momento, Eva Braun nunca fue presentada en actos oficiales
y se la tenía casi recluida.
Algo
común en todas estas dictaduras es el menosprecio a la mujer. Bajo todos estos
regímenes, las ciudadanas fueron consideradas una categoría inferior. La obra
señala, por ejemplo: “El Reichtstag, el Parlamento Alemán, había perdido toda
su influencia después de la llegada de Hitler a la cancillería en 1933, cuando
empezaron a promulgarse una serie de terribles leyes antisemitas. Pero lo que
se conoce menos es que Hitler también legisló contra la mujer, a la que de
hecho se prohibió acceder a una lista de profesiones, como la justicia o la
abogacía.” (p. 80). El Duce andaba en la misma línea: “Mussolini sostenía que
el papel femenino por excelencia consistía en «cuidar la casa, tener niños y
llevar los cuernos.»” (p. 121). Otra afirmación de Mussolini es más
contundente: “En nuestro Estado, la mujer no debe tener importancia.” (p.
123) Sobre legislaciones contrarias a la
mujer bajo Stalin no se comenta en la obra, si bien su concepto sobre la mujer
es análogo: “…Lo que Stalin quería de las mujeres era tener un ama de casa que,
cuando él volviera de sus actividades clandestinas o de sus reuniones con el
politburó, le atendiera en todos los sentidos y no le diera problemas.” (p. 51) Saboteó los estudios universitarios de
química que estaba realizando su joven segunda esposa, la ya mencionada Nadia.
En el caso de Franco, cuya dictadura fue la más prolongada entre todas, se tuvo
esta legislación sobre la mujer: “Hasta 1975 debían tener la autorización del
marido para poder trabajar, para sacarse el pasaporte, comprar un automóvil,
tener una cuenta bancaria. Y el esposo podía cobrar el sueldo del trabajo de su
mujer. Si bien ya en los años sesenta, en la mayoría de los casos, los esposos
no se aprovechaban de la legislación en ese sentido, lo cierto es que existía y
se podía aplicar.” (p. 169-70). Otros tiranos dieron a sus mujeres un papel más
protagónico y un ejemplo es Juan Domingo Perón (1895-1974) en Argentina con su
esposa Eva, siendo que fue bajo el peronismo fue que se otorgó el derecho
femenino al voto (no obstante, Perón compartía el carácter pedófilo de Hitler,
Mussolini y Stalin, al andar tras adolescentes, incluso casi púberes). Así que
son más bien psicopatías individuales de estos sujetos los que sostuvieron esta
situación tan terrible para la mujer, especialmente bajo el fascismo.
Como resumen de estas historias “sentimentales”,
quizás valga este párrafo del libro: “Mussolini era un violador, tanto de las
mujeres como, metafóricamente, de las masas; Hitler era un genocida
personalmente pusilánime, Franco era un mediocre y un beato, y Stalin
simplemente un asesino…” (p. 58) La semblanza exagera en el caso de Mussolini, tomando
apenas como referencia una frase aislada
y su temperamento violento (no obstante, seguramente ocurrieron varias
violaciones perpetradas por su salvaje grupo paramilitar de los “camisas
negras”). Este fue el gran mujeriego (se le contabilizan seiscientas amantes en
la obra) y simplemente creía lógico, como muchos en el mundo latino, que se
debe tener esposa y amantes. Su caso no tuvo las dimensiones macabras de Hitler
y Stalin. El primero parece haber tenido tendencias sexuales sadomasoquistas y
tres de sus mujeres optaron por el suicidio: además de la ya señalada Eva,
estuvieron su sobrina Geli Raubal y una noble inglesa nazista, Unity Mitford
(su intento de suicidio fue fallido y le dejó severos daños cerebrales). En el
caso de Stalin, su segunda esposa Nadia se quitó la vida, sumiéndolo a él en
una grave depresión. Franco se presenta como un tipo casi asexual, con una
única mujer en su vida, quien se ocupa de darle aliento a la ambición política y
la obsesión católica. Sobre esta última, Carmen Polo, la obra sentencia: “Que
tragedia que toda esa energía fuera aplicada para construir un dictador.” (p.
179) Franco es un caso para psicólogos:
su padre sí fue un bebedor mujeriego, quien abandonó el hogar con una amante.
El dictador sencillamente se identificó con la muy católica madre, prolongando
su dominante figura en la esposa Carmen Polo. Un caso terrible de neurosis
individual transformada en una psicosis colectiva.
En el caso de Franco, lamentablemente, la obra es
un poco optimista. Considera en su página 178 que nada queda de Franco en la
España de hoy. Es una sentencia precipitada. Mencionar que la afición
cinegética de Franco sigue viva en las clases más pudientes y hombres de
negocios es apenas anecdótico. Más revelador es considerar que la Monarquía
vigente fue el esquema elegido por Franco para sucederle, que muchas fortunas
hechas bajo su mandato y apoyo siguen vigentes, que la mayoría de diseñadores
de la Transición fueron ministros bajo el franquismo y que nunca se hizo ningún
enjuiciamiento a sus secuaces, siendo que Franco hasta pocos días previos a su
muerte en 1975 seguía mandando a matar personas. El concepto franquista de
convertir al poder político en un negocio familiar, impulsado por su esposa,
sigue vivo en muchas dinastías políticas hispanas. Algo que menciona un
entrevistado en la obra sobre Rusia bien podría valer para el franquismo en España:
“El problema más complejo es que este país, a pesar de derrumbar en 1991 al
socialismo, al comunismo, nunca ha pasado por lo que ocurrió en Alemania, que
se juzgó a sí misma.” (p. 57). España pretende que el franquismo no ocurrió y
su democracia es fuerte, incluso ejemplar. Es una idea arriesgada, por más que se
valoren méritos en la institucionalidad española. Una crisis económica como la
actual y el desprestigio de los políticos invitan a experimentos peligrosos y
no en vano el monumento a Franco sigue vigente en el Valle de los Caídos,
siendo quizás el único dictador contemporáneo de una nación occidental con
mausoleo sostenido por el erario público y entusiastas visitantes falangistas
cada 20 de noviembre.
Si esta obra vale para pensar en los horrores del
fascismo y el comunismo, del totalitarismo en suma, desde una óptica novedosa,
será un gran logro y más cuando se divulgue en los medios televisivos. Así
evitaremos otro tipo de víctimas femeninas de estas dictaduras, sus hijas. El
esposo de Edda, la hija de Mussolini, fue fusilado como prisionero político bajo
órdenes del propio Duce. En el caso de Svetlana, la hija de Stalin, su
declaración vale por muchas generaciones siguientes al comunismo: “Mi padre me
rompió la vida.” (p. 54)
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