Maradona, el gobierno y el caos
Malú Kikuchi
Periodista. Conductora de "Cuento Chino" y "La Dama y el Bárbaro", radio El Mundo. Premio a la Libertad 2013, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



Diego Maradona murió. Lo sabe el planeta entero. Hubo un tiempo en que cuando alguien en algún lugar preguntaba por la nacionalidad del turista y este respondía, “soy argentino”, se escuchaba desde Hong Kong a Nueva York, desde Cape Town hasta Tokio, ¡MARADONA!
Al “Diego” hay que separarlo en dos, el deportista y el hombre. El futbolista fue un mago de la pelota, un genio, alguien excepcional y probablemente insustituible. Al hombre lo juzgará Dios. Pero ese amor, ese entendimiento entre Diego y la pelota, serán imposibles de repetir.
Fue carismático, nunca negaba una foto, una firma. Se hizo querer y siempre estuvo cerca de la gente. En su vida personal se vio rodeado de personas que lo usaron y él se dejó usar. El resultado fue caótico.
El mundo supo de la muerte de Maradona y el mundo le dedicó títulos en los diarios, en las redes y cartas de presidentes, artistas, personajes importantes  que se apesadumbraron con la noticia.
Acá los hinchas de River y de Boca se abrazaron, todas las camisetas de todos los equipos fueron una, la de la selección nacional y con el Nº 10. Los milagros del Diego. Los estadios de futbol del país le rindieron homenaje. Villa Fiorito, su inicio, fue un lugar sagrado para los hinchas.
Todo eso estuvo bien. El pueblo quiere al  Diego y lo quiere despedir. Mientras le hacían la autopsia, afuera una batucada en su honor. Porque para los hinchas, el Diego sigue vivo. Y eso está bien. Había que velarlo en un estadio, el de Argentino Juniors o el de Boca, sus casas.
Y eso hubiera estado bien. Era un deportista, la cancha era su lugar. Además hay una pandemia, los estadios están al aire libre. Se calculaba que irían a despedirlo un millón de personas. Hay un virus que no permite que la gente se amontone. Se ordenó el distanciamiento social, DISPO.
Pero el gobierno no podía perderse la oportunidad de generar otra cortina de humo, cuestión que ese pueblo que adora al Diego no pensara en la  miseria, la falta de clases, de trabajo, de comida. Y el gobierno se metió. Ofreció la Casa Rosada para el velatorio. Ni a Perón lo velaron ahí.
A pesar del sentido común de la familia, Claudia Villafañe y Dalma y Gianina, aceptaron. Era muy difícil no aceptar tamaño ofrecimiento. Más los 3 días de duelo nacional. Pregunta: ¿Leloir, Favaloro, Borges y tantos otros, tuvieron algo de todo eso?
Si Alberto Ángel Fernández, hincha de Argentino Juniors, quería rendirle homenaje al dios del fútbol argentino, hubiese ido como ciudadano de a pie al estadio elegido para velarlo, hubiese hecho la cola, con barbijo y alcohol en gel en las manos, y hubiese dado ejemplo de republicanismo.
Pero  el gobierno que no pudo a pesar del consejo de infectólogos lidiar contra el covid-19 a lo largo de 8 meses, organizó en un medio día un velorio por donde pasaría un millón de personas en plena pandemia. ¡Increíble! Era obvio que iba a salir mal. Fue caótico, invadieron la Rosada.
La gente se amontonó, muchos olvidaron los barbijos, la hora de cierre impuesta por la familia eran las 16, la estiraron media hora, la gente no llegaba a entrar. La Nación le pidió ayuda a CABA. La Metropolitana impidió el paso hacia la 9 de julio cuestión de no saturar la avenida y no presionar sobre la Plaza de Mayo y la Rosada. Violentos atacaron, la policía reprimió. Hubo 10 detenidos. Se evitaron males mayores.
Por supuesto que el gobierno nacional le echó las culpas a la ciudad. Pero el caos dentro de La Rosada, el posible rebrote del coronavirus, la mala estrategia del movimiento de personas, fueron obra del ministerio de seguridad nacional. Pero es más fácil echarle la culpa a la ciudad.
De lo que tienen que hacerse cargo y no pueden zafar, es de explicarle al padre de Solange que no pudo verla antes de morir, o a las hijas de Martín Garay que no pudieron despedirse de su padre. Y a todos aquellos familiares de los que murieron en total soledad, sin un beso, sin un cariño.
¿Cómo van a explicar que las familias no pueden juntarse para las fiestas, no más de 10 personas, después de lo que se vivió el 26/11? Sobre todo en tiempos de pandemia, las contradicciones del gobierno deben ser aclaradas. Maradona tuvo una vida caótica, pero fue Maradona.
Este desgobierno de los Fernández es igualmente caótico en sus políticas (salvo la vice que tiene agenda propia: impunidad para ella y sus hijos) y está muy lejos de la genialidad futbolística del Diego.  El caos es parecido; los resultados en los trabajos que ejercieron y ejercen, difieren en demasía. 
 

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