La verdadera usina del mal
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El ministro Kicillof salió ayer a desmentir lo que estaba confirmando. Llamó "deslizamiento cambiario" a la devaluación, profundizando la vocación por la mentira y el disimulo del gobierno que integra. Afirmó que no había aumento de precios cuando el motivo por el cual había citado a la reunión era comunicar un aumento de los electrodomésticos.
Daba cierta pena ver a tres figuras prominentes de un gobierno que trasmite la idea de llevarse todo por delante, hablando de los precios de las licuadoras. Aunque, al mismo tiempo, la escena servía para confirmar hasta dónde ha avanzado una idea que le ha permitido a un conjunto de burócratas inmiscuirse en detalles mínimos de la vida cotidiana de las personas, dejándoles cada vez menos espacios libres para respirar por sí mismas.
Capitanich volvió hoy a insistir sobre su irresponsable estrategia de cargar las tintas sobre los comerciantes, a quienes llamó "inescrupulosos" para cargarlos con la culpa de causar daño a los demás argentinos aumentando los precios.
No se sabe si lo hace porque desconoce el freno de la prudencia o porque con toda intención desea que se agrave la división entre nosotros. Jamás, desde que se ha hecho cargo de su puesto el jefe de gabinete admitió un error del gobierno. Nunca admitió la responsabilidad propia por nada de lo que pasa. Siempre plantea un escenario en donde el gobierno se propone lo mejor e intereses oscuros y superpoderosos mueven los hilos de una trastienda tenebrosa para hacer fracasar las políticas del oficialismo y, con ello, causar la desdicha de todos.
Por supuesto que la multiplicidad que caracteriza a toda trama social, dan por el piso con argumentaciones tan pobres. ¿Acaso puede decirse que haya un bando de "inescrupulosos" dirigidos por alguna logia del mal y un bando de "víctimas inocentes" representados por el gobierno? Obviamente no. Las posiciones sociales de las personas están muy entrecruzadas como para que esa idea lineal de "bandos" pueda ser creída. Así, quien es un comerciante "inescrupuloso" en su condición de panadero que aumenta el pan, es una "víctima inocente" en su condición de consumidor de lavarropas.
Lo que ocurre es que las múltiples "condiciones" que reúne una misma persona tienen como denominador común los desaguisados que el gobierno produce con el manejo de la política económica.
Pero ni Capitanich ni Kicillof admiten eso. Prefieren especular con el carácter fuertemente invertebrado de la sociedad para seguir creyendo que un conjunto de estúpidos se dejan engañar por sus apelaciones al odio y a las divisiones.
La causa inicial de los padecimientos actuales tiene su origen en la inflación que erosiona el valor de la moneda. Sin moneda los ciudadanos se desesperan en la búsqueda de un valor que les trasmita seguridad en sus transacciones y les permita -a los que pueden- ahorrar y ponerse a salvo de contingencias futuras. Esa desesperación presionó el mercado de cambios y forzó la devaluación.
A su vez la inflación se produce por una emisión descontrolada que, en ausencia de inversión y con el fuerte sesgo aislacionista del gobierno, es la única herramienta que el gobierno tiene para financiar un gasto sin control Este gasto llevó las cuentas públicas a un nivel de déficit cercano a 7 puntos del PBI. La razón de ese despilfarro es la demagogia, el financiamiento de una estructura política de votos comprados, una andanada de empleos públicos y políticos, una irresponsable política energética que nos llevó de ser un exportador de energía a un importador neto, y un esquema de subsidios irracional. De resultas de estos dislates se precisaron unos 150 mil millones de pesos impresos sin respaldo para poner en los bolsillos de los subsidiados, de los acomodados políticos, de los empleados públicos demagógicamente tomados para simular una suba del empleo, para pagar planes sociales de miseria, para remunerar a unos 2 millones de nuevos jubilados que nunca habían aportado, y para solventar una "factura de luz" de 13000 millones de dólares al año en concepto de gas líquido y fuel oil que importamos para mantener con electricidad a los enchufes. Sin contar, por supuesto, los recursos "extraviados" por la corrupción.
Este es el corazón de la culpa. Allí está la inescrupulosidad, el antipatrotismo y la vergüenza. Ninguna persona de la sociedad privada se merece esos epítetos. Todos ellos pertenecen y están en cabeza de los funcionarios del Estado.
Por eso, nosotros, los ciudadanos deberíamos hacer un esfuerzo "corporativo" (con perdón de la palabra) y sentirnos parte de un mismo cuerpo azotado y castigado; de un mismo cuerpo sin consideración de nuestras diferencias sociales, de ingreso o de posición social. Deberíamos sentirnos como parte de un mismo cuerpo ofendido, vejado contra el que se ha actuado incluso especulando con su esencial falta de coordinación,  pretendiendo explotar, justamente, nuestra particular composición multifacética.
Ellos, los funcionarios del Estado, en cambio, sí son monolíticos. Ellos sí son una "corporación" pétrea sin fisuras, que pronuncia un "nosotros" o un "el Estado" con unión y con espíritu de cuerpo.
Desde ese lugar reparten culpas entre nosotros, enfrentándonos, creando odios, rencores. Esa sí es una verdadera usina, una logia con fines propios y con herramientas y recursos (que paradójicamente le aportamos nosotros) para perseguir sus propios intereses y sus propias megalomanías.
Las desventuras por las que estamos atravesando habrán tenido un costado positivo, si aunque sea sirvieran para que tomemos conciencia de que la única línea divisoria que divide un "ellos" de un "nosotros" no se debería trazar entre quienes somos ciudadanos privados, más allá de nuestras diferencias de pensamiento, de ingreso, de creencias.  La única línea divisoria que separa un océano de intereses realmente contrapuestos es la que pone de un lado a la sociedad privada y del otro al Estado y a sus funcionarios. Deberíamos dejar de creer cuando de sus bocas parten insultos y calificaciones para nuestros "pares" privados y sentirnos más consustanciados con ellos que tentados a creer que quien habla y despilfarra epítetos nos está defendiendo. No. Nos está enfrentando para salvarse él.
En ese escalón de especulación esta el gobierno hoy. Desbarrancados muchos de los engaños "técnicos" que ha planteado hasta ahora, ha ingresado en la etapa lisa y llana de poner a unos argentinos contra otros, como no dándose por conforme con todo el daño que ya ha hecho en ese terreno hasta ahora.
Está en nosotros seguir creyendo esas palabras de fuego que nos incitan al odio contra el prójimo o tomar real conciencia de donde se encuentra la usina del cáncer que nos carcome
 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]