Enseñanzas del COVID para la Guerra
Ricardo Runza

Ingeniero Aeronáutico y Magíster en Defensa Nacional.




 
La Guerra no es como muchos creen ingenuamente un hecho que sólo implica “soldados” peleando entre sí. La Guerra no es solo una cuestión militar. Es siempre “política por otros medios” ya que ella es un enfrentamiento de intereses entre dos o más actores que pugnan por alcanzar una supremacía. La guerra puede llevarse a cabo bajo diferentes modos estratégicos. Uno, el estratégico militar, es el clásico modo de lucha que dos Guerra Mundiales en el siglo XX nos han puesto en la cabeza como el único que puede definir a la palabra “guerra” como tal; pero hay otros, como el económico-financiero, el psicosocial, el espacial o el biológico que cumplen el mismo propósito para alcanzar victorias en un marco de guerra permanente entre las principales potencias que nunca cesa, aunque entre ellas exista -en apariencia- un clima de “pax” bélica. El mejor ejemplo para entender este concepto fue la llamada “Guerra Fría”
 
Independientemente de cuál sea el origen (natural o artificial) del virus que provoca el COVID, su impacto en todo el mundo arroja un conjunto de lecciones para la guerra que seguramente las organizaciones de Seguridad Nacional de todas las potencias (principales y medianas inclusive) ya están analizando para eventualmente ponerlas en práctica (si este modo está a su alcance) o para “defenderse” si algún decisor de máxima instancia decide este modo estratégico para alcanzar intereses nacionales de su país en contra de otros. Y si estas lecciones son aprendidas por algunos Estados, indudablemente, algunas organizaciones terroristas también lo deben estar haciendo.
 
El COVID está demostrando que en una guerra biológica (y esta aseveración no implica definir que ahora hay una guerra biológica) lo importante no es la letalidad del virus sino la letalidad del terror que éste provoca. En realidad, el verdadero virus es el miedo y las conductas que éste ocasiona en los Gobiernos. No importa cuántos mueren, sino cuan destruido queda un país por las medidas gubernamentales que se toman para salvar vidas.
 
El COVID demuestra que un Gobierno puede autodestruir su país. Dejarlo en ruinas, en una posición de extrema vulnerabilidad, a merced de otros. Mientras más fallido sea el Estado o más frágil sea, más rápido queda vulnerable. A  cambio de ayuda se puede obtener fácilmente empresas, recursos, permisos, excepciones, concesiones, derechos y hasta también cesiones de soberanía para bases militares, paramilitares o puertos. Inclusive, si el país es  más fuerte,  también se puede doblegar la voluntad de una sociedad ya que queda psicosocialmente más débil. Es una jugada maestra. Ni los soviéticos pensaron que el tablero geopolítico mundial podría manipularse así.  Los Gobiernos autodestruyen al país y nadie puede oponerse. Quienes lo hacen son unos miserables. Unos desalmados a los cuales no les importa la vida humana. El discurso único se impone, el país se demuele y la colonización directa o indirecta por parte de una potencia puede imponerse casi sin que nadie se percate.
 
El COVID demuestra que una guerra biológica puede ocasionar daños colaterales en el país que la emprenda. Esos daños permiten el camuflaje. En este caso, la OMS juega un rol clave. Tener influencia en ese organismo es vital. Declarar una “pandemia mundial” es el subterfugio a alcanzar. Una vez declarada, el terror se expande a través de los medios de comunicación y los médicos influyen permitiendo  “esconder la maniobra”.
 
El COVID demuestra que se puede generar escenarios que favorecen el surgimiento de gobiernos títeres que traccionan los intereses de una determinada potencia sobre su propio país y sobre otros en una región que pueda tener gobiernos de signo político adversos a los intereses de esa potencia. En países con regímenes republicanos y democráticos liberales se puede propiciar el cambio de signo político de los gobiernos de manera violenta o institucional por desgaste de aquellos en el poder. Las vulnerabilidades autogeneradas por los gobiernos colonizados por la necesidad, aseguran la fidelidad a largo plazo si se sabe imponer las condiciones leoninas necesarias.
 
Si una acción de guerra biológica es llevada a cabo por alguna organización terrorista cualquier objetivo puede ser fácilmente alcanzado. El poder de negociación resulta enorme y más aún si se tiene la vacuna. La vacuna pasa a ser un bien preciado y su costo (no necesariamente comercial) para el país que no la tenga puede ser inimaginable, más si los gobiernos se comportan tal como hoy lo hacen con el COVID, es decir como traccionadores del terror. Alcanzar este escenario  permite lograr ventajas que por otros medios estratégicos hubiera resultado mucho más costoso para una potencia o un grupo terrorista.
 
Indudablemente que si la posibilidad de una guerra nuclear ha generado Tratados Internacionales de No Proliferación de Armas Nucleares y organismos multilaterales de control, lo mismo tendrá que ocurrir en el campo biológico. El COVID abre los ojos dentro de la seguridad porque la guerra QBN (química, biológica y nuclear) se pensaba en términos muy diferentes al que el COVID ahora permite ver. El COVID ha dejado inútil operativamente a ejércitos y a muchos sistemas de armas que se creían invulnerables tal como demostró los casos del portaviones francés Charles de Gaulle y el estadounidense USS Theodore Roosevelt. Hay muchos cambios por venir en la ONU.
 
Todos hablan que el COVID ha llegado para cambiar muchas cosas, inclusive se atreven a soñar que el cambio del capitalismo es posible. Pero muy pocos piensan que los sistemas de seguridad nacional son los que más cambios van a tener, tal como si hubiera ocurrido un nuevo 11S. Este es el verdadero desafío a enfrentar. Entender y ver en profundidad, entre la niebla de los acontecimientos. Hoy, todo depende de cuál es la capacidad de aceptación del daño que tenga cada líder político en cada país.
 

Publicado en Clarín.
 

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