Pilecki, el espía de Auschwitz
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.




Tomasz Serafiński se mezcló en medio de una redada de las que eran habituales en Varsovia, la noche del 19 de septiembre de 1940. Su plan, el ser detenido por la Gestapo, fue tan exitoso que, junto con otras 2000 almas, fue torturado por días antes de ser enviado a Auschwitz. El número tatuado en su antebrazo, el 4859, era su membresía en el campo de exterminio más eficaz jamás conocido, símbolo imborrable del Holocausto.
Tomasz no era su nombre real, se trataba de un soldado polaco de 40 años llamado Witold Pilecki y su misión consistía en infiltrarse en la boca del monstruo y organizar desde dentro la resistencia además de brindar información sobre la logística. Allí estableció una red clandestina cuyos propósitos eran sostener la moral de los prisioneros, conformar una organización de inteligencia que pudiera iniciar una rebelión y transmitir al exterior los horrores que se estaban perpetrando.
Dos años después Pilecki había establecido una serie de contactos de casi un millar de prisioneros y pensaba que con la ayuda de los suyos, o sea la resistencia polaca, y el apoyo aéreo de los aliados podrían poner fin al archipiélago de campos de concentración nazis. Pilecki no sabía que sus días de tortura y sacrificio no tenían valor para el mundo. Esperó en vano la señal del exterior que nunca llegó. Durante los 945 días que estuvo encerrado documentó el funcionamiento de Auschwitz, finalmente la noche del 26 de abril de 1943, junto con Jan Redzej y Edward Ciesielski logró escapar durante el turno que tenían en la panadería en la que trabajaban en carácter de esclavos.

Infame Solución Final

Un año antes, en 1942, en Wannsee se había decidido la Solución Final que Hitler establecía para el problema judío. Los campos de concentración ya eran una práctica habitual que tenía varios años, la sistematicidad, especialización y eficiencia del diseño de campos estaba muy aceitado para esa fecha. Anteriormente los campos orientales como Treblinka concentraban la mayoría de las ejecuciones. Al principio Auschwitz era un campo secundario destinado al trabajo esclavo y a los prisioneros de guerra que se incrementaron con la invasión de Rusia de 1941. Unos 10.000 prisioneros soviéticos fueron encerrados allí y debieron construir un nuevo campo dentro del área de Birkenau. Las condiciones en las que estos hombres trabajaron hicieron que hacia el final de la faena hubieran sobrevivido menos del 10%. 
De las innovaciones introducidas en este nuevo centro se destaca la práctica del tatuaje del número de identificación y las cámaras de gas que empezaron a usar el Zyklon B, un potente gas plaguicida, mucho más eficaz que el monóxido de carbono que venían utilizando. En minutos el gaseado terminaba con los lotes de judíos apenas bajados de los vagones. Luego los equipos de Sonderkommando, formados por judíos obligados a limpiar a los cadáveres, debían registrar las cavidades por si alguno hubiera escondido allí joyas y acto seguido los trasladaban a las fosas comunes. La exactitud del proceso hacía que durara unas 3 horas desde la llegada al campo. Tenían evaluada la capacidad de exterminio del flujo de contingentes. A comienzos de 1943 Auschwitz era un reloj.
El impresionante crecimiento de Auschwitz, contemporáneo al escape de Pilecki, lo había convertido en una industria del genocidio. Pilecki fue uno de los primeros en denunciar las cámaras de gas. Describió con precisión los hornos crematorios, el gas Zyklon B, la organización de las torturas y la logística de comunicación. Nadie le creyó, o nadie quiso. La explicación piadosa es que pensaran que era una exageración de Polonia para lograr el apoyo aliado o que no entendieran el sentido de montar semejante locura asesina cuando podían dejar que los prisioneros murieran, simplemente, de hambre. Pero existían otros factores.
Auschwitz se había convertido en un polo industrial alrededor de un enorme atractivo: el trabajo esclavo. No es una metáfora, ya que en los alrededores del campo y bajo su jurisdicción se  instalaron numerosas empresas que, beneficiadas con este instrumento, apoyaron y financiaron a Hitler. Precisamente debido al trabajo esclavo, y a lo que de él se desprendía, es que el mundo no puede excusarse en la ignorancia del Holocauto. No era una conspiración de unos cuantos jerarcas nazis. Era un mundo ya interconectado, una estructura financiera, empleados, publicistas, traders, contratistas y cientos de miles de clientes, un enorme sistema económico que por años y años creció con la “tracción a judíos” que trabajaban hasta su muerte. De hecho, morían sin cesar como moscas y acto seguido se solicitaba su reemplazo, como piezas de maquinaria, a las SS.
Ford, Bosch, Mercedes, Kodak, Nestlé, IBM, BMW, Deutsche Bank, Volkswagen, Porsche, Siemens, Hugo Boss tienen sus pilares manchados con sangre. También las farmacéuticas BASF, Bayer y Hoechst, la siderúrgica ThyssenKrupp. La química IG Farben que fabricaba el gas Zyklon B, fue clave para desarrollar los experimentos con los prisioneros y, para este fin, construyó el tercer gran complejo de Auschwitz: el campo de Monowitz. En 1943 fue destinado allí Josef Mengele, un médico obsesionado con la genética que tuvo a su disposición más material humano del que jamás hubiese soñado. Tenía prioridad en el reparto de los judíos que bajaban de los trenes, encargándose él mismo de la selección, especialmente de niños y de su manía: los gemelos.
No era sólo Pilecki el que denunciaba el exterminio que se estaba llevando a cabo en Polonia. Jan Karski, un diplomático polaco, también se había infiltrado en el Gueto de Varsovia y en el campo de Belzec y advirtió con todas sus fuerzas a británicos y norteamericanos, aún antes del enorme desarrollo de Auschwitz, del matadero en que se había convertido su tierra, dividida salvajemente por la invasión de las dos tiranías más nefastas de la historia: la soviética y la nazi.
Karski fue espía, haciéndose pasar por guardia ucraniano, tanto en el gueto como en el campo de Belzec. Su proeza fue la acumulación de documentación suficiente sobre las atrocidades nazis en 1942, cuando la conferencia de Wannsee recién había tenido lugar. Ni en Londres le creyeron ni en su visita al presidente de EEUU Franklin Delano Roosevelt. Karski dio ruedas de prensa, hizo reuniones con artistas y se reunió con el juez de la Corte Suprema Felix Frankfurter que ante sus relatos permaneció impasible y más tarde declaró: “No dije que estuviese mintiendo, dije que no podía creerle”. Recién en enero de 1944 el secretario del Tesoro Henry Morgenthau preparó un informe que no dejó otra opción al gobierno estadounidense que crear una oficina de refugiados, era demasiado tarde.

La retirada

Paralelamente al informe de Morgenthau, los responsables de Auschwitz se convencieron de que los días de Hitler estaban contados e iniciaron la retirada tratando de limpiar las pruebas de la masacre. Dinamitaron los crematorios y organizaron, para vaciar los campos, las marchas de la muerte tan letales como los otros métodos de exterminio. Cuando el 27 de enero de 1945 los soldados del Ejército Rojo ingresaron a Auschwitz aún salía humo de los crematorios, y deambulando sin esperanza quedaban menos de 8.000 supervivientes, de esa imagen del infierno se cumplen en estas horas 76 años.
Desde la creación de Auschwitz, la maquinaria de propaganda nazi inventó historias edificantes alrededor de la vida de los judíos en el campo. Para evitar que esto fuera corroborado por la población en general, a menudo se colocaban anuncios de cuarentena en la entrada advirtiendo de la peligrosidad de las epidemias altamente contagiosas que padecían los habitantes. Con las advertencias de la contagiosidad, mantenían a la sociedad aislada de los judíos “mugrosos”. Las condiciones infrahumanas de vida de los prisioneros terminarían dándoles la razón y las pestes eran otro de los mecanismos de tortura y extermino que se sumaban al gaseado, la experimentación y el trabajo esclavo.
Pilecki continuó recopilando información sobre el exterminio de su pueblo luego del fin de la guerra. Esa faena había quedado en manos de la ocupación soviética. En septiembre de 1945, el Gobierno polaco en el exilio en Londres, le ordenó recolectar información y en 1947 comenzó a obtener evidencias de las masacres y ejecuciones extrajudiciales cometidas por los rusos en Polonia durante y después de la guerra. El 8 de mayo de 1947 la dictadura comunista lo atrapó, lo condenó en base al testimonio del jerarca Józef Cyrankiewicz, también sobreviviente de Auschwitz, que luego fue Primer Ministro de Polonia.
Fue torturado sin piedad y sus últimas palabras antes de ser ejecutado fueron: “Comparado con esta gente, Auschwitz fue un juego de niños”. Fue fusilado el 25 de mayo de 1948 y su cadáver, como en los tiempos de Auschwitz, fue arrojado a una fosa común. En 1989 cayó la tiranía comunista en Polonia, y recién ahí se pudo volver a hablar de Witold Pilecki. En 2019, el Parlamento Europeo pidió que el 25 de mayo sea declarado Día internacional de los héroes de la lucha contra el totalitarismo.
Jan Karski tuvo otro destino, instalado en EEUU, siguió denunciando amargamente la complicidad mundial: “los judíos fueron abandonados por todos los gobiernos (...) Si sobrevivieron miles de ellos fue gracias a la ayuda de personas individuales. Ahora, todos los gobiernos e iglesias dicen ´intentamos salvar a los judíos´, porque están avergonzados, quieren mantener sus reputaciones. No ayudaron, porque seis millones de judíos murieron, pero los líderes de gobiernos e iglesias sobrevivieron. Nadie hizo lo suficiente”.
La historia de la humanidad es prolífica en horrores, pero Auschwitz representa el eslabón más deshumanizado e industrial, el fracaso del concepto mismo de humanidad. El campo se levantó amparado en la complicidad económica, la complacencia diplomática y la indiferencia mediática del mundo. Nadie podía darse por sorprendido de lo que representaba a esa altura del accionar del nazismo. Auschwitz es el símbolo del Holocausto hace 76 años. Nosotros recordamos.
“...consideren su naturaleza humana, no nacieron para vivir como bestias,
 sino para seguir virtud y conocimiento...“.
Ulises en La Odisea. Homero.

Publicado en La Prensa.



 

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