Adicción a endeudamiento: La dependencia económica de la deuda
María Blanco
Es profesora de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad CEU-San Pablo (España) y miembro del Instituto Juan de Mariana. 




Decía el economista Manuel Hidalgo en un didáctico artículo del domingo, en el que explicaba con pelos y señales los datos del PIB, que la cosa pinta regular para este 2021. Nevadas, bolas de fuego y terremotos aparte, coincido en el diagnóstico del profesor Hidalgo, cuando señala un notable agotamiento en las dos palancas que han aguantado el tirón en el tercer trimestre del 2020, y que apenas se sostenían ya en el cuarto: el consumo de las familias y el gasto público.
Lo previsible es que el consumo de las familias no mejore y cuando se vayan levantando los ERTEs (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) menos aún. Tampoco hay esperanzas de que la actividad económica mejore de manera sostenible con el retroceso de la inversión. Un retroceso que, efectivamente, se podía adelantar debido a la naturaleza de la inversión. La incertidumbre, la estabilidad son factores que alejan a los inversores, que toman decisiones a largo plazo.
Los problemas con el ritmo de vacunación, el contrato con AstraZeneca, la tercera ola y la sensación de confusión por falta de una dirección común están agravando la recuperación de la inversión. La pandemia es mundial, pero la reacción ante sus consecuencias es particular de cada país y en el nuestro, falla bastante.
Las acciones del Gobierno tampoco parecen muy acertadas. En una contracción económica subir los impuestos no parece lo mejor. Y el mantra "sólo a los ricos" ya no cuela.
¿Vamos a seguir tirando de gasto público para sostener la maltrecha economía? Es lo más probable. Nos endeudaremos más. Y es en este punto en el que me gustaría hacer una reflexión.
Uno de los países enganchados en un proceso de crecimiento de la deuda pública en espiral es Argentina. Como es sabido, además del tango, Maradona y el mate, Argentina es famosa por sus psicólogos. Es un país donde visitar al terapeuta es una rutina. No hay miraditas, está socialmente normalizado.
Como no podía ser menos, hay psicólogos que han estudiado la adicción al endeudamiento. En concreto, el psicoanalista Eduardo Grispon publicó, en el año 2006, un artículo en la revista académica Actualidad Psicológica, titulado Adicción a endeudarse económicamente. Un tipo de solución adictiva cuando impera la necesidad de pagar y perder.
El autor explica cómo, en este tipo de adicción, el deudor se configura como el agente que decide finalmente cuánto paga y cuándo. El paciente aparece en la consulta eufórico y seguro porque sabe que, cuando la deuda es suficientemente grande, el coste para el banco de declarar un crédito incobrable y dotar esa provisión es demasiado grande.
Así que, le merece más la pena volver a darle crédito y refinanciar la deuda, haciéndole un importante descuento en el capital y en los interesesEsta euforia empuja al adicto a pedir nuevos préstamos. Es muy interesante descubrir el círculo vicioso en el que estas personas entran, al que arrastran toda la familia y, cómo, en algunos casos, delinquen, creando una herida en sus allegados y una pérdida en el patrimonio familiar, a veces dramático.
La solución no es sencilla y requiere una acción conjunta de contables, abogados, terapeutas y familiares.
Cuenta el doctor Grispon que lo que llamó su atención acerca del comportamiento del deudor adicto fue una noticia de marzo de 2006, cuando Argentina atravesaba una situación de endeudamiento colosal.
"La idea que por estas horas analiza el presidente es no tocar las reservas para pagarle al FMI y destinar esos fondos para nuevas inversiones en obras públicas, infraestructura y en programas de crecimiento económico". Es decir, frente a un monto de deuda descomunal, se prefiere no pagar, invertir con la idea aparente de solucionar, agrandando de manera sistemática el agujero de la deuda.
Estas reflexiones encajan como anillo al dedo en la situación de las cada vez más numerosas 'empresas zombies' aquellas que apenas pueden cubrir con su margen normal el servicio de la deuda. Como afirmaba el profesor Emilio Ontiveros en El País, las vulnerabilidades son las que ya conocemos, lo malo es la acumulación, que hace que ante cualquier chispazo salte todo por los aires.
La zombificación, una especie de reflejo de lo que le sucede a los adictos a la deuda, que resta capacidad de reacción a las empresas, no es un fenómeno exclusivo de estas instituciones. También los países repiten este ciclo perverso, como Argentina.
Por desgracia para los españoles, da la sensación de que la incertidumbre persistente, el previsible empeoramiento con que hemos empezado el año y el agotamiento del empuje del consumo familiar va a ser anestesiado, que no solucionado, con un mayor endeudamiento. Será así en la convicción de que no pasa nada, porque nuestra incapacidad para devolverla es un problema mayor para el acreedor que para los deudores.
Hay un aspecto importante que diferencia la adicción a la deuda de una persona, o una empresa, de la adicción política a la deuda. El paciente del doctor Grispon se endeudaba para pagar la luz, los impuestos, para llenar la nevera.
Las empresas se están endeudando para sobrevivir. Los gobiernos se endeudan para seguir gastando, no siempre en vacunas o en dotar a los sanitarios de medios adecuados para que puedan desempeñar sus funciones en las mejores condiciones posibles. Parte de esa deuda, que van a heredar las futuras generaciones, se destina a gastos superfluos destinados a financiar medios de comunicación afines, subidas de los sueldos o multiplicación de cargos para pagar los favores electorales, por mencionar algunos.
Esta situación es posible porque no hay rendición de cuentas. Ningún político ha pagado nada, ni siquiera en forma de repudio social, por gastar mucho y mal el dinero de los españoles. Y sin rendición de cuentas no hay Estado de derecho. Dicho lo cual, ¿en qué tipo de democracia estamos viviendo?

Este artículo fue publicado originalmente en El Español (España) el 2 de febrero de 2021 y en Cato Institute.

 

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