Massa-Pichetto: El principio del fin
Diana Ferraro
Escritora



¿Dónde está el peronismo? El peronismo real, el peronismo que en los años 90 abrazó al liberalismo y consiguió diez años de crecimiento con moneda estable y sin inflación y la mejor de las posiciones posibles en el continente y en el mundo, parece haber desaparecido de la escena política hace ya mucho tiempo, desde los malhadados experimentos estatistas y anticapitalistas de Duhalde y los Kirchner. Sin embargo, sin ese peronismo, ninguna de las dos facciones en pugna, la kirchnerista y la macrista, podría haber ganado en su momento y seguir ganando en la actualidad. 
 El invento del Frente de Todos consiguió no solo a Alberto Fernández como mascarón de proa de su averiado navío, sino también a Sergio Massa. Y el macrismo renunció  a disgusto a su manifiesto antiperonismo, ese que le impidió convertirse en una opción abarcativa, e incorporó a Miguel Ángel Pichetto tardíamente. Y es allí, bajo el liderazgo de Massa y bajo el liderazgo de Pichetto, amen de los liderazgos de varios gobernadores, en especial, Juan Schiaretti, que se esconde una formidable fuerza, con una tradición inmediata para reclamar, la de los años 90, que debería volver, corregida y mejorada, para recuperar velozmente el status económico de la Argentina como nación en desarrollo, pleno crecimiento y clara adscripción a su mundo cultural de referencia, las Américas y Europa. 
¿Por qué el peronismo dividido debería aceptar el papel de segundón en una coalición estatista y de izquierda liderada por Cristina Kirchner que ha llevado y seguirá llevando a la Argentina a un profundo fracaso económico y a una alianza indeseable estratégica con China, país con el cual deberíamos limitarnos a tener relaciones comerciales y amistosas e incluso ayudar en la solución de eventuales enfrentamientos con los Estados Unidos? ¿Por qué el peronismo dividido debería aceptar el papel de segundón en la alianza macrista, allí donde nunca ha sido debidamente apreciado, comprendido ni querido? ¿Por qué el peronismo seguiría dividido, alimentando en esa división la ridículísima “brecha” entre un kirchnerismo que se hace pasar por peronista, estando décadas atrasado en sus ideas e instrumental para pretender serlo, y un macrismo que juega a tomarlo en serio y le acepta el disfraz de peronista, reviviendo así viejos odios que el peronismo real ya había superado?
 No es que al peronismo dividido le convenga unirse para que sus dirigentes tengan mejores chances electorales o más poder por sí mismos: es la sociedad que está pidiendo a gritos algo diferente a los dos fracasos, el reciente del macrismo y el pasado y repetido actualmente, del kircherismo. Ese algo diferente es todo el peronismo hoy no identificado como fuerza comunitaria independiente, debidamente individualizada, y, peor aún, hoy atado al carro de dos perdedores. Es la hora de que ese peronismo tenga el coraje de plantarse frente a la sociedad como lo que es en realidad y terminar con la hegemonía de los dos perdedore que persisten en su estrategia de mostrarse separados según una interpretación falseada de la historia política argentina para seguir alternándose cómodamente en  el poder. ¿Por qué el peronismo sería cómplice de esta maniobra canalla para destruir su historia real y borrar sus éxitos? 
No hay oposición real entre el “peronismo” y “el antiperonismo” cuando ya supieron caminar juntos para el bien del país, ni oposición entre “conservadores liberales” y “progresistas” cuando los contenidos de toda la modernidad, económica y cultural, ya se fusionaron en el peronismo de hace tres décadas, incluso con todos los contenidos deseables de republicanismo y libertad. 
El peronismo real, o sea el que supo gobernar el país con éxito durante los años 90, tiene un muy claro lugar dibujado en la comunidad: no es ni macrismo ni kirchnerismo, es peronismo. Solo le falta ocupar ese lugar, reivindicando con orgullo un pasado de éxito que ni el macrismo ni el kirchnerismo tienen—ni por asomo—tras de sí y presentarse a la comunidad nacional como la alternativa que esta espera para las elecciones de este año. 
No le faltarán aportantes una vez que el proyecto quede claro y el peronismo real presente como currículum vitae, no solo el pasado exitoso sino la solución a una serie de necesidades pendientes. Entre estas necesidades podemos contar:  las bases para una estabilización macroeconómica con libertad para favorecer inversiones; el proyecto de una reforma laboral inteligente consensuada con una CGT que también debe perder el temor y dedicarse a una renovación cuidadosa para favorecer de verdad a los trabajadores; una reforma fiscal y un perfeccionamiento de la justicia, poniendo en primer lugar la recuperación de los activos del Estado distraídos por dirigentes anticuados o enredados por sus familiares y no el acento en la venganza política, que solo sirve para dividir más cuando lo que se precisa es considerar el bienestar espiritual del total del país; y, por último aunque dadas las circunstancias electorales debería ser lo primero, recuperación del PJ, eliminación de las listas sábana, internas limpias, todo lo que macristas y kirchneristas se negaron a reformar en las dos últimas décadas para que los representantes representen auténticamente a sus distritos y no a los dirigentes que manipulan las listas. 
Esta es quizá la hora más negra de la Argentina reciente, pero también la hora en la que aparece la límpida imagen de los años de éxito que unos y otros quisieron negar. ¿Por qué el peronismo renunciaría a su historia? ¿Por qué se dejaría pisotear una y otra vez por dirigentes que o lo niegan o lo usan, pero jamás le dan la identidad que tiene o le reconocen un éxito que jamás fue el de ellos?  El lugar del peronismo está ahí, enorme y vacío, tan grande como la esperanza de la comunidad, esperando que los dirigentes que hoy están mal ubicados o sin ubicación, lo ocupen y se presenten, no solo como lo que falta hoy, sino como lo que estuvo faltando en las dos últimas décadas y cuya falta nos llevó a la actual bancarrota. 


 

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