La capacidad de adaptación del sector privado en esta pandemia debería ser celebrada
Ryan Bourne

Ocupa la cátedra R. Evan Scharf para la Comprensión Pública de la Economía en Cato Institute. Ha escrito sobre una serie de cuestiones económicas incluyendo: política fiscal, desigualdad, salario mínimo y control de alquileres. Antes de unirse a Cato, Bourne era Director de Políticas Públicas en el Institute of Economic Affairs y Director de Investigaciones Económicas en el Centre for Policy Studies (ambos en el Reino Unido). Bourne tiene una amplia experiencia en medios audiovisuales e impresos y ha salido en BBC News, CNN y Sky News. Escribe columnas semanales para Daily Telegraph y el periódico de Londres City AM.

Bourne tiene un título en artes liberales y una maestría en filosofía con especialización en economía, ambos de la Universidad de Cambridge (Reino Unido).




Algo importante y desconocido de la pandemia será su impacto duradero sobre los negocios. Muchos propietarios de negocios nunca se habrán imaginado que su empresa podía acabarse en un año. Otros habrán sufrido de no ser capaces de probar sus ideas o productos en vivo y en directo. Estas consecuencias lamentables, especialmente si son agravadas por lo que los economistas llaman “creencias que dejan una cicatriz” acerca de la amenaza de una pandemia, puede que hagan que las personas se muestren reacias a dedicar tiempo o ahorros en inversiones que son percibidas como más riesgosas. 
El valor de los emprendimientos y de las innovaciones lideradas por el mercado, sin embargo, nunca ha sido más eficiente que en la capacidad de adaptación del sector privado durante esta crisis. Considere los shocks que enfrentó: la demanda se volcó salvajemente desde los servicios presenciales, tales como los restaurantes y cines, hacia los productos en casa, como las compras de alimentos y servicios de streaming
Los proveedores se enfrentaron a cambios desde proveer bienes comerciales hacia venderle a los usuarios finales. La demanda de los servicios de comunicación vía Internet experimentó una bonanza, mientras que el deseo de formas novedosas de entretenimiento se disparó. Los negocios tuvieron que prepararse para servir demandas viejas de manera más segura, conforme surgieron nuevas demandas de productos relacionados con la salud pública.
Los gobiernos se felicitan cuando algo como el despliegue de las vacunas va bien, pero las empresas se enfrentaron a retos logísticos, de personal y de cadenas de suministro sin precedentes durante todo esto. Considerando su escala, el hecho de la escasez de productos y los cuellos de botella duraron poco no es nada menos que un milagro. Aún debido a que estos ajustes rápidos a las condiciones del mercado no fueron planificados por algún comité o cuerpo estatal, estos no reciben una celebración. De hecho, los políticos los dan por hecho, menospreciando los riesgos que las empresas asumieron o la extraordinaria coordinación que sus acciones requirieron. 
Es fácil olvidar lo que hemos visto. Durante las cuarentenas iniciales presenciamos como unos masivos inventarios de alimentos fueron transferidos desde los supermercados hacia los anaqueles en las cocinas, pero nuestra oferta de comida rápidamente se ajustó a la nueva y elevada demanda de alimentos. El tamaño del sector de supermercados se duplicó. Las empresas de entregas como Deliveroo y Just Eat crearon demanda de comidas de restaurantes conforme el servicio de restaurante en interiores fue restringido. Los proveedores y vendedores al por menor de alimentos renegociaron una serie de contratos. Todo esto en un momento de suma incertidumbre, con la producción misma siendo interrumpida debido a que los trabajadores se infectaban con el COVID-19.
Pero no fue solamente el sector alimenticio en el que la capacidad de adaptación del sector privado fue impresionante. El sitio Web “El fabricante” documenta cómo los productores británicos re-configuraron su capacidad de producción para proveer una serie de bienes que contribuyeron a la salud pública y que estaban experimentando una demanda alta —desde los equipos de protección personal (EPP) hasta las mascarillas, y los insumos para los ventiladores y los protectores de plástico. Lo negocios de bebidas, las destilerías y los de pinturas se pusieron a producir gel antibacterial. Los auto-cines se popularizaron alrededor del Reino Unido. Los teatros transmitieron en línea sus shows. Las actividades se mudaron al exterior y los protocolos de distanciamiento social fueron implementados rápidamente.
Por supuesto, los individuos y las empresas se beneficiaron de innovaciones anteriores realizadas por empresas de tecnología que llegaron a su madurez durante la pandemia también. ZoomSlack y Microsoft Teams se volvieron herramientas cruciales para la cooperación entre trabajadores. La plataforma de Apple facilitó aplicaciones para rastrear la propagación del virus. Los productos de Facebook, como Whatsapp, nos ayudaron a mantenernos conectados. Las inversiones de Google en YouTube se volvieron más importantes en vista de la educación en línea. Las ventas de Amazon aumentaron en un 51 por ciento en 2020, reflejando su papel extraordinario en la entrega de productos. 
Considerando cómo todas estas innovaciones mejoraron la resiliencia de nuestra sociedad, es realmente un momento notable que ha elegido el Miembro del Parlamento Tory Tobias Ellwood para decir qué tan bueno sería el mundo “sin Facebook, Twitter, Google o Amazon”, un mundo que él dice que está logrando “una de las prioridades de nuestra época”. Ciertamente, sus inversiones nos han mantenido a todos mejor conectados, educados y atendidos durante la pandemia. Pero Ellwood, parece, se imagina un mundo en el que todos esos beneficios al consumidor se mantienen, sin las empresas que los brindaron. 
Muchos políticos y comentaristas tratan la capacidad de adaptación que hemos visto en esta crisis como Ellwood trata a la innovación tecnológica —como algo que simplemente pasa sin la agencia humana o incentivos que la provean. El Ministro de Hacienda Rishi Sunak dicen que está considerando un “impuesto por ganancias durante la pandemia”, por ejemplo— un impuesto por ganancias extraordinarias para las empresas que se han “beneficiado” de la crisis. La justificación detrás de esto parece ser que ciertas empresas han sido beneficiarias más pasivas de las condiciones únicas de la pandemia. 
La realidad, por supuesto, es que las empresas invirtieron tiempo, esfuerzo y dinero en las plataformas de desarrollo, sus productos y servicios, los cuales han demostrado ser sólidos en estas circunstancias. Incluso en ese entonces muchos de ellos tuvieron que hacer más ajustes a sus cadenas de suministro, o nuevas inversiones en sus instalaciones, fuerzas de trabajo o en sus prácticas de operación del negocio, para asegurarse de poder satisfacer las demandas en búsqueda de, si, ganancias altas, sin conocimiento de qué tan durables serían estos cambios después de la pandemia. 
¿Qué mensaje, entonces, envía el hablar de un impuesto sobre las ganancias extraordinarias? En el margen, disminuye el incentivo para que las empresas inviertan en el mismo tipo de opción lista de capacidad para lidiar con los shocks en el futuro. Pero principalmente trata a las ganancias durante la pandemia de esas empresas exitosas como un golpe de suerte ilegítimo, en ligar de ser una señal para otros del inmenso valor social de su negocio durante una crisis. 
Los que vemos aquí es simplemente una falta de gratitud política por la capacidad de adaptación del sector privado y los procesos que la hacen posible. Quienes hacen las políticas públicas rápidamente lamentan “los atracos al consumidor”, “los fallos de mercado”, o la “competencia injusta”. Sus palabras y obras sugieren un interés mucho menor en comprender cómo el sistema de ganancias y pérdidas, de precios libremente fijados, y de mercados flexibles generan la riqueza que luego ellos utilizan para brindar alivio a la gente, o lo que motiva a las empresas a servir nuestras siempre cambiantes necesidades. 
Las adaptaciones extraordinarias que el sector privado ha logrado durante esta crisis nunca nos llevarán a aplaudir por las ventanas un jueves por la noche. Sin ser directamente planificados como una “respuesta al COVID-19” explícita y con tantos actores jugando partes tan pequeñas, es difícil identificar fácilmente a los “héroes”. Pero yo, por lo menos, estoy agradecido por cómo la innovación en el sector privado, del pasado y presente, hicieron esta crisis soportable. Deseo que los políticos también lo estuvieran.

Este artículo fue publicado originalmente en UK Telegraph (Reino Unido) el 18 de febrero de 2021 y en Cato Institute.
 

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