Los jóvenes no son el futuro
Julian Larrivey
Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales de Fundación Atlas. Estudiante de Derecho, UNR.




Tengo 20 años y estoy completamente seguro de que a mis padres (y a los de quien esté leyendo esto), a sus abuelos y a sus bisabuelos, les han dicho en su juventud “los jóvenes son el futuro”. Dicha frase, repetida hasta el cansancio, encierra a mi juicio, innumerables engaños que vale aclarar. Al menos, en el caso argentino, y en su peculiar historia, no ha dado (de evidencia creo tener al pasado) resultados provechosos. Por dicha razón, debemos terminar de una vez con ese mito que venimos repitiendo desde hace generaciones. Los jóvenes no son el futuro.
Es cierto que la juventud (aquellas personas entre 17 y 30 años aproximadamente) no tienen responsabilidad alguna en las decisiones que sus antecesores han tomado cuando ellos no habían nacido y hasta que cumplieron 15, 16 o 17 años. Pero también es cierto que llega un momento en la vida de todo hombre en el que aquellos que estén inconformes con la realidad que los atraviesa, tienen la libertad – y hasta en cierto punto la obligación moral – de hacer algo por modificar esa realidad.
Históricamente se ha relacionado a la juventud con una suerte de brisa esperanzadora, supuestos portadores por el solo hecho de serlo, de una sabiduría de la cual carecen. Se los ha puesto en un lugar de completa inocencia, como si no tuvieran responsabilidad ni impacto alguno en la vida social, y se les ha dado la tediosa obligación (absurda y en cierto punto injusta) de tener que resolver todos los problemas del mundo. Se ha creído erróneamente que las nuevas generaciones traerían soluciones innovadoras para los problemas socioeconómicos que constantemente atravesamos. Nada más alejado de la realidad. Las nuevas generaciones siguen apareciendo – y lo seguirán haciendo, al menos, mientras exista la raza humana – y los problemas también. Así como la sabiduría no es propia de la longevidad, pese a esa absurda creencia, tampoco lo es de la juventud.
Festejo siempre la libertad de expresión y me contenta que existan jóvenes inquietos (los ha habido siempre). En todas las épocas han atravesado situaciones complejas que los han hecho forjar su propia identidad. Sin dudas, durante una gran parte del siglo XX el marxismo cultural ha tomado notorio protagonismo y ha penetrado muchísimo las mentes jóvenes e inquietas.
El marxismo se ha apoderado de muchos espacios – el cultural, por sobre todos – porque ha adoptado una lógica simplista que resume la historia de la humanidad a una (inexistente, por cierto) lucha de clases. Muchos de esos jóvenes han tenido la formación de docentes estudiosos de cuestiones izquierdistas, en los que primó siempre una interpretación errónea de la realidad, en ocasiones repleta de odio y resentimiento. Aquellos jóvenes se transformaron en adultos y formaron a sus hijos (no todos) con las mismas ideas.
La moral burguesa de principios de siglo XX se ha defenestrado hasta el cansancio. Dicha moral planteaba que robar estaba mal. Las nuevas ideas planteaban que era un acto de justicia frente a tantas “desigualdades sociales”. El progresismo se ha nutrido de innumerables autores de todas las áreas (filosófica, económica, sociológica, histórica, etcétera) que han dado marco teórico para hacer posible lo que antes era sencillamente impensado*. En esta especie de dialéctica (quizás una de las únicas cosas que tomo de Marx) nos hemos transitado todo el siglo XX. Hemos llegado hasta el día de hoy con una juventud dividida en distintos y heterogéneos grupos (cosa que ha pasado siempre).
Por un lado tenemos a una juventud progresista, que en el aspecto económico sigue insistiendo en la redistribución del ingreso o en terminar con el capitalismo (realmente innovador, porque nunca se ha hecho y seguro ayuda a terminar con la pobreza), y que el único punto que respeto de ellos es el aspecto cultural, debido a la enorme libertad con la que llevan a cabo su vida. Estos jóvenes podrían encasillarse en la parte izquierda del cuadrante de Nolan, esa que acepta muchísima libertad cultural (en cuanto al sexo, la religión -aunque odian a la iglesia-, la despenalización de las drogas, etcétera), pero poca o casi nula libertad económica, en la que constantemente se le implora al Estado soluciones que nunca llegan.
Por otra parte, tenemos a aquellos jóvenes (por supuesto hay excepciones, simplemente generalizo para simplificar algunas cuestiones), que se interesan muchísimo más en la libertad económica, reivindican al capitalismo, a la libre empresa, a la intervención mínima del Estado, etcétera. Hay un aspecto que divide a estos jóvenes en dos grupos. Unos podrían llamarse de derecha, y otros liberales. Los primeros tienden a ser más conservadores en lo cultural, con ciertas costumbres tradicionalistas: en lo que respecta a la religión, al matrimonio, a la familia, están en contra de la despenalización de las drogas, etcétera. Los segundos, coinciden de alguna manera con aquellos progresistas en el aspecto cultural: se muestran más abiertos a ciertas costumbres que antes eran propias de las minorías y ahora se toman con más naturalidad, como las drogas o la sexualidad.
Por supuesto, cada uno es libre de llevar a cabo su vida siempre en un mutuo respeto para con los demás. Hay grupos y personas heterogéneas. Cada uno de ellos debe tomar lo mejor del otro. Abrirse siempre a refutaciones y pensar en términos objetivos.
Para entender el mundo, las sociedades, la economía, la política, y todas las ramas del conocimiento, se requiere formación. Es cierto que (no muchas) veces el conocimiento es en cierta medida un limitante para algunos descubrimientos, pero debe hacerse foco en la preparación de las personas para encontrar soluciones y no caer en generalizaciones sin sentido ni conclusiones absurdas.
Ha habido cientos o miles de pensadores antes que nosotros. El conocimiento, claro está, no es algo cerrado y por eso siempre se abre a refutaciones. Por dicha cuestión, los jóvenes no deben ser llevados a esos espacios en los que deberían dar buenas respuestas por el solo hecho de serlo. Sino, formarlos con las leyes (en el aspecto científico) que otros ya han resuelto o descubierto, para que comiencen desde ese punto de partida que ha respondido muchas cosas en un marco teórico sólido, para que puedan llegar todavía más lejos.
Por dichas cuestiones, debemos terminar con ese mito y dejar de repetir esa frase, que venimos diciendo desde hace mucho tiempo. Los jóvenes no son el futuro. Son presente inmediato. Realidad concreta y protagonistas de este momento de la historia. Debemos cambiar ese paradigma de la juventud, o cambiar nuestra visión del futuro. Esa que nos muestra un futuro lejano e impalpable. Transformémoslo en un concepto más cercano, que nos permita entender que el futuro se construye, en este mismo instante.
 


 
 
*A esto se lo llama la ventana de Overton. Es una teoría política que busca naturalizar hasta la aceptación social y la legalidad, temas que eran completamente tabú o impensados. 

 

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