¿Por qué posterga el gobierno las elecciones? ¿Por miedo a perder?
Dardo Gasparré
Economista.



Como alguien que descubre que está sufriendo una pesadilla atroz y hace esfuerzos desesperados para despertarse, media ciudadanía se refugia ahora en una frase que es más una esperanza que un análisis: “Tienen miedo de perder, por eso no quieren que haya elecciones”- dice refiriéndose a las maniobras de manoseo constitucional del oficialismo. Cruz diablo- dirá usted, pero imposible no recordar aquella otra frase “no vuelven más” conque muchos sectores y protagonistas del efímero oficialismo cambiemista respondían a cualquier crítica que se hiciera de su gestión, en la doble seguridad de que quien la formulaba era inexorablemente un ensobrado kirchnerista, y al mismo tiempo de que la sociedad valoraría la gran ventaja que implicaba “no ser lo mismo” y no devastar el país con robos, corrupción, demagogia, coimas, incompetencia e hipocresía a todo nivel.
Pero volvieron, para usar el mismo latiguillo. Y perfeccionados en su poder de disolución integral, para describir adecuadamente la triste realidad. Siguiendo en la línea de pensamiento del comienzo, tanto los futuros candidatos opositores como varios analistas y aún muchos simples desesperados ciudadanos de a pie que ven cómo se licua el país, sus valores, su riqueza, su ahorro y su moral, sostienen la necesidad de que la oposición, o una parte de ella, según el gusto de cada uno, o la oposición menos el Pro y la UCR, o la CC, o alguna de esas mezclas y variantes, se unan para enfrentar a los candidatos oficialistas, a fin de conseguir reducir drásticamente sus legisladores, tanto diputados como senadores, para dar el golpe de gracia en 2023 cuando tengan lugar las elecciones presidenciales.
Más allá de la obvia utilización del concepto de unirse para satisfacer estrategias partidarias o de sector, tiene sentido detenerse a analizar el grado de certeza de ese supuesto de fondo que parece aceptarse como una verdad revelada indisputable. Cuando se estudian los números de los cargos a renovarse, las provincias involucradas, las relaciones de minorías actuales en la Cámara de Diputados o de mayoría oficialista en el Senado y la cantidad de legisladores cuyo mandato cesa en este turno pertenecientes a cada alianza o partido, no aparece tan claro ese soñado resultado. Ni tampoco permite sacar tal conclusión la suposición de un triunfo “nacional” que arrasaría con el popukirchnerismo fatal, como se anhela. También queda por ver lo que se implica con el concepto de “unirse”, porque algunos que han levantado la bandera liberal (o al menos la exhiben) sostienen que no hay que unirse con Cambiemos, lo que difícilmente sea la estrategia menos mala para desplazar al peronismo reinante.

Es rara una victoria absoluta

En rigor, en las elecciones de medio término el concepto de derrota o victoria absoluta de un partido ocurre raramente. Más aún si se contabilizan las alianzas a posteriori, las traiciones, la compraventa de voluntades y otras prácticas folklóricas. Una primera evaluación - que se irá puliendo a medida que se acerque la hora de las urnas, si se acerca- muestra que los cambios cuantitativos podrían ser mínimos y probablemente irrelevantes. Nadie obtendrá la mayoría en diputados, nadie perderá la mayoría en senadores, y tampoco nadie obtendrá los temibles dos tercios en el Senado. Al menos en una foto de hoy.
Tal vez se puedan esperar alguna mejora cualitativa en los representantes opositores, un hecho positivo en todo proceso democrático sobre todo pensando en 2023. Esta lectura puede enojar mucho a los mismos que en su momento se encresparon cuando se les mostró que los resultados de las últimas 5 elecciones mostraban claramente que el peronismo en su versión marabunta, es decir unido ciegamente por encima de cualquier diferencia, no podía ser derrotado electoralmente en ese momento.
La misión de la columna no es evitar que los observadores se enojen. Por eso pasa a afirmar que tampoco es realista esperar que las barbaridades que está haciendo el gobierno cambien drásticamente el sentido del voto colectivo, como a veces se sueña. Justamente por eso se ha descripto al peronismo como populismo. Porque hace creer a las masas que los males que produce son externalidades, porque se ampara en la fabricación de enemigos, como ocurrió con Pfizer o Israel, porque negocia con el FMI o con el Club de París para terminar cediendo en algún punto con peores resultados que si hubiera cumplido con las demandas el primer día, de lo que Kicillof es la clara muestra cada vez que intervino. Porque tiene media sociedad dependiendo de un cheque del estado (o del pago en efectivo, mejor) lo que le garantiza sumisión y confusión. Porque cuenta con una masa de amantes leales (a esos efectos)  que inserta en el gobierno y remunera con dinero, con prestigio y gestión que no merecen, con poder, con vacunación, con retornos, con negocios o con premios a la militancia. La militancia, como saben los psicólogos, es la máscara que justifica y apaña todas las maldades, todas las inmoralidades, todas las hipocresías, todas las traiciones a la patria, ya que está de moda ese término de la Constitución para refregárselo a los que delegan atribuciones del Congreso en el presidente.

De cuento infantil

Pensar que los gobernadores del peronismo, aún algunos no peronistas pero con las mismas mañas, o los caudillos, o los punteros o intendentes, van a traicionar a Cristina para empujar candidatos de otros partidos, como en algún momento se los acusó de hacer, es irreal y de cuento infantil. No solamente por la presión mafiosa de la lealtad, que hasta les impide renunciar para defender su dignidad, sino porque la oposición no tiene nada para ofrecerles. Nada con qué coimearlos, nada para negociar. En cambio, el popukirchnerismo les ofrece un imperio lleno de esclavos sumisos, sometidos, asustados y entregados y muchas satrapías. Y confiscaciones al agro y a los que declararon sus tenencias en el exterior.  Pensar que Massa pueda pasarse de bando, o que Lavagna se retirará junto con su comodín diputada estrella Camaño y dejarán un diez por ciento de peronistas sensatos disconformes con su partido, o con Máximo y su antiperonista Cámpora, o con Zannini y su comunismo, es una expresión de anhelo. El peronismo ha pasado ya el momento crítico que se llama The point of no return, el punto a partir del cual no se puede regresar.
Tampoco se repiten las condiciones de 2015, en que había un sector del peronismo enojado por el surgimiento de la Cámpora terrorista, o del comunismo zannniano, que no guardaban relación con la supuesta prédica de su líder muerto. Hoy el peronismo es esta troupe amorfa sin calidad, ni ideología, ni siquiera deformación intencionada, que ya es incapaz de enojarse o de demandar nada, salvo de acatar y pasar a cobrar lo que le han prometido. ¿O acaso alguien piensa que las desfachatadas declaraciones del Procurador del Tesoro de Cristina, justificándose a sí mismo y al vocero vicepresidencial Verbitsky por haber usurpado vacunas que pertenecían a probables muertos, va a generar una ola de indignación entre los votantes frentistas que correrán a votar por Alberdi frente al caradurismo e inimputabilidad de sus líderes? ¿O no fue un insulto grosero en la cara de la ciudadanía la desaprensión y superficialidad conque Ginés González García manejó las cuarentenas y los cierres, finalmente reemplazado por el gobernador Kicillof cerrando prepotentemente escuelas, sin ninguna reacción de la gran masa del pueblo ante el abandono que sufrió durante el naufragio pandémico provocado?
En esas condiciones, que no escapan a Cristina, su hacedora exitosa, habría que intentar revisar, aunque fuere como posibilidad, un distinto objetivo en las maniobras de la viuda noabogada para demorar las elecciones, y hasta para eliminar las PASO. Tal vez ella no está intentando no perder, sino que intenta ganar. Por un lado, quiere conseguir una tregua. Simplemente un espacio de tres meses en que los titulares no hablen de default, ni de ajuste, ni de tantas muertes. Donde se pueda mostrar cualquier descenso de la inflación, vía apretar más el dólar, (la soja, Georgieva y el Papa ayudan) donde se pueda arrojar un par de subsidios más al Coliseo, donde la oposición se diluya o se distraiga, (bastó ver el regreso de María Eugenia Vidal para notar una cierta orfandad peligrosa de discurso y de actitud) o se desgaste en internas. (Santilli es ideal como candidato perdedor e igual que Lousteau, puede crear brechas y flancos débiles). Donde se les pueda tirar algún centavo más a los jubilados para que se olviden de su estafa, o donde la gente se olvide del robo de las vacunas y del manejo improvisado, irresponsable y vergonzoso de la pandemia. Ella sabe muy bien de la escasa memoria de sus parciales. Máxime si se puede volver a hacer a andar la impresora de riqueza un par de meses antes de las elecciones para que recién se note después. Cosa que sin duda pasará. Porque para simplificar, la lucha será entre los que esperan un gobierno que no sea igual al peronismo, y los que quieren que los subsidios aumenten y la plata que les den no se licue con la inflación, no importa a qué costo y no importa que sea una mentira de patas cortas. Ya se podrá luego ir a despojar al agro del sobreprecio de soja y cereales, para conformar al FMI.

Lealtades futuras

En ese escenario en el que se desenvuelve expertamente, el popukirchnerismo no sólo puede conservar sus legisladores, sino que puede colocar figuras clave para las lealtades futuras que necesita, no sólo dentro de su alianza, sino fuera de ellas. ¿O no están ya financiando a algunos declarados opositores, vía los empresarios y sindicalistas amigos que serán durmientes útiles? La ruptura de algunas alianzas opositoras, o la renovación de algunos senadores que son una garantía de constitucionalidad y principios, configuran una oportunidad que no será desaprovechada por la creadora del golem Fernández. Y como remate, no tiene menos oportunidades que la oposición de obtener algún legislador adicional, aunque -de nuevo- moleste incorporar esa chance en el razonamiento.
La vicepresidente en ejercicio va por todo. Y “todo” es entronizar a su hijo en la conducción del partido y en la presidencia de la Nación. E igual que su diploma de abogada, no tiene ninguna importancia que el en estos momentos oculto heredero no haya cursado y aprobado las materias respectivas.
No hay ninguna razón para que esté pensando en “no perder” como se empeñan muchos opositores en creer. Por eso se están disputando cargos que no se ganaron, cuando lo que hay que disputar son lugares en el campo de batalla. Hacen falta guerreros héroes, no medallas.
La columna ha sufrido la vehemencia que le han propinado algunos opositores debido a sus desoídas opiniones sobre el gobierno de Cambiemos, vehemencias que lamentablemente no han usado luego para defender a los ciudadanos de los atropellos constitucionales del gobierno y sus improvisados funcionarios leales. Comprende entonces que se expone a la crítica de hoy y del futuro al agitar esta desagradable posibilidad. Pero ante el espectáculo de tantos candidatos de las diferentes líneas de la oposición disputando entre ellos como si ya hubieran ganado y nuevamente subestimando a su oponente, es bueno un llamado de atención, no sea cosa de que estén luchando otra vez por el segundo puesto, lo que sería un golpe fatal para la sociedad.

Publicado en La Prensa.


 

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