De las crisis no se sale con populismo
Julian Larrivey
Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales de Fundación Atlas. Estudiante de Derecho, UNR.




El populismo es el arte más grosero. Te envía a un pozo y te hace creer que es el único capaz de sacarte de allí.
Toda política populista, se paga. Y se paga bastante caro. Por eso, en momentos de crisis, es cuando más debe entenderse la importancia de tener las cuentas en orden. Aunque en ocasiones dé esa impresión, el despilfarro jamás podrá ser fructífero en condiciones normales, y mucho menos lo será en momentos de incertidumbre. Cuando se gasta más de lo que ingresa, se tiene que pagar. Y el costo, insisto, muchas veces es demasiado alto. 
Cuando se lo hace de manera sistemática, el estancamiento es crónico. Y el problema radica cuando se cree que un sistema como tal, puede ser sustentable. 
Para entender las cosas de manera sencilla, debemos tener en cuenta que la economía se divide a grandes rasgos, en dos sectores: público y privado. Hoy, las cosas están dadas de determinadas maneras, y pese a que una parte considerada de liberales habla de conceptos como el ‘anarcocapitalismo' en donde el sector público es completamente reemplazado por el mercado, yo me conformaría, al menos, con una razonable coexistencia entre ambos. En donde el sector público asegure un marco de institucionalidad y no asfixie con impuestos y regulaciones al privado, para que este pueda desempeñarse libremente. 
Un Estado razonable, (lejos está el que tenemos en Argentina) sería lo más conveniente. Permitiría una coexistencia próspera entre lo público y lo privado. El Estado, en principio, podría encargarse de cuestiones elementales por un período limitado, de manera tal que se entienda que eso no puede ser sustentable en el largo plazo y que cada uno (salvo que esté completamente imposibilitado de hacerlo) deberá tener la responsabilidad de ganarse la vida por sí mismo. 
La libertad de mercado asegura la prosperidad económica y el crecimiento de los países. La violenta intervención del Estado asegura todo lo contrario. La poca regulación, incentiva la creación de nuevos puestos de trabajo. La burocracia excesiva aniquila, entre otras cosas, el empleo en blanco. 
Una moneda sana es requisito indispensable para el ahorro. Si, además, tenemos impuestos moderados, se estimula la inversión y con ello la creación de riqueza. Si por el contrario tenemos una mala política monetaria, y altísima presión fiscal, nunca habrá inversión, ni podremos eliminar la pobreza. 
Podríamos seguir mencionando una innumerable cantidad de ejemplos de ese tipo. Pero lo que debe quedar claro es que es el sector privado, tantas veces denostado, quien pese a todo, mantiene al sector público. Por ello, los números deben guardar cierto grado de coherencia para no caer en la inviabilidad. 
Pero en Argentina, sencillamente, los números no dan.
Ocho millones de personas trabajan en el sector privado, y veintitrés millones reciben un cheque del Estado. Es decir, cada persona que trabaja en el privado, aporta para los ingresos de casi tres personas en el sector público. Es por esa razón que al empleador le cuesta tanto dinero contratar a un trabajador. Los costos laborales son verdaderamente disparatados, y no resisten el menor análisis. 
Por supuesto, la solución no es dejar a millones de personas que trabajan en el sector público en la calle, ni dejar de ayudar con planes sociales, de la noche a la mañana, a la gente de los sectores más vulnerables. Esa acción desataría un incontenible caos social. 
Lo que se debe hacer, es crear las condiciones necesarias para que haya empleo genuino: tener una moneda sana que no pierda capacidad de ahorro, bajar impuestos y eliminar la burocracia para incentivar la inversión. 
Todo ello haría que, al cabo de un tiempo, las mismas personas que trabajan en el Estado y las que son beneficiarias de planes, vean mejores condiciones de trabajo en las empresas privadas, y mostrarían su capacidad de servir al prójimo en la libre competencia del mercado. 
Pero todo esto, debe darse en condiciones normales, pensando en el mediano y largo plazo. Solo así, se podrán resistir con creces, cuando lleguen los momentos de turbulencia. De lo contrario, no tendremos la suficiente capacidad para soportar las crisis y palear sus consecuencias. 
Si hacemos populismo, tarde o temprano, pagaremos las consecuencias. Caeremos inevitablemente en profundas crisis, por no haber entendido que cuando se gasta más de lo que ingresa, no hay economía que aguante. Y cuando la crisis sea producto de algo completamente inesperado, no tendremos los recursos suficientes. 
Solo entonces, quizás, entenderemos que el populismo es el culpable de muchas de las crisis que atravesamos, y cuando estas crisis son ajenas a su accionar, no se tiene la suficiente capacidad para hacerles frente, producto de la enorme inoperancia que posee. Por lo cual, es imposible palear estas problemáticas con las políticas que en más de una ocasión, son las responsables de habernos sumido en dichas condiciones.
Las crisis pegan muchísimo más fuerte a aquellos países con gobiernos populistas. 
De esos problemas, solo se puede salir con políticas económicas sólidas, pro-empresa, que incentiven el ahorro y la inversión. 
De esos “pozos" se sale, a fin de cuentas, con las políticas que nunca nos hubieran permitido caer en ellos. De las crisis, en definitiva, no se sale con populismo. 
 

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