¿Las ideas nos condenan?

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
La
razón principal de que Argentina vaya de fracaso en fracaso, son las ideas fuerza que nos llevaron a la
postración social, cultural, y económica, ideas nacionalistas y
socialistas, monopolizadas por escuelas y universidades, e implementadas por diferentes gobiernos, los
cuales, nos agobiaron con sus
preocupantes resultados. Casi todos creyeron en la soberanía de la Nación en vez de creer en la soberanía del individuo
capaz de decidir por su cuenta el propio
destino.
Basta
inspeccionar el período que va, desde
1853 a 1914, para poder asegurar que la
libertad trae progreso y civilización. Si bien,
en esa etapa, faltó la libertad
para sufragar -Argentina fue una
república de notables- la libertad, en general,
fue un principio respetado. Por
ello, el progreso material y la
educación les permitió, a los hijos de inmigrantes, participar,
más adelante, en la lucha
política, luego de que surgiera de los mismos conservadores, la llamada Ley
Sáenz Peña de 1912. En adelante, fue posible aventurar, que la
libertad política y económica, nos haría
continuar hacia un futuro semejante, a
los países más avanzados del mundo. Estados Unidos mostraba, como lo había
hecho a Alexis de Toqueville y a Domingo F. Sarmiento, quienes viajaron por ese
país, que a mas libertad civil, y menos
reglamentaciones estatales, correspondía
más progreso, en todas las áreas, e igualdad de oportunidades, aquella,
que surge del respeto por la ley.
La
idea de que podemos vivir aislados, sin depender productivamente de otros
países, la adoptamos luego de 1943, sin entender,
que desvincularse de todo lazo y sujeción exterior, trae
desfavorables consecuencias. Vivimos,
bajo la dependencia de leyes y obligaciones exteriores, que sujetan el ejercicio de nuestra
libertad, como lo hace la división de
poderes en una democracia.. En política y en moral, no podemos hacer todo lo
que deseamos, no existe libertad sin
dependencia, lo cual, impone límites
lógicos, por ello mismo, se crearon organizaciones de alcance
mundial, para suavizar los conflictos
entre naciones. Es una utopía peligrosa
creer, que los países no dependen
unos de otros, como los seres humanos, dependemos de las interrelaciones con el
Mundo para subsistir y mejorar. Tenemos lazos, obligaciones externas, que
debemos cumplir, so pena, de que se nos pierda la confianza.
Pensar
que podemos actuar sin límites, nos ha
llevado, a no respetar contratos, a
pasar por encima de las leyes que impone la diplomacia, a enfrentarnos con
instituciones internacionales sin, ni siquiera,
intentar un dialogo fructífero. Como se trató la pandemia es un ejemplo:
los funcionarios del gobierno tenían la experiencia de otros países que estaban
más adelantados, actuaron con soberbia. No se utilizó la persuasión racional
sino la manipulativa; por medio del terror nos quedamos meses sin trabajar, sin salir, sin ver a
nuestros seres queridos. He aquí las funestas consecuencias: no las sufren quienes se equivocaron, sino la gente que no pudo acceder al
privilegio que los funcionarios se asignaron, ser los primeros en vacunarse.
Hoy, estamos penando por entrar dentro de la política de donación de
vacunas, porque se negoció mal, privilegiando la ideología a la salud. Se
olvidó el precepto moral kantiano, de
que debemos tratar a los otros seres
humanos, como fines en sí mismos y, nunca,
como medios de llegar a un fin.
El
Gobierno no utilizó tampoco, como
corresponde, a la Constitución, al Congreso, y a los voceros de los partidos,
instituciones que estimulan la consulta, la negociación, y la búsqueda de soluciones mutuamente
beneficiosas, que aumentan las
posibilidades de resolver los conflictos,
pacíficamente. En cambio, exacerbó antagonismos que crearon fisuras
perdurables y afectan la vida política del país.
Cristina Fernández, quien lleva la batuta, no
se caracteriza por la moderación, ni por
la conciliación. La personalidad de la vice, no es negociadora, diría que es
agitadora, se alimenta del conflicto.
Sus problemas interiores, desatan
vendavales que oscurecen la luz de la razón. Es así como se ha enfrentado al
campo, cuando fue presidente, con pasión desbordada, sin ánimo de resolver el problema, sino
buscando sumisión. Actualmente, el
pasado parece repetirse.
Todo
sistema político, ha tenido, en algunos sentidos, un pasado único, no somos la excepción: la
herencia del pasado ha tenido mucho que ver con el presente y no sería raro que todavía influenciara el
futuro. De ello tenemos que
librarnos, aunque lo dificulte nuestra
cultura política: no nos caracteriza la
moderación y la conciliación, no dominan en nuestra sociedad, valores que acentúan la conveniencia de
lograr acuerdos amplios, de procurar la
negociación y la transacción, ante los
conflictos que nos preocupan.
La
criticable “teoría de la dependencia”,
por la cual América Latina creyó
que el mundo quería explotarnos, les ha servido a gobiernos anteriores para
endilgarles el propio fracaso a los
llamados países ricos; como dijo el
gran escritor, Jorge Luis Borges, “uno
esta apegado a esos ayeres olvidados”. Es así, por lo que,
actualmente, se persiste en el
mismo, irreflexivo, y repetido discurso. El gobierno kirchnerista, opera,
en consonancia con esa mentira,
como si fuera realidad, como todo
gobierno populista, sostiene grandes fines,
como la igualdad, la salud, la felicidad, para justificar siniestros medios
antidemocráticos: justificaron el
aumento de la pobreza, que resultó de
cerrar arbitrariamente la economía, con la
preservación de la salud, utilizando formas deshonestas de comunicación, con la intensión de no transmitir verídica
información.
Los
medianamente optimistas, creemos, que es
razonable esperar, un cambio de gobierno
que aumente las condiciones, para actuar
con más sensatez y mejorar el funcionamiento de la democracia. Existe, un amplio sector apolítico, que no se
preocupa por informarse, ni por
participar, activamente, en los asuntos públicos. Son, relativamente indiferentes a la política. A
ese sector, la oposición debería movilizar como también, al de los descuidados, que no tienen voceros , que están representados deficientemente, como por ejemplo, los jubilados,
asegurándoles que podrán obtener una
buena recompensa, si ayudan a modificar el resultado en las elecciones.
Tendrían que persuadir al electorado para que vote por candidatos que protejan
los intereses de todos los ciudadanos, que respeten y hagan respetar la
justicia, y sean sostén de la libertad, de la vida y de la búsqueda de la
felicidad de todos, única manera de
crear las condiciones para un futuro mejor.
En
política exterior, el país necesita un liderazgo que se ajuste a las
expectativas de Occidente, en cuanto al sistema político, que vaya detrás de
ganar prestigio internacional, mejorando
la economía y la vida democrática. Debe acercarse, otra vez, al primer mundo, no por medio de la confrontación, sino
por medio de la comunión con sus valores, que son los nuestros,
adaptarse al orden internacional y a los objetivos comunes de las grandes
potencias.
Cristina
Kirchner ha preferido, siempre, las satisfacciones emocionales al bien de la
Nación, exponiéndonos a riesgos y costos internacionales y al deterioro de
nuestra imagen. Cínicamente, dispone que los funcionarios aumenten las
expectativas sobre el futuro con promesas incumplibles, para conseguir votos, luego de las
elecciones, serán desmentidas por los
hechos. Ha preferido la seducción autoritaria, espantando, una vez más, a los
inversores, alejando los acuerdos con el FMI
y otros organismos de préstamo, impulsando a la Argentina al
fracaso, en nombre, de una supuesta dignidad y soberanía
nacional. El canciller argentino Felipe Solá muestra, claramente,
el perfil del actual gobierno.
Tenemos que aprender, a elegir candidatos, en función de objetivos
y propuestas de gobierno, en vez de
hacerlo, por la relación emocional que
une al jefe de partido. Si Argentina tiene, alguna chance de cambio, no es otra que con políticas que ayuden a
atraer inversiones, faciliten las
relaciones con los bancos y organismos financieros internacionales. y
dejen de generar continuos costos y riesgos a los argentinos, que
maximicen los beneficios y bajen las tasas del riesgo país. Una política
económica aperturista, desregulatoria, de privatizaciones, y reformas estructurales.
Merecemos
mejores representantes, se debería castigar, con el voto, a quienes aceptaron leyes que aumentaron la
miseria y la mortalidad. No es competente,
el legislador, que no estudia
proyectos que produjeron, en el pasado, significativos desastres.
Las transformaciones, en democracia, necesitan de negociaciones y acuerdos entre
partidos, grupos y personas, el poder está repartido. Esto ayuda a que se
cumplan las leyes y evitan la violencia propia de las revoluciones. El futuro,
está abierto de par en par, es
obligación de los candidatos ver qué se puede hacer para mejorar. Depende de
ellos y de los argentinos, de cómo
percibimos la realidad que nos rodea.
Así es la vida, pero, la memoria, la experiencia y la razón, son
herramientas que pueden ayudarnos a resolver problemas, si sabemos utilizarlas.
Hay mucha gente angustiada por la situación
política y económica actual, se siente en un túnel sin saber que se encontrara
a la salida. Por ello, se pregunta, ante
las alternativas electorales que se están manejando, si se debe respaldar a un candidato de un
tercer partido, a riesgo de provocar la elección del peor de los candidatos de
los dos principales. Es difícil tomar decisiones, racionales, en situaciones inciertas como las que se
aproximan. Una sociedad, que por
años no ha conocido más que gobiernos
populistas, es raro que cambie de la
noche a la mañana. Pero, si nos sentimos
perdidos, podemos influir, exigiendo algo de lo que estamos seguros y es
lo más razonable: que se cumpla la Constitución, allí está el rumbo.
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