Misoginia
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.
En el resbaloso arte de la polémica existen reglas que no responden a la lógica y mucho menos al buen gusto. La polémica es desagradable, sucia y brutalmente llamativa, esa es su gracia, funciona como el sonido de las uñas afiladas arañando un pizarrón. En esta inefable Argentina nuestra, las polémicas son deporte.
A LA DERIVA
En esta deriva, fueron los políticos los que rompieron la igualdad ante la ley, que era la base de nuestra democracia, al dar por buena la existencia de la violencia de género. Esta barbaridad jurídica sostiene que existen delitos que no dependen de los hechos objetivos sino del sexo de quienes los cometen o del de las víctimas. Sin que se le mueva un pelo a la sociedad, se arrastró por el fango la presunción de inocencia y el principio acusatorio respecto de la carga de la prueba, pilares sobre los que se sostiene el pacto democrático.
El cambio de mentalidad que devino de este delirio hace que ya no se ponga en duda, ni por la sociedad ni por el poder judicial, el hecho de que cualquier delito del que una mujer es víctima sucede por culpa de un machismo estructural que hace que se la odie por su condición de género. Tanto ha avanzado el dogma, que existen violencias que dependen de una apreciación subjetiva de la mujer que puede ser percibida de forma atemporal. Los medios se hacen eco de denuncias de abuso de famosas que se arrepienten días o años posteriores a una relación en la que la sensación de maltrato, a raíz de un cambio subjetivo, aflora a posteriori del hecho y esta sola percepción se titula como violencia machista.
CENSURA SELECTIVA
En este caldo de ácido sulfúrico en el que nos encontramos la censura es selectiva. Ofender se puede si se apunta a ciertas categorías determinadas: varones mayormente o mujeres que no tengan sintonía con las verdugas de género. En definitiva existe un grupo ofendible y otro al que no se puede tocar y esto parte de la previa aceptación de que existen grupos intrínsecamente malos que se merecen todo daño. Ciudadanos de primera y de segunda respecto del rasero de la corrección política. Se desprende que una sociedad así es invivible, pero llevamos años dejando hacer y en este marco volvamos a la polemiquita.
El diputado Iglesias expresó en twitter una dosis de burla con destino al grupo que no se puede tocar, vaya osadía, en supuesta alusión a las visitantes del Presidente. Inmediatamente el guante fue levantado por las verdugas de género, opuestas a su espacio político, que vieron en la polemiquita una oportunidad de oro para desviar la atención de la polémica madre ya explicada.
Javier Milei fue prácticamente borrado de grupos mediáticos e insultado profusamente por no someterse a tratar a las mujeres de forma preferencial o reverencial. Recientemente Franco Rinaldi fue atacado por su particular visión de la perspectiva de género. Rinaldi ha acuñado un término ingenioso y muy gráfico del panorama al que se somete a la sociedad en virtud de la perspectiva de género: ginecocracia. A la luz de los acontecimientos, no podría resultar más apropiado. Por cierto, pocas casi nulas, fueron las solidaridades por las injusticias cometidas contra Milei, Rinaldi o tantos otros que caen en la picadora de carne que es la máquina feminista de ofenderse.
UN METODO DE CENSURA
La libertad de expresión conlleva la posibilidad de ofender y esto no es excusa para coartarla, ya que las hipotéticas ofensas se convierten, caso contrario, en un método de censura. De hecho, la muy posible posibilidad de ofender a una feminista y ser señalado como misógino genera pánico entre los políticos, al punto de dar la espalda e incluso sumarse a los ataques a los propios compañeros con tal de alejarse de las fauces del monstruo. En el turno del patíbulo que le toca a Iglesias, le llovieron las balas de ajenos así como las de sus propios compañeros políticos.
El fuego amigo contra el diputado avaló varias barbaridades: la primera consiste en decir que un varón no puede criticar o burlarse de una mujer. Iglesias es también un avezado polemista que hizo de su irascibilidad una marca personal, pero nadie propuso echarlo cuando la emprendió contra otros varones. Si el accionar de Iglesias no constituye delito ni es motivo de sanción si se da entre hombres, no existe una razón válida para la aplicación diferencial si se trata de mujeres. La peor forma de misoginia es tratar a las mujeres como si no fueran individuos con sus propias individuales características considerando que, lo que ofende a una ofende a todas, y como si necesitaran colectivamente un especial protección y cuidado.
La otra barbaridad que amigos y enemigos políticos de Iglesias avalaron fue la tribalización de las mujeres. Es una perversión despojar al feminismo de su concepción originaria liberal que pugnaba por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, para rellenarlo vilmente con fundamentos tribales que requieren adhesión total al dogma de género y aceptación de la custodia de los intereses colectivos que imponen representantes y organismos que conforman el feminismo tutelar. Sólo las que se asumen como un colectivo de víctimas del machismo estructural son dignas de consideración ya que se constituyen en instrumentos necesarios para colonizar al Estado y desde ese pedestal poder vigilar y castigar y por supuesto monetizar.
En una democracia el ciudadano como individuo debe ser entendido como la unidad de derechos fundamental y su adhesión o pertenencia a un grupo ha de ser voluntaria, no dependiendo dichos derechos de ninguna suscripción. Pero los grupos de presión y la corrección timorata que impone el dogma feminista en medios y redes claman sacrificios para subsitir y por eso deben sostener el mito del "heteropatriarcado estructuralmente opresivo''. Su éxito no es menor, han conseguido leyes que no salvaguardan derechos de las personas sino de grupos predeterminados, un delirio oscurantista.
MOMENTO CARROÑERO
Las hienas que atacaron a Iglesias, andaban a su lado esperando su carroñero momento, pero esto no alejó a Iglesias de los postulados discriminatorios y sesgados de sus compañeros de partido. Para mayor abundamiento, otra víctima de la polemiquita fue el diputado Waldo Wolf, quien tampoco incurrió en delito alguno, pero fue igualmente sentenciado por ejercer el humor sarcástico junto a Iglesias. Wolf se embarcó en otra barbaridad, la de pedir disculpas por un error no cometido dando por buena la capacidad censora de quienes usan el dogma de género para ofenderse. Y para colmo aclaró que las fechas de la ofensa y de las ofendidas no coincidían, como si dando una pátina de lógica a la locura, el escarnio fuera a cesar.
La violencia estructural existe. La ejerció el Presidente desde el aparato de poder gubernamental, implantando medidas inconstitucionales que privaron de derechos y libertades a los argentinos, mientras aprovechaba como un drogado de poder para realizar fiestas y baños de multitudes al tiempo que su horrible gestión sumía al país en la miseria. Ese es el escándalo y esa es la polémica. Palidece a su lado la polemiquita de la misoginia, una pavada que sólo se sostiene por lo trastocados que están los valores gracias a esta perspectiva de género que hace que tengamos que medir hasta las bromas para no importunar a las verdugas que se han vuelto expeditivas y peligrosas a la hora de organizar cacería de brujos.
Con un poco de fortuna y buena voluntad, tal vez los involucrados en la polemiquita entiendan ahora las consecuencias del desafortunado camino de censura y cancelación al que la agenda de género y sus retorcidas normas nos han llevado y cuán expuestos al escarnio están todos aquellos que no se someten. Y con un poco más de ventura, desde sus lugares de poder, puede que se dispongan a luchar contra la verdadera misoginia; porque no existe nada más misógino que el dogma de género que trata a las mujeres con el desprecio de considerarlas seres menores, incapaces, frágiles; meros instrumentos de la intolerancia política.
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