CEREBRO Y LIBERTAD, por Roger Bartra
Carlos Goedder
Carlos Goedder es el seudónimo de un escritor venezolano nacido en Caracas, Venezuela, en 1975. El heterónimo de Carlos Goedder fue alumbrado en 1999 (un juego de palabras con el nombre de pila correspondiente al autor y el apellido de Goethe, a quien leyó con fruición en ese año. La combinación de nombre algo debe también a la del director orquestal Carlos Kleiber).


Uno de los mejores ensayos de 2013  en castellano ha sido escrito por el mexicano Roger Bartra y ha sido publicado por el Fondo de Cultura Económica. Estudia si la tan valorada libertad tiene realmente fundamentos biológicos en el cerebro.
“El camino hacia la libertad es tan difícil como raro, pero es posible encontrarlo” Referencia al filósofo Baruch Spinoza, en Cerebro y Libertad 

Tenemos valores morales que nos son muy preciados. En mi caso y seguramente el de la mayoría, la libertad es uno de ellos. No obstante, toda consideración moral tiene que “enfrentarse al hecho ineludible de nuestra realidad biológica.” (p. 60 de Cerebro y Libertad). Es preciso investigar si nuestro cerebro, por ejemplo, realmente es libre. Esta discusión sobre el libre albedrío está lejos de disiparse y varios neurólogos e investigadores consideran que nuestro cerebro es menos libre de lo que se cree, o sencillamente dista de ser libre, estando condicionado a automatismos biológicos, incluyendo los genéticos y hormonales.
Es afortunada para esta discusión un espléndido ensayo publicado en castellano por el investigador mexicano Roger Bartra Murià. Debe ser de los mejores textos en idioma castellano que han salido al mercado en 2013. Se trata de Cerebro y Libertad. Ensayo sobre la moral, el juego y el determinismo (Fondo de Cultura Económica, México: 2013).  Y si señalo el gentilicio de Bartra, es porque este libro parece más bien escrito en inglés. Nuestro amado castellano es delicioso para poesía  y narrativa, pero lamentablemente los ensayos o textos técnicos en castellano muchas veces tienen una redacción enrevesada y carecen de un discurso bien estructurado. Este ensayo parecía una traducción de un libro escrito en inglés. Y si digo esto es precisamente porque el libro da aliento a tener un mejor estilo para publicar ensayos científicos en lengua castellana.
En el pensamiento liberal, curiosamente, el problema del libre albedrío y las bases biológicas de la libertad son temas que demandan más tratamiento. El libro de Bartra menciona el caso del gran filósofo liberal y premio nobel de economía Friedrich A. Hayek (1899-1992), a quien he comentado en más de un artículo. Hayek escribió un ensayo que mantuvo inédito hasta 1952, The Sensory Order (hay traducción castellana por Unión Editorial: El Orden Sensorial. Los fundamentos de la psicología teórica). Es uno de los libros más inusuales de Hayek y de los menos explorados por los liberales, porque es un texto de psicología, en lugar de los habituales trabajos en economía o filosofía política. Lamentablemente, en esta exploración Hayek nunca da una solución al problema del libre albedrío y se mantuvo en esa postura en otras obras posteriores. Siguiendo a Bartra: “Unos años después, en su célebre The Constitution of Liberty (1960) Hayek repitió su idea sobre el libre albedrío: se trata de un problema fantasmal en el que no tiene sentido ni su afirmación ni su negación. Sin embargo, después de discutir ideas voluntaristas y deterministas, se inclina claramente por las primeras: «los voluntaristas están más cerca de lo correcto, mientras que los deterministas están simplemente confundidos.»” (p. 140)  Hayek intuye que pensamos libremente, mas no consigue formalizar el argumento de modo conclusivo.
El problema del libre albedrío está lejos de ser una reliquia teórica o una discusión bizantina. Cuando más se explora el cerebro humano, se toma constancia de cómo está determinado por una serie de procesos automáticos, inconscientes y en gran medida sujeto tanto a la genética como a la neuroquímica. Muchas decisiones las hacemos sin pensar y ni hablar de cómo nos condicionan la costumbre y el poder externo (social, familiar, corporativo…). Como señala Bartra: “La fuerza del argumento determinista proviene de una idea simple: vivimos en un universo donde todos los acontecimientos tienen una causa suficiente que los antecede.” (p. 27)  En la medida que entendemos mejor cómo funciona el cerebro y conocemos mejor los trastornos psiquiátricos, el cerebro queda convertido sencillamente en un “campo de fuerzas” (concepto del filósofo liberal Karl Popper comentado por Bartra en su p. 35). Y lo terrible es que muchas de esas fuerzas para nada dependen de la voluntad o decisiones conscientes. La neurobiología da cada vez más evidencia sobre esto y muchos investigadores optan por descartar el libre albedrío. En el inicio de su investigación, Bartra admite: “… Hay que reconocer que el libre albedrío es un bien escaso. Con esto quiero decir que no todos los actos humanos son fruto de la libertad: solamente una pequeña parte de la actividad humana se escapa de los mecanismos deterministas.” (p. 42)
Bartra procede entonces a revisar la obra de varios filósofos sobre el tema del libre albedrío y a reseñar numerosas investigaciones sobre la dinámica cerebral. Él mismo hace dos aporte notables al estudio del problema: la consideración sobre el fenómeno del juego y el concepto de exocerebro.
Uno de los filósofos que más gana dimensión en la investigación es el holandés de ascendencia portuguesa y miembro del pueblo hebreo Baruch (Benedicto) Spinoza (1632-1677). En su Ética demostrada según el orden geométrico, Spinoza consideraba: “Los hombres se equivocan, en cuanto piensan que son libres; y esta opinión sólo consiste en que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas por las que son determinados. Su idea de libertad es, pues, ésta: que no conocen causa alguna de sus acciones.” (p. 21)  La sutileza de este argumento es la siguiente: ¿Cómo podemos ser libres si desconocemos cómo decidimos? Si no sabemos la causa última de nuestros pensamientos y nuestras acciones, difícilmente podemos afirmar con contundencia que somos libres. Sencillamente, “siendo ignorantes, los hombres no pueden ser libres.” (p. 22)  Spinoza, no obstante, cree en el concepto de libertad y de allí que formule una ingeniosa solución conceptual al problema. Siguiendo a Bartra: “¿De dónde proviene la fuerza que puede permitir a los humanos ser libres? Spinoza ubica esa potencia en lo que llama conato (conatus), que es el esfuerzo que realiza la mente para perseverar en su ser. El conato es una tendencia, propensión o impulso que abarca tanto a la mente como al cuerpo…” (p. 25)  Este concepto plantea que el ser humano tiene en sí mismo una fuerza que le da identidad y le mantiene perseverando en mantener esta integridad durante toda su experiencia vital. Esa fuerza, ese conato da conciencia a la vida, invita a razonar y decidir libremente. Una intuición de esta índole, planteada hace más de tres siglos, tiene vigencia incluso en estos tiempos neurobiológicos. “Algo” nos mantiene conscientes y libres. ¿Qué puede ser?
En la exploración del problema, uno de los más deliciosos capítulos del ensayo de Bartra es el quinto, “La libertad del juego”. Nuestros juegos, desde la infancia – y que comparten en menor grado otros seres irracionales -, tienen en sí mismos una demostración empírica de la libertad. Si algo caracteriza al ser humano (al punto que un autor como Johan Huizinga lo llama Homo Ludens, “hombre lúdico”) es la sofisticación de los juegos que ha creado. Antes de escribir estas líneas estaba viendo las Olimpíadas de Invierno de Sochi y no puedo sino maravillarme por la complejidad y belleza del juego deportivo. El juego tiene valor biológico como una especia de “simulación”, donde los seres vivos ensayan situaciones de riesgo y desarrollan habilidades, desactivando los circuitos neuronales que alertan sobre peligro (quien tenga perros o gatos los ve jugar cotidianamente). Es una situación controlada. Ahora bien, el juego humano, al igual que el arte, tienen una refinación importante, combinando unas reglas sofisticadas (basta pensar en las normas vigentes para cualquier deporte) y al mismo tiempo un amplio espacio para la creatividad. Una de las mejores frases al respecto es una cita que hace Bartra sobre la obra de Erik H. Erikson: “cuando se termina la libertad o los límites, se acaba el juego” (p. 74) Esto es, difícilmente un juego es sostenible si carece de dos elementos contradictorios: reglas y libertad. Esto lo descubrimos desde la infancia. Lo maravilloso del juego y su poder explicativo para la libertad humana es eso: sujetos a reglas, tenemos un abanico amplio, quizás ilimitado de creación. Un futbolista está sujeto a reglas durante noventa minutos, mas dentro de esas normas encuentra combinaciones de jugadas, regateos y pases impredecibles, sin  por ello ir contras las reglas. En la música pasa lo mismo: hay normas de armonía, estructura y forma, mas a partir de allí se puede jugar libremente. El juego es libertad porque incorpora la imaginación. Una investigación sobre los juegos ayuda mucho a entender el fenómeno de la libertad (los economistas tenemos nuestra “teoría de juegos” para interpretar la interacción humana cooperativa y no cooperativa, por ejemplo). Un autor mencionado por Bartra, Roger Caillois “habla de cuatro clases de juegos: agôn (competencia), alea (azar), mimicry (simulación) e ilinx (vértigo).” (p. 88)  Desde esta óptica, los videojuegos (sujetos a reglas de programación informática) pierden esa visión negativa sobre esclavización y embrutecimiento que denuncian muchos padres. Una de las frases más felices para redondear esta idea es que “el juego rompe la cadena de las determinaciones.” (p. 126)
La construcción teórica de Bartra en ese ensayo es el exocerebro. Rescata un concepto del biólogo estonio Jakob von Uexküll, el Umwelt. Esto es, el ser humano no está aislado, sino que es una unidad junto con su entorno. La idea tiene esta poderosa implicación: “El concepto de Umwelt está estrechamente ligado a la idea de que la conciencia no es únicamente un yo alojado en el cerebro, sino que incluye el entorno.” (p. 131) Esta propuesta redondea la intuición del filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955) en Meditaciones del Quijote, citada por Bartra: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.” (p. 130)  El exocerebro lo que plantea es que el cerebro humano no se limita a este maravilloso órgano alojado en nuestro cráneo, sino que el ser humano ha construido unas “prótesis” externas para terminar de cumplir sus funciones cerebrales. Una de esas prótesis es la cultura. Incorporando una noción del filósofo Martin Heidegger (1889-1976), “los humamos son formadores o configuradores del mundo” (p. 134)  El ser humano escapa de ese cerebro biológico y construye una serie de elementos exteriores para reforzar sus funciones, algo que le da una “riqueza de mundo” de la cual carecen los seres irracionales. Esto da un salto importante, porque convierte al ser humano en lo que Ernst Cassirer denominaba desde 1944 como “animal simbólico” (p. 135). El cerebro humano se construye una serie de redes externas que no están alejadas en sus propias conexiones neuronales y estos nuevos circuitos incorporan un procesamiento simbólico. 
Afinando esa idea, vale una noción de Cassirer elaborada por Bartra: “En el mundo circundante de los animales hay solamente señales; en el del hombre hay símbolos.” (p. 136)   Los humanos andamos inmersos en un “medio ambiente simbólico” (p. 142) en nuestra vida cotidiana: leyes, normas, reglas, más o menos tácitas. Nuestro entorno cotidiano, familiar, laboral, comunitario, lleva un complejo procesamiento de símbolos. Es más, muchas personas con las que interactuamos diariamente entrañan en sí mismas toda una serie de símbolos: de poder, afectivos, morales. Ahora bien, lo poderoso del concepto de exocerebro para la libertad es precisamente que saca al pensamiento humano de sus fronteras biológicas y corporales, construyendo unas redes novedosas, culturales, donde se potencia el poder para el libre albedrío. En esta línea de razonamiento, Bartra señala:
“A mi parecer, el entorno cultural incierto obliga a los seres humanos a tomar decisiones constantemente. Pero, al mismo tiempo, el mundo simbólico que los rodea les abre la posibilidad de escapar del espacio biológico determinista para entrar en un mundo en el que es posible, aunque difícil, elegir libremente.” (p. 143)  
La libertad se fundamentaría en que nuestro cerebro humano no es simplemente biológico, sino que ha construido complejos apéndices socioculturales. Esta particularidad nos permite “la coexistencia del indeterminismo y la deliberación.” (p. 149)  Las instituciones sociales, en vez de considerarse como un ente esclavizador, potencian precisamente el libre albedrío, bajo esta concepción. Una cita final de Bartra completa esta exposición:
“La libertad se basa en la presencia de prótesis culturales artificiales (el lenguaje en primer lugar) que suple funciones que el cerebro no puede realizar por medios exclusivamente biológicos.” (p. 150)
El mensaje es positivo y liberador: el ser humano, lejos de estar determinado por la biología, escapa de las limitaciones mediante la vida cultural. Y esa vida cultural es precisamente una construcción propia del cerebro humano, dotado de un poder casi ilimitado, don divino que escapa a las cadenas biológicas.
Para entender mejor este ensayo de Bartra, es preciso adentrarse en otro trabajo de él que ya ando estudiando y reseñaré oportunamente: Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas biológicos (Fondo de Cultura Económica, 2006).
Epílogo: la visión de Mauro Torres
Un destacado investigador y psiquiatra colombiano, D. Mauro Torres, ha hecho un trabajo no menos fascinante sobre cerebro y libertad. Él considera un problema que limita la libertad humana y está alojado en el cerebro biológico: las compulsiones.
Tras un exhaustivo trabajo de campo, incluyendo cárceles, garitos y prostíbulos, ha analizado desde los años 1980 centenares de árboles genealógicos para sustentar una teoría, la del “poder mutagénico débil del alcohol”. El argumento es que el consumo de alcohol genera mutaciones débiles en los genes de las células reproductivas, originando, mediante un proceso conocido como pleiotropía, la transmisión a los descendientes de terribles compulsiones, más de cuarenta, incluyendo prevalencia de alcoholismo (46% de los árboles genealógicos estudiados), obesidad (casi 10%), delincuencia (7%), vagancia (5%), violencia (5%), adulterio (4%), tabaquismo (4%) y una gama de comportamientos terribles como prostitución, juego, despilfarro, piromanía, pedofilia y tantas otras conductas que arruinan al ser humano y la sociedad.
La compulsión es una poderosísima fuerza cerebral, donde el ser humano experimenta un placer desmesuradamente intenso ante ciertos consumos. Se refuerza esta imposición mediante el estímulo de tales conductas a los centros cerebrales de adicción. El ser humano sometido a este condicionamiento genético coloca sus energías mentales e inteligencia en entregarse a estas conductas que “matan dando placer”. La voluntad y la acción humana quedan aprisionadas por algo totalmente ajeno al exocerebro de Bartra: el cerebro biológico, genéticamente alterado por el consumo de alcohol en los ancestros. En soporte a esta teoría Torres ha hecho una extensa investigación en varias obras y ciertamente la presencia acentuada de obesidad y sobrepeso en casi la mitad de la población mundial, junto a un acentuado hedonismo y desbarajuste de conductas contemporáneo sería el producto acumulado por millares de años en que la humanidad ha estado consumiendo alcohol. 
Lo interesante de este enfoque es que muestra un lastre biológico capaz de someter el potencial del cerebro humano. Sociedades con consumo notable de alcohol como las latinoamericanas bien pueden atribuir parte de su esclavitud institucional y políticas a estas fuerzas desatadas de la compulsión. Las terapias psicológicas ganan una nueva dimensión y potencia con esta propuesta, ya que apelan a un tratamiento con enfoque novedoso, donde la inteligencia del paciente, más que su voluntad, son las que permiten refrenar estas fuerzas desatadas por la compulsión. El conocimiento científico abre puertas para liberar al cerebro de la esclavitud a que lo sujetan las compulsiones. En vez de apelar a traumas familiares o desórdenes neuróticos, la teoría de las compulsiones rescata la dimensión biológica del cerebro, tan descuidada por muchos psicólogos y educadores.
No pierde atractivo en estos agitados días que atraviesa Venezuela evaluar el efecto del alcoholismo en esa sociedad tan amiga de la cerveza y el güisqui. 
Lejos de ser una arenga moralista, Torres coloca en el tapete la esclavización del cerebro biológico por una droga como el alcohol, la cual altera los circuitos cerebrales por generaciones. Es una línea de pensamiento destacable y válida de explorar, junto con la del exocerebro propuesta por otro latinoamericano, Bartra y que también invita a estudiar desde el cerebro la libertad humana.
(Una obra introductoria al pensamiento de Torres es: Obesidad. Segunda Multiepidemia del Milenio 2000, después del alcoholismo. Digiprint Editores, Colombia: 2012). Ya he reseñado sus importantes trabajos biográficos sobre Bolívar y Freud desde la óptica compulsiva.
Bogotá, Febrero de 2014
@carlosgoedder
Facebook: Carlos Goedder

 

Últimos 5 Artículos del Autor
En su relato “El Gran Inquisidor” Fiódor Dostoievski aborda el tema del liberalismo desde una ó...
Ha fallecido en mayo de 2014 el nobel de economía 1992, Gary Becker. Su conferencia nobel repas...
[Ver mas artículos del autor]