Las raíces de la destructividad
Manuel Hinds

Ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009)



¿Por qué estamos viendo tanta destrucción de instituciones democráticas en nuestro tiempo? Mucha gente piensa que es por el surgimiento de líderes autoritarios. Pero esta es una explicación superficial. Los líderes tiránicos son una consecuencia, de un proceso que está originado más profundamente, en el pueblo mismo.
En realidad, todos los países tienen el gobierno que se merecen, tanto los que eligen sus líderes democráticamente como los que son gobernados por tiranos. El poder del gobierno depende de que la gente crea que el gobierno tiene poder, que en última instancia depende de que las órdenes estén en armonía con la concepción que la ciudadanía tiene de lo que es y debe ser el mundo. Esto puede suceder de dos maneras. En las sociedades en las que la legitimidad del gobierno está basada en principios la gente obedece cuando las órdenes son consistentes con estos principios. En sociedades en las que la legitimidad está basada en la capacidad de coerción, la gente obedece cuando piensa que todos los demás van a obedecer y, que, si se rebelan, serán fácilmente capturados y castigados. Es decir, el tirano llega hasta donde la gente deja que llegue.
Por esta razón, el poder de gobiernos tiránicos previamente invencibles puede colapsar en un momento —como en el caso de los reyes Capetos en Francia, los zares rusos, las cabezas coronadas de Europa Central al fin de la Primera Guerra Mundial, y las tiranías comunistas de Europa Oriental en los años noventa. En todos estos y otros casos, los regímenes de este tipo colapsan cuando la gente deja de creer que los demás van a obedecer. En ausencia de valores, esa realización deja a esos gobiernos sin ninguna base en la que mantenerse en el poder. No hay ejército, o policía, o KGB suficientemente grande o poderosa para parar estos colapsos. De hecho, como manifestación de la disolución del poder del gobierno, en todos estos y otros casos similares las instituciones represivas dejan de defender al régimen, y se unen a los que claman por su destrucción.
Así, la fuente de la tiranía no está adentro de los tiranos o sus sicarios sino adentro de la población. Como lo escribió G. A. Borgese, comentando sobre la caída de la República Romana:
“Y así, César murió, y la tiranía siguió viviendo. Porque el asiento de la tiranía no estaba en el corazón de César, sino en el de los romanos”.
Es decir, los terribles eventos que caracterizan a las tiranías, las persecuciones arbitrarias y las violaciones de los derechos de las personas son posibles sólo porque la gente piensa que son aceptables en el ambiente nacional y que por eso la otra gente los va a aceptar.
¿Qué es lo que vuelve aceptables para el pueblo los excesos de la tiranía? El odio y el caos que éste causa.
De todos los males que una sociedad puede sufrir, el que más aterroriza a la gente es la disolución social: la posibilidad del caos. Ante el caos, la gente prefiere la tiranía. Y el caos es una consecuencia del divisionismo social, que es a su vez consecuencia del odio. Así, la materia prima de las tiranías es el odio que ya existe en el país. Los tiranos toman una sociedad que ya está presa de odios difusos, los redirigen para concentrarlos en una minoría, y los usan para volver legítima ante el pueblo la destrucción de ésta. Una vez esta dinámica se establece, cualquier persona puede ser perseguida con sólo incluirla en el grupo en el que se ha concentrado el odio.
Paradójicamente, la gente que odia se aterroriza del caos que el mismo odio causa y busca líderes violentos para que aplasten a los que culpan de las consecuencias de éste. Hitler unificó a los arios al darles un objeto común de odio: los judíos. Los comunistas hicieron los mismo con los burgueses. En tiranías contemporáneas, el odio se dirige a los que estuvieron antes en el poder.
Albert Speer, ministro de armamentos de Hitler, describió muy claramente la dinámica de odio que llenaba las concentraciones de Hitler.
“Ciertamente las masas rugían con el ritmo marcado por la batuta de Hitler y Goebbels; pero no eran ellos los verdaderos conductores. Las multitudes determinaban el tema…La infelicidad causada por la ruptura de la economía era reemplazado por un frenesí que demandaba víctimas. Y Hitler y Goebbels les tiraban las víctimas”.
Los que demandaban las víctimas se dieron cuenta muy tarde que eventualmente ellos mismos iban a ser incluidos entre ellas. Esa es la tragedia de las tiranías: que los mismos que las habilitan luego caen víctimas del odio que las habilitó.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 9 de septiembre de 2021 y en Cato Institute. 


 

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