Argentina, el laboratorio de Buchanan y Tullock
Carolina González Rodríguez

Abogada. Docente universitaria. Miembro del Consejo Académico de Fundación Atlas. Premiada en el "Concurso Internacional de Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento (1810-2010)", organizado por Fundación Atlas.




En 1962, James Buchanan, quien por entonces era profesor en UCLA, y Gordon Tullock, de la Universidad de Virginia, publicaron uno de los libros de mayor impacto para las ciencias sociales: The Calculus of Consent: Logical Foundations of Constitutional Democracy.
En su obra, Buchanan y Tullock se aproximan al estudio de la política (una de las avenidas por las que la humanidad accede a recursos económicos escasos) a partir de la utilización de las herramientas analíticas que ofrecen las Ciencias Económicas. Sosteniendo que "la política" es un producto o servicio sujeto exactamente igual que cualquier otro producto o servicio disponible en el mercado a las leyes de la economía, Buchanan y Tullock ofrecen una perspectiva realista. Una visión despojada de sentimentalismo, idealismo y aspiraciones heróicas o patrióticas para la administración del Estado. Es decir, una visión basada en lo que efectivamente ES, en lugar de lo que DEBERÍA SER.
De sus conclusiones, una en particular se percibe con una claridad meridiana en la actual crisis política que se desarrolla en Argentina. Una crisis que en cualquier otro país del mundo, con mayores niveles de institucionalidad y estabilidad, hubiera significado un cimbronazo muy difícil de sortear. Sin embargo, aquí, en Argentina, me atrevo a decir que es "una mancha más al tigre".
Eso no significa que resulte leve, poco preocupante o irrelevante. Por el contrario, dada -precisamente- la gravísima situación en la que se encuentra fundamentalmente el 50% de la población incluida en los actuales índices de pobreza, y la pérdida de valor social que toda la población en su conjunto viene sufriendo a razón de las salvajes cuarentenas impuestas por Alberto Fernández en respuesta a la pandemia del COVID 19, esta "nueva" crisis política nos pone a todos en su situación de imperiosa debilidad.
Buchanan y Tullock sostienen que la política adolece de las "fallas del Estado" que no son normalmente consideradas por los economistas mainstream en sus análisis económicos y sus propuestas de políticas públicas. La figura del "dictador benevolente", pretende sortear o subsanar el impacto que la acción política tiene para el desarrollo económico de una Nación.
Ese "dictador benevolente" procura el bien común, por lo que sus decisiones básicamente no se contradicen ni contabilizan al momento de modelizar las conductas de las personas. Es así. No se discute. Pero nuestros autores dijeron "Wait a minute..." ¿por qué no son discutibles, siendo que los marcos normativos dentro de los cuales se desenvuelven las actividades en una sociedad dependen, precisamente, de esas regulaciones?. Entonces, debemos preguntarnos cuál es el orígen, cuál es la calidad orgánica e institucional de esas políticas públicas, de esos marcos regulatorios.
Para Buchanan y Tullock, la figura del "dictador benevolente" es una figura muy parecida a la de Santa Claus. Un viejito bueno que nos llena de regalos una vez al año, a pesar de que este dictador está más orientado a regalarnos (a algunos, no a todos) durante todo el año. ¿Cómo se decide quién merece esos "regalos"? Y es en la respuesta a esta pregunta en donde puede encontrarse el enorme aporte de la Escuela de Public Choice, fundadada por los autores comentados.
Los políticos son personas de carne y hueso sin ninguna característica moral, ontológica o propia que los diferencie del resto de nosotros, los no-políticos. Todos tenemos las mismas urgencias, fortalezas, debilidades, diferencias entre nuestras habilidades y diferencias entre nuestras preferencias. Pero un axioma apriorístico prácticamente indiscutido (salvo por algunos trasnochados de la izquierda más virulenta) es que todos nosotros, por igual, perseguimos nuestro propio interés. TODOS. Los políticos y los no-políticos.
La diferencia entre unos y otros radica, básicamente, en que mientras los no-políticos perseguimos nuestro propio interés asignando nuestros propios recursos, a nuestras propias preferencias, y asumiendo nuestras propias consecuencias de la elección de medios y fines, los políticos persiguen su interés pero con recursos ajenos (los nuestros), de acuerdo a sus preferencias y a sus interés. Y las consecuencias de esas elecciones impactan en toda la ciudadanía. He ahí la altísima ineficiencia objetiva, y la altísima inmoralidad normativa de la política como sistema de asignación de recursos.
La crisis política que estamos sorteando hoy, es una prueba fehaciente de este postulado de la Escuela de Public Choice. ¿Quién es el culpable? TODOS los políticos. Todos por igual.
Podríamos sentir una inclinación a favor de echarle la culpa a la más rutilante figura de este corso del terror, Cristina Kirchner, quien en una actitud desesperada por el miedo a ir presa usa el martillo de Thor contra su "socio" Alberto Fernández. También le podríamos echar la culpa a él, por haber preferido resignar hasta el último rastro de dignididad humana, y aceptar el cargo de manos de quien fuera, en su momento, el objeto de su público y mayor desprecio. También podríamos echarle la culpa a La Cámpora, esa fuerza de choque político - ideológica orquestada por Cristina y su hijo Máximo, que les ofrecio a la dupla madre-hijo las unidades necesarias para cubrir los puestos del elefantiásico Estado, y servir de rulemanes para el funcionamiento de la máquina.
Sin embargo, lo cierto es que los resultados electorales del domingo pasado resultaron una variable en la ecuación que destartaló las previsiones y las esperanzas del gobierno Kirchnerista. "El pueblo" manifestó sus preferencias por productos disruptivos, como Javier Milei, que plantean una oferta distinta a la oferta que -hasta el momento- se venía dando de manera más o menos homogénea. Con matices en el envase, tanto el PRO como el Kirchenerismo y el Peronismo nos proponen el mismo contenido.
La crisis es la más nítida fotografía de las ideas de Buchanan y Tullock. Lo que está en juego aquí es la supervivencia de Cristina Kirchner y sus hijos. No "el bien común". En su discurso de Diciembre del año pasado en el Estadio Único de La Plata (ver a partir del minuto 1.48 aproximadamente), Cristina blandió al lawfare (uno de los inventos discursivos que le encantó) como herramienta para "disciplinar" (en sus propios términos) a los miembros del gabinete de Alberto y a los legisladores acólitos, quienes, en su visión, no están haciendo lo suficiente para imponer las medidas necesarias que garanticen SU impunidad frente a las múltiples causas judiciales en las que ella y sus hijos están investigados por la corrupción más rampante de la historia Argentina.
El discurso del "bien común" es el caballito de batalla con el que se pretende legitimar el accionar de los políticos. Pero la realidad es tan palpable que no puede uno más que indignarse ante la idea de que esta mujer cree tener el poder suficiente como para tratarnos, a toda la población, de idiotas. Algo propio del esquema populista más elemental. No es, en absoluto, el "bien común", lo que los motiva. Es el "bien privado", de ella, de sus hijos, de Alberto, de todos los políticos que -en sus 15 minutos de fama- tienen la posibilidad de ocupar los estamentos de poder, y de paso incrementar sus ingresos.
El audio de Fernanda Vallejos, es una más de las fehacientes pruebas de estas visiones fundamentalistas, de las mentiras y de la podredumbre de esa secta satánica que es el Kirchnerismo, y que no tiene el más mínimo escrúpulo en utilizar a las personas para lograr sus fines particulares. O, en términos de las explicaciones que brindan Buchanan y Tullock, de operar a favor de sus propios intereses, en contra del "interés general".
Pero la Escuela de Public Choice no investiga a un grupo político partidario en particular, sino al sistema en su conjunto. Todos, por igual, se ven afectados a las mismas conclusiones a las que Buchanan y Tullock arribaron.
Las primeras reacciones de la "oposición" demostraron exactamente la misma preferencia de los intereses privados de los políticos (y wanna be políticos) opositores, por sobre los intereses generales. Por acción o por omisión y silencio la "oposición" también mostró la fea cara del egoísmo individual. Algunos prefirieron no emitir opinión al respecto ("no es nuestro tema"), y otros abiertamente dijeron el famoso, en Argentina, "no te metas", con ningún otro objetivo que llevar agua para sus molinos electorales el próximo 14 de Noviembre.
La lucha ideológica hoy en día, ya no es de la izquierda contra la derecha. La lucha ideológica hoy se plantea entre el populismo y la institucionalidad. Para el primero, la figura del "líder" es troncal al esquema de acceso y ejercicio del poder. Para la segunda, la clave para el desarrollo y el crecimiento sostenido y sustentable son las INSTITUCIONES. Esta posición asume la visión realista de la Escuela de Public Choice, así como la verdad innegable que sólo aquellas conductas disciplinadas, metódicas, constantes y mantenidas en el tiempo (con independencia de los ejecutores de esas conductas) pueden arrojar resultados satisfatorios. De ahí que la guarda, el cuidado, la tutela y la preocupación se tienen que orientar a la protección de la institucionalidad, y no a la protección de las figuritas del momento.
Indiscutiblemente el individuo Alberto Fernández podrá resultar rotundamente reprochable y desagradable para muchos de nosotros. Sus faltas de dignidad, primero, y de idoneidad, después, justificarían estas impresiones. Pero ese individuo ostenta un cargo institucional que superanlargamente a él, a la oposición, y aún a cada uno de nosotros no-políticos- Un cargo que tiene incontables pruebas de violación: imágenes de helicópteros sobrevolando la Casa Rosada, disturbios, violencia y muertos en las calles como consecuencia de ninguna otra razón que las peleas intestinas de políticos por el poder.
En época de feminismos vacíos y superfluos, vale hacer una analogía y hablar de LA institucionalidad como la víctima más golpeada por la demencial inmoralidad de los políticos; que como bestias descontroladas violaron en manada a la frágil figura de las instituciones. Esas imágenes que mencioné en el párrafo anterior son las fotos y los videos de los gang-rapes a los que los Argentinos venimos sirviendo de testigos históricos. ¿Hasta cuando vamos a permitir que la inmoralidad de utilizar a individuos (todos y cada uno de nosotros) para alcanzar fines propios (los de los políticos) siga y continúe?
Particularmente, detesto al individuo Alberto Fernández. Su conducta indigna, la decisión de haber aceptado el sometimiento más frontal a la demencial Cristina Kirchner, con ningún otro objetivo que el de saborear las mieles del poder, ponerse la banda presidencial (algo que ni en sus más locos sueños hubiera creído posible por sus propios "méritos") y convertirse en el público títere de una titiritera bipolar, descontrolada por el miedo de ir presa (junto con sus hijos) y adicta a la ambición de poder, resultan indefendibles desde cualquier punto de vista en mi particular escala de valores.
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Pero, habiendo aprendido las lecciones de Buchanan y Tullock, considero que es imperativo que hoy nos despojemos de todo rastro de romanticismo, dejemos la rasgadura de nuestras vestiduras para otro momento, y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para defender a LA FIGURA PRESIDENCIAL del inminente ataque que los chacales políticos están ya organizando. No podemos, no debemos esperar el video de Alberto dejando la Casa Rosada en helicóptero. Ese video sería la garantía de ver, en muy poco tiempo, a la Argentina convertida en Eritrea.
 

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