El Reseteo fatal de la democracia
Dardo Gasparré
Economista.




Un explorador neozelandés llega a un recóndito paraje en las costas del Océano Índico. Ignora que allí habitan los últimos caníbales. Es atrapado y llevado frente al Consejo de la tribu, que integran diez salvajes ancianos de 40 años, porque en ese lugar no hay combustión, no se emite carbono ni metano, se desconoce el glifosato y el ARN mensajero, no hay autos, antibióticos, calefacción ni minería de bitcoins y sólo se alimentan según el plan de la Creación. Y obviamente se envejece y se muere en el plazo que estipuló originalmente la Creación, con la eficaz ayuda del hechicero. 
Cuando el explorador comprende que lo van a almorzar, se arrodilla frente a los ancianos y comienza a hacer gestos tratando simultáneamente de explicar que lo que hacen es antihumano, fuera de todo derecho, justicia y razón y al mismo tiempo de apelar pidiendo clemencia. El jefe del Consejo, un anciano de casi 41años, alza la mano y todos hacen silencio. El explorador espera anhelante su decisión, los consejeros hambrientos aguardan impacientes la palabra del venerable. Éste se yergue con su aún imponente figura no blanca, gira la cabeza para imponer silencio, y mirando a todos y a nadie da su veredicto final: “¡Votemos!”
Seguramente los lectores no tienen ninguna duda del desenlace de este cuento, que es tan ejemplificador y contundente que alguien lo debe haber pensado antes, de modo que debe tratarse de un plagio por desconocimiento. Pues bien, así están funcionando las democracias modernas, que marchan aceleradamente a deglutirse a sus víctimas, y peor, a sí mismas y a todos sus ciudadanos. 

La grieta 

La honda división que se ha dado en llamar la grieta, un fenómeno virtualmente universal, no es sino otra manera de volver a contar el cuento del comienzo de la nota: un gobierno o un mandato que surge de la fuerza de una masa transformada en mayoría que decide avanzar sobre los derechos elementales de la parte que pierde en la votación. La libertad, la propiedad, la vida. Esa grieta no cederá, está presente con toda su profundidad, aunque las sociedades se nieguen en una primera instancia a notarlo o admitirlo, y terminará rompiendo a todos los individuos y a todas las naciones. Curiosamente, usando otros argumentos totalmente opuestos, cuando esa masa reivindicadora pierde la elección, se opone a las democracias por cualquier medio no democrático ni legal hasta lograr la parálisis o el derrumbe de los ganadores. (Preguntar a Macrón o Piñera)
Como siempre ocurre, la causa es una combinación de factores, prácticas y conductas, algunas deliberadas, otras accidentales, algunas provocadas, algunas planificadas, otras, fruto del azar, aunque todas concatenadas y ordenadas en el mismo sentido inexorable. Empezando por la propia democracia. Pero como una marabunta, siguiendo un plan perfecto que nadie conoce, para usar un simil caro a la columna. 
En el mismísimo momento en que un sistema permite tomarle cualquier bien a uno de los exploradores, (perdón, a alguno de los ciudadanos) y regalárselo o repartírselo al resto, uno o varios, con la justificación o razón que fuera, del modo que fuera, se impone que el método para elegir las líneas de gobierno y los gobernantes que las apliquen esté santificado por la legitimidad. Por legitimidad no debe entenderse el proceso prístino de la emisión y conteo de votos, un supuesto casi elemental sine qua non. Todos los pensadores de la libertad, desde las luchas del liberalismo contra el rey hasta el fin del siglo XX, y todas las constituciones, las leyes, las prácticas, los tratados y y las enseñanzas de las cátedras globales, tenían claro cuales eran los elementos legitimantes de la democracia. (Además de que se respeten sus resultados cuando se pierde)
Para comenzar, la información. El pueblo tiene derecho a estar informado de cada tema que le interese o le ataña. Esa es una carga elemental del Estado, a través del gobierno, una tarea irrenunciable y sagrada. No se limite a la simple publicación de las leyes, sino a una información seria de los efectos y propósitos de cada norma. Obviamente, cada uno puede decidir informarse hasta donde lo decida. Pero lo que no es aceptable, es que esa información le sea retaceada, torcida u ocultada, lo mismo que sus efectos. Eso fulmina toda legitimidad. Ebrios de su propio egoísmo, de la borrachera del poder por el poder mismo, de la omnipotencia monárquica que parecen haber heredado los políticos mundiales, los burócratas oligárquicos sólo anuncian las dádivas y reparten dinero ajeno. Omiten los efectos de semejante dispendio. Coimean al pueblo, que espera ser coimeado de paso, y tratan de cerrar todo debate y toda opinión. En eso avanzan sobre los intelectuales, los medios, los periodistas. Después se verá cómo también se pliegan y/o se someten a cancelaciones, prédicas, prejuicios, corrección política y otras consignas destructivas y facilistas, casi siempre supranacionales. 
Un buen ejemplo, cercano, cuándo no, es la famosa ley de alquileres argentina. Políticos de varios signos salieron a agitar el favor que le estaban haciendo a los inquilinos con una ley que obligaba al cumplimiento de ciertas reglas, restricciones y obligaciones fiscales y de otro tipo. Las críticas fueron acalladas, desoídas o agraviadas. Por supuesto que, aún cuando los inquilinos eran cómplices de que se estaban infringiendo aún sus propios derechos, la ley se aprobó con una amplia mayoría multipartidaria. Pocos medios se atrevieron a salir a explicar las consecuencias. La causa, como otras causas, era sagrada. A la sociedad se le vendió un milagro del siglo XXI. Obviamente el resultado fue un desastre. La ley intentaba transformar la noche en día. La primera reacción del peronismo ante el fracaso fue seguir sumando desatinos y engañando a la población: amenazar con aplicar un impuesto a los inmuebles desocupados, que, a más de un ataque al derecho de propiedad, al simple derecho, a la inversión en viviendas, inauguraba por definición un sistema de espionaje y denuncias casi hitleriano. Ahora la oposición pugna por derogar la ley que votó. Pero el concepto que se esgrimió parece sacrosanto: todo individuo tiene derecho a la vivienda digna. No importa que confiscando la propiedad se logre el efecto opuesto. 

Es mala

Si ese es el comportamiento de quienes obtienen la mayoría en una elección dentro de la democracia, evidentemente esa democracia es mala. No es legítima, en los términos que plantea la columna. Hay una idoneidad, además, que se requiere de parte de quienes gobiernan. Aún los griegos, en sus múltiples intentos democráticos, exigían esa idoneidad. No se usará el ejemplo de las vacunas para no ofender a la lectora con facilismos. Y para que se entienda mejor el punto, baste repetir que EE.UU., Alemania, China y otros países, bajo el fácil paraguas dialéctico de la pandemia, intentan leyes del mismo estilo, con igual destino. Lo peor es que siempre, en todos los casos, los gobiernos doblan sus apuestas ante el fracaso de sus leyes, y terminan también siempre aplicando políticas alejadas de la democracia. Porque están lejos del derecho. El derecho también es otro elemento legitimante de las democracias. Y por derecho no se entienden aquí los derechos demagógicamente incluidos en la carta a Papá Noel de las constituciones contemporáneas, sino el de libertad, el de propiedad, el del libre albedrío. 
Con lo que las democracias no tienen consenso. Han excluido a una buena parte de la sociedad. Han excluido los principios elementales de la acción humana. Y están excluyendo el derecho a la libertad y a la propiedad.  Las democracias son burocracias. En el sentido en que fulmina a los oligarcas de la planificación central Camino de Servidumbre. Aún los gobiernos que se piensan los más democráticos, son hoy gobiernos de planificación central, que necesitan excluyentemente de una creciente cuota de autoritarismo para imponer sus decisiones. Si usted quiere puede llamarla democracia, o como le venga en ganas. Pero no lo es. 
También puede pensar en el daño de prohibir la exportación, o la importación, o la compraventa de divisas, o en ese tipo de medidas que combinan la ignorancia y la desinformación pública, y que conducen directamente a dañar a la sociedad. Y no sólo en Argentina. Se aplica a un número alarmante de países, con formatos varios pero en igual sentido. 

La soberanía desdibujada

Otro punto que deslegitima la democracia concebida como hoy, es la tendencia inducida a borrar de un cachetazo la nacionalidad territorial y legal, la soberanía. Los países han ido aceptando la supranacionalidad, un modo clarísimo de lesionar de muerte al concepto de nacionalidad, de Patria, en última instancia. No sólo se aplica a la Unasur latina, o a la CELAC, versión neomarxista de la OEA, también de dudoso valor, inventos de los dictadores regionales para proteger a otros dictadores y a ellos mismos. Mas los pactos, tratados, documentos y encíclicas que condicionan las decisiones de los gobiernos. ¿Se puede alegar mayoría para devaluar a la Nación? Ni siquiera piense en el pacto con Irán, para no amargarse. Las organizaciones internacionales responden a intereses de todo tipo, casi siempre neomarxistas, o de mecanismos de torpedeo al capitalismo, o de generación de disrupción o miedo, que facilitan las tiranías. Tómese el lector el trabajo de analizar la cantidad de Comisiones, Observatorios, Cortes, Tribunales extraterritoriales que nada tienen que ver ni con el bienestar de los pueblos, ni con la mejora de ninguna cosa, ni han logrado nada, fuera de financiar a una clase de burócratas disfrazados de funcionarios sobrevaluados, sobrepagados e ignorantes, y sin embargo han sido incluidos en las constituciones, y la tendencia es que tengan preminencia por sobre las leyes de cada país. “Se hizo con el voto democrático”, escuchará usted. Esto es justamente lo que este espacio considera un accionar deslegitimante de la democracia. Extiéndase el concepto a todas los entes de semidioses que protegen al individuo desde algún olimpo libre de impuestos y con salarios y perqs de expatriates y comience a preguntarse qué está eligiendo cuando vota, o si no tendría que votar para Secretario General de la OEA o la ONU, más que por el mandadero local. 
Un solo ejemplo. El FMI, dirigido por la amiga papal Kristalina Georgieva, se pasó toda la pandemia predicando textualmente que se dejara de lado toda prudencia y se creara déficit y se emitiera sin miedo para paliar las terribles consecuencias que otra orga, la OMS, había creado con su prédica proencierro de la sociedad. Las advertencias de que se crearía una espiral inflacionaria de algunos economistas, periodistas y expertos serios, formuladas con un poco de temor, debe aceptarse, frente a la acción mediática que con cara de sabiduría daba por válida e infalible la emisión y el control que supuestamente ejercería la FED sobre la diarrea emisionista, no tuvieron repercusión alguna en las sociedades. Al contrario, muchos representantes parlamentarios exigían aún mayor emisión, como si no tuvieran en cuenta los efectos sobre la esencia misma de un país que tiene la prostitución sistemática de su moneda, léase inflación-devaluación. Coincidiendo conque Kristalina no pareciera haber hecho honor al nombre al ayudar a China, cosa que molesta a EEUU, el FMI sale ahora a la palestra a advertir de los efectos permanentes de la inflación, cambiando de línea con la misma velocidad que un kirchnerista después de las PASO. 
Como también hiciera la OMS, el prestamista de última instancia cambia de mensaje, de instrucciones y de corrección política o económica como quien cambia de camisa y -tarde- sale a decir como si recién lo hubiera descubierto que hay un peligro que ellos mismos crearon. Y convalidaron al emitir hasta los mismísimos DEG, creando una suerte de inflación paralela. 
Esta descripción no es superflua. Porque la pregunta que sigue es altamente pertinente: ¿con qué procedimiento democrático se eligen las autoridades y aún los miembros de estos supraórganos que rigen la suerte de toda la humanidad, a veces con peligrosas asociaciones con regímenes que nada tienen de democráticos, o que directamente son dictatoriales? Lo que lleva otra duda en forma de pregunta: ¿qué legitimidad tienen las democracias locales si la gestión de sus gobiernos están supeditadas a entes para nada democráticos, a los burócratas que los dirigen, a las orgas que los influyen sin siquiera abrir juicio sobre su calidad decisional? ¿Quién nos gobierna? 

Infidencia

La OCDE por caso, con fuerte influencia de la UE, acabo de convalidar el hackeo, con el apodo de “infidencia”, como método de inspección impositiva, unido a la coerción. Los países también aceptaron esa aberración jurídica que destroza el principio elemental de defensa como antes aceptaron que le impusieran sus leyes de lavado de activos, más allá de la justicia de los objetivos y sin entrar a analizar la razón o la verdad.  La misma UE aplica sanciones comerciales a varios países sólo porque a sus agricultores no le cae bien la competencia. Las ideas de la señora de Kirchner sobre la justicia empalicen a veces frente a las nuevas concepciones impuestas. Pero a los gobiernos locales les encanta creer que tienen un sistema democrático para formar leyes. 
Nota: el párrafo anterior no se aplica en el caso de asesinos, violadores o corruptos, que tienen un trato y derechos especiales en el sistema legal local. 
Dentro de la destrucción de la soberanía está el forzado derecho de las poblaciones originarias, que fue saldado en el mundo por todas las constituciones, pero que fueron luego modificadas por cuenta propia, como en el espurio Pacto de Olivos de Menem y Alfonsín, pero con similitudes en muchos otros países de la región, como ocurre ahora con Chile. Con lo que no habría que sorprenderse del próximo reclamo visigodo a la Unión Europea. Esa aspiración marxista, por la que asesinaron los Montoneros y el ERP que querían elevar a la UN el reclamo de un enclave independiente en Tucumán, se vuelve cada vez más real. Todo ello bajo la inspiración de las orgas, que tampoco son democráticas, a lo que se suma la prédica de Francisco I, que lleva a la barbaridad del negociado estatal con los seudomapuches, que creará graves problemas a Chile también, y que choca abiertamente contra el principio de organización nacional. Obvio que la Iglesia tampoco es una institución democrática, pero influye más que cualquier votante en las leyes e instituciones de países como Argentina.  Ninguno de esos supuestos derechos, inventados de apuro con una total falta de respeto a la historia, se imponen por procedimientos democráticos. Son órdenes que reciben los gobernantes “electos”. Nadie se animaría hoy a corregir semejantes barbaridades. En contra de los derechos de propiedad de los legítimos dueños, a los que se saquea, se golpea, se atemoriza y se despoja. Las naciones se desmembran. Desaparecen los derechos esenciales, que como se dijo, son los legitimantes de toda democracia. Y los neomapuches tienen derechos superiores al resto de la comunidad. 
En esas condiciones, las democracias son una burla. Más que un derecho son un mecanismo de imponer voluntades, de desconocer derechos, de regalar soberanía, de hacer pactos con el enemigo, de reírse del derecho de propiedad, de la libertad, de la honestidad y aún de lo que le conviene a los pueblos. 
Y de amordazar críticas, reclamos, injusticias y despojos. De justificar cualquier tropelía, cualquier populismo, cualquier eternización en el poder. O de conseguir 20 años de mandato y reelecciones indefinidas, como quieren ahora algunos conspicuos representantes peronistas.  O de apoderarse de la justicia con la excusa de que “la gente” tiene que poder elegir a los jueces.  La democracia contra la república, sería una síntesis posible. 
Y en caso de discrepancia, o de oposición, siempre se puede decir como el caníbal: ¡“Votemos”!
 
Hoy se cubren aquí los aspectos institucionales del tema. La próxima columna continuará analizado el complejo mecanismo exógeno a los gobiernos que, coordinada o espontáneamente, tiene aún peor efecto sobre las libertades, las democracias, el espíritu republicano y en definitiva el bienestar de una población mundial que, gracias a su inocencia, su envidia, su búsqueda de dádivas y una cuota de estupidificación propia, llamada también esperanza, marcha alegremente a la pobreza total y a ser devorada, como anticipara H.G. Wells en La Máquina del Tiempo. 
Publicado en La Prensa.

 

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